domingo, 12 de julio de 2020

La vida en confrontación


UN DIOS ‘BOTARATAS’


 En la liturgia de la Palabra de este domingo, 12 de julio 2020, tenemos tres parábolas

La primera nos la trae el profeta Isaías que compara la Palabra con la lluvia. La lluvia se precipita desde lo alto, empapa la tierra, la fecunda y regresa, para caer nuevamente. Así debe ser la Palabra de Dios que está diluviando continuamente sobre nosotros. Pero si en vez de tierra buena encuentra un corazón de piedra, se evapora; para volver a insistir, sin desanimarse.

La segunda nos la cuenta Jesús. La Palabra es como la semilla. Es la imagen que Jesús vio desde su infancia, los agricultores de Palestina esparciendo a manos llenas la semilla con la esperanza de cosechar mucho o poco, aprovechando toda clase de terrenos, los pedregales, los senderos, la tierra buena, etc.

Dios esparce también a manos llenas la semilla de su Palabra en el mundo esperando cosechar frutos de: amor, paz, perdón, justicia, servicio, etc., en nuestros corazones y se lleva tremendas sorpresas, pues con frecuencia dice, por boca de Jesús: “No he encontrado en Israel una fe semejante”. Terrenos que se creían áridos, produciendo más y mejores frutos que los cuidadosamente arados.

La tercera parábola nos la sugiere Pablo en la carta a los romanos. Compara la creación con un gigantesco vientre materno que está permanentemente en trabajo de parto, esperando el nacimiento a la vida verdadera que es la que nos espera, a los que creemos, obviamente. De los cuidados que tenga una madre en el periodo de gestación, depende la calidad de vida del niño que va a nacer. De cómo vivamos en este breve espacio y tiempo terrestres depende nuestro futuro eterno.

Si la Palabra de Dios es como la lluvia, no es simplemente el aguacero de los libros canónicos de la Biblia, que ya cayó y basta. No, la Palabra de Dios nos sigue empapando de muchas maneras en todas las épocas.

Hay, sin embargo, algunas cosas en estas tres parábolas que sus autores no reportan.

El profeta Isaías, por ejemplo, habla de lluvia de agua, agua de primera calidad, agua limpia. No conocía otra, que nosotros sí conocemos, el agua contaminada por las emanaciones de las industrias y los vehículos, que cae de las nubes como lluvia ácida y que, lejos de ser benéfica, es letal y en vez de vida produce muerte.

Si por el bautismo nos comprometimos a conocer, practicar y transmitir el evangelio no podemos contaminarlo acomodándolo a nuestra vida egoísta. Esto se hace fácilmente tomando aisladas expresiones de Jesús, por ejemplo: “Los pobres siempre los tendrán entre ustedes” y diciéndole a los pobres que se resignen pues en la otra vida se volteará la arepa y, como en la parábola del rico y el pobre Lázaro, ellos estarán felices mientras el rico se asa en el infierno. O cuando le oímos a Jesús: “Ganen amigos con el maldito dinero para que los reciban en las moradas eternas” tomado así, es un tranquilizante para la conciencia del rico, a quien se le puede decir: dé limosnas y eso le bastará para salvarse.

La semilla de la Palabra a la que hace referencia la parábola del sembrador es la mejor posible, baste decir que es Palabra de Dios.

Pero en tiempo de Jesús no se conocía un descubrimiento en el campo agrícola que consideran extraordinario, los que se lucran de él con ganancias millonarias, y es la manipulación genética de las semillas: las semillas transgénicas. Esas semillas dan cosecha más rápido y de mejor calidad y son resistentes a parásitos; sólo que tienen un pequeño inconveniente, querido por los inventores: si un campesino quiere guardar parte de su cosecha para sembrar nuevamente, no lo puede hacer, porque esas semillas no germinarán, está obligado entonces a comprar las semillas especiales que venden sólo los poseedores de la patente del invento.

De igual manera la Palabra se vuelve semilla transgénica cuando produce frutos excelentes de conversión individual o grupal, pero se queda ahí en una espiritualidad y religión intimistas sin abrirse a la misión, como es el mandato de cristo: “Vayan por todo el mundo a anunciar la buena noticia.”

Sobre la creación en gestación y trabajo de parto. En tiempo de Pablo ni se imaginaban el daño que causan el alcohol, el cigarrillo y las drogas en el feto.

El embarazo de la creación está hoy día en grave peligro por todos los atropellos cometidos por el hombre y esta circunstancia de la pandemia mundial lo ha puesto más en evidencia. Dios sigue suscitando profetas para ayudar a conjurar el desastre: organizaciones ecológicas que advierten sobre las consecuencias de tanta industria contaminante, el nuevo orden económico que se está proponiendo desde Holanda y los últimos documentos del Papa Francisco: “Laudato sii” y “Querida amazonia” que nos interpelan en clave de fe especialmente a los cristianos.

Lo más cierto es que Dios sigue diluviando y esparciendo su Palabra a manos llenas, casi como un ‘botaratas’, esperando con mucha paciencia que los corazones de piedra se conviertan en terreno fértil cuyos frutos lleguen hasta la vida eterna. ´

Domingo 12 de julio 2020, (Is.55, 10-11; Rm.8, 18-23; Mt.13, 1-23)

P. Orlando Hoyos Z. imc.