sábado, 21 de enero de 2017

Misión y culturas


Misioneros de la Consolata: consagrados para la misión
Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”

Hoy... sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad … Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien...” (87).
Un hecho de vida
Eran las 21.18 del Miércoles 26, en la intimidad de mi cuarto, en Roma, dialogaba con migo mismo y me aplicaba gel de sábila en todo el cuerpo, mientras le agradecía a la misma planta el alivio que me deparaba.
 
La soledad me envolvía en un silencio dialogante entre el Creador que me regalaba la sábila, cultivada en el jardín de mi casa por Cris, emigrante filipino que vino en Europa buscando una vida mejor, la sábila y yo que interactuábamos, amándonos, en el sueño común de la salud integral.

De pronto un movimiento nos interrumpió. La cama se conmovió, los cuadros de la pared comenzaron a temblar. Terremoto, pensé. No es el primero, me dije. Desnudo como estoy, no voy a salir. Sentado, con miedo de caer, alce mis manos a lo alto y exclamé: en tus manos estoy, espero en ti, buen Dios! Un suspiro con pregunta exhalé: por qué tiemblas “madre tierra”?
 
Una respuesta a mi pregunta llegó al instante por Internet. El Corriere della Sera informaba de un terremoto de magnitud 5.4, a las 19.11 de la tarde, con epicentro en la provincia de Macerata, al centro de Italia, cuya réplica de magnitud 6.2 sentí yo, dos horas más tarde, a las 21.18.
 
Esta respuesta informativa, que casi culpaba la tierra del atropello a la población y al patrimonio cultural de una linda y antigua región, en nada se refirió al “gemido”, al dolor de la tierra, ni al aullido lastimero y alertador de los perros, que también sufren, mientras esperan la liberación, como nos lo recuerda San Pablo en la Carta a los Romanos 8,13-23.
 
Las redes de la comunión se activaron inmediatamente desde las Filipinas, Corea del Sur, el Kenya, Angola, Mozambique, Colombia, Brasil, México, Estados Unidos, Sydney, España, Portugal y otros lugares más: cómo estas? era la pregunta general; Bien! me venia espontáneo; Gracias a Dios! fue el coro final. Continuaron los intercambios de palabras, videos y fotos, hasta que el sueño me arrulló en la noche, a la espera del nuevo sol.
 
Nosotros los humanos somos “terrano” (nuestra identidad)
Cada uno de nosotros habita el presente en diferentes lugares, como persona hecha de tierra, “terrano” (Faustino Teixeira), impulsado o frenado por su pasado que lo debemos asumir con gratitud y atraídos u ofuscado por su futuro que lo debemos abrazar con esperanza, si no queremos sucumbir.
 
Nuestra existencia personal, como la de Jesús y la de María, está preñada de soledad (identidad) y a la vez de compañía (relacionalidad), culturalmente tejida, tal y como lo entiende el magisterio de la Iglesia en AmerIndiaAfroLatina, apoyada en el Concilio Vaticano II y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi nn. 18 y 20: “Con la palabra 'cultura' se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios” (GS 53b) de modo que puedan llegar a “un nivel verdadera y plenamente humano” (GS 53a). Es 'el estilo de vida común' (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos, por ello habla de 'pluralidad de culturas' (GS 53c) y no de 'la cultura' (cfr. DP 386).
 
La cultura, entonces, como estilo y proyecto de vida de pueblos o grupos sociales, remite siempre a identidades especificas, humanamente construidas y constructoras a su vez de humanidad. No se pueden diluir en una pretendida cultura universal, impuesta por la globalización de capitales, tecnologías y comunicaciónes, sin sujeto ni corazón. La “comunidad de vida” (cfr. Carta de la tierra) necesita de las culturas para no morir y de la interculturalidad para el “buen vivir” o “Sumak kawsay”, que en Quechua significa “la plenitud de vida en comunidad, junto con otras personas y la naturaleza”.

Culturas tejidas por “terranos
Personalmente me gusta la tarea y la técnica del tejer, aunque en mi mundo cultural (Aguadas) no la pude aprender porque era cosa de mujer. No se conversaba entonces sobre relaciones de genero. El tejer, que puede ser manual o industrial, es siempre tarea delicada, artística, estética y ética. Más aún el arte de tejer relaciones vitales para la vida.
 
El Papa Francisco, artista de relaciones, nos propone la luz del Señor Jesús para esa misión de tejer nuevas relaciones, Sol naciente que nos viene a visitar: “por la entrañable misericordia de nuestro Dios, (…) para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79).

Les propongo que como Misionero de la Consolata, que tejamos las “nuevas relaciones” en la tela de cada cultura, con la guia de la maestra Consolata, que nos remite siempre a Jesús, ese Sol que está en sus brazos y en su nombre de ConSOLata. Ella, la madre de la ConSOLación, nos indica con su mano el Hijo, Sol generado en su vientre para iluminar, calentar, energizar y purificar las relaciones nuevas, en éste “hoy” planetario, que re-liga lo personal, lo social, lo ecológico y lo espiritual.
 
Reflexionando la teología de la ConSolación, mientras contemplamos el cuadro de la ConSolata, podemos alimentar nuestra espiritualidad misionera para seguir tejiendo las nuevas relaciones, al servicio de una vida integral digna y de calidad.

La ConSolata, un SI a las nuevas relaciones
El mismo nombre ya nos las sugiere, pues tanto la expresión dialectal piamontesa Consolà”, como su correspondiente italianaConsolata”, como participio pasado, de genero femenino, del verbo latino consolor, consolar, contiene en sí misma significado pasivo, aquella que es consoladay activo “que consuela”. Esto por la transitividad activa, pasiva y refleja del verbo consolar y porque su sustantivo consolación indica, al mismo tiempo, el efecto de consolar y el estado de quien es consolado y de quien consuela. Se trata pues de un movimiento personal (yo consuelo y me consuelo) y al mismo tiempo social, recíproco, de ida (yo consuelo) y vuelta (soy consolado), de intercambio. Cum-solus, “estar con”, es exactamente la función de la consolación, ser compañía del otro en su soledad, sin dejar de acompañar la propia soledad: amar a Dios y al prójimo como a sí mismo (Mt 22,39, Lc 10,27), como lo ha hecho Jesús (cfr Jn 13,34).

María ConSolata en sus relaciones:
  • Con sigo misma: permanece sola, pero con, en la presencia (compañía) de sí misma, en su identidad personal y cultural de mujer judía, en honesta relación con José: “mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamaran bienaventurada (Lc 1, 47-48).

  • Con el Otro: permanece sola, pero con, en la presencia (compañía) del Dios de sus antepasados (el Otro, trascendente), atenta, humilde, creyente, abierta a la vocación, dispuesta a la misión, feliz: Te saludo, llena de gracia, el Señor está contigo… Dichosa tu que has creído” (Lc 1, 28. 45).
Para vivir esta dimensión religiosa y espiritual de nuestra identidad relacionada, en el día a día, nos apoyamos en el Voto de Obediencia, entendido como disponibilidad para escuchar la voluntad de Dios, discernimiento personal y comunitario, con actitud de fe orante, para clarificarla, libertad para vivirla y testimoniarla.
  • Con los otros: permanece sola, pero con, en la presencia (compañía) de los “otros” (diferentes e iguales), pronta a salir e ir al encuentro de personas individuales que buscan generar vida en medio a las dificultades: “en aquellos días María se puso en viaje hacia montaña… entrando en la casa de... permaneció con ella cerca de tres meses...” (Lc 1, 39); de familias o grupos en fiesta: "se hicieron unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús...” (Jn 2, 1); de personas, comunidades o pueblos martirizados, crucificados, victimas de las diferentes violencia: “estaban junto a la cruz de Jesús, su madre...” (Jn 19, 25); de comunidades de fe, atemorizadas ante los peligros de las persecuciones religiosas: “Regresaron a Jerusalén... Estaban Pedro... junto con… María, la madre de Jesús...” (Hech 1,12-14).
Para vivir esta dimensión social de nuestra identidad relacionada, en el día a día, nos apoyamos en el Voto de Castidad, entendido como disponibilidad para salir de nosotros mismos e ir al encuentro de los otros o para dejarnos encontrar de ellos, revisión permanente de nuestra dinámica afectiva y libertad para amar, crear fraternidad local y universal.
  • Con el mundo-ambiente: los cristianos han identificado a María con esa Mujer “vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza”, que en Ap 12 viene presentada como “signo” del pueblo de Dios que, confiado en la providencia divina, sufre y padece los dolores de parto de cada día, en la dura tarea de dar a luz un mundo en el cual reine el amor. Los cristianos amerindios han percibido en ella la dimensión femenina de la divinidad y la han identificado con la Pachamama, expresión aymara y quechua de la fuerza vivificante de Dios madre, que cuida de sus hijos y sufre cuando es maltratada y explotada. Así viene venerada como la Virgen del Cerro en Potosi – Bolivia, como la Morenita del Tepeyac mejicano, Virgen de Guadalupe que visitó la Patria Grande latinoamericana, con el Sol de la conSOLación en su vientre: “¿Por qué tienes miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?” (Nican Mopohua).
Para vivir esta dimensión económica y laboral de nuestra identidad relacionada, en el día a día, nos apoyamos en el Voto de Pobreza, entendido como “cuidado” de toda la creación, laboriosidad con los “dones” que el Padre Dios nos ofrece a través de la Madre tierra, administración trasparente de los bienes y del dinero, libertad para el uso y la solidaridad con los más pobre y necesitados.