Misioneros de la Consolata: consagrados para la misión
“Sí
a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”
“Hoy...
sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir
juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de
apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede
convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad … Si
pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador,
tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para
unirse a otros hace bien...”
(87).
Un
hecho de vida
Eran
las 21.18 del Miércoles 26, en la intimidad de mi cuarto, en Roma,
dialogaba con migo mismo y me aplicaba gel de sábila en todo el
cuerpo, mientras le agradecía a la misma planta el alivio que me
deparaba.
La
soledad me envolvía en un silencio dialogante entre el Creador que
me regalaba la sábila, cultivada en el jardín de mi casa por Cris,
emigrante filipino que vino en Europa buscando una vida mejor, la
sábila y yo que interactuábamos, amándonos, en el sueño común de
la salud integral.
De
pronto un movimiento nos interrumpió. La cama se conmovió, los
cuadros de la pared comenzaron a temblar. Terremoto, pensé. No es el
primero, me dije. Desnudo como estoy, no voy a salir. Sentado, con
miedo de caer, alce mis manos a lo alto y exclamé: en tus manos
estoy, espero en ti, buen Dios! Un suspiro con pregunta exhalé: por
qué tiemblas “madre tierra”?
Una
respuesta a mi pregunta llegó al instante por Internet. El Corriere
della Sera informaba de un terremoto de magnitud 5.4, a las 19.11 de
la tarde, con epicentro en la provincia de Macerata, al centro de
Italia, cuya réplica de magnitud 6.2 sentí yo, dos horas más
tarde, a las 21.18.
Esta
respuesta informativa, que casi culpaba la tierra del atropello a la
población y al patrimonio cultural de una linda y antigua región,
en nada se refirió al “gemido”, al dolor de la tierra, ni al
aullido lastimero y alertador de los perros, que también sufren,
mientras esperan la liberación, como nos lo recuerda San Pablo en la
Carta a los Romanos 8,13-23.
Las
redes de la comunión se activaron inmediatamente desde las
Filipinas, Corea del Sur, el Kenya, Angola, Mozambique, Colombia,
Brasil, México, Estados Unidos, Sydney, España, Portugal y otros
lugares más: cómo estas? era la pregunta general; Bien! me venia
espontáneo; Gracias a Dios! fue el coro final. Continuaron los
intercambios de palabras, videos y fotos, hasta que el sueño me
arrulló en la noche, a la espera del nuevo sol.
Nosotros
los humanos somos “terrano” (nuestra
identidad)

Nuestra
existencia personal,
como la de Jesús y la de María, está preñada de soledad
(identidad) y a la vez de compañía (relacionalidad), culturalmente
tejida, tal y como lo entiende el magisterio de la Iglesia en
AmerIndiaAfroLatina, apoyada en el Concilio Vaticano II y la
Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi nn. 18 y 20: “Con la
palabra 'cultura' se indica el modo particular como, en un pueblo,
los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos
y con Dios” (GS 53b) de modo que puedan llegar a “un nivel
verdadera y plenamente humano” (GS 53a). Es 'el estilo de vida
común' (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos, por ello
habla de 'pluralidad de culturas' (GS 53c) y no de 'la cultura' (cfr.
DP 386).
La
cultura, entonces, como estilo y proyecto de vida de pueblos o grupos
sociales, remite siempre a identidades especificas, humanamente
construidas y constructoras a su vez de humanidad. No se pueden
diluir en una pretendida cultura universal, impuesta por la
globalización de capitales, tecnologías y comunicaciónes, sin
sujeto ni corazón. La “comunidad de vida” (cfr. Carta de la
tierra) necesita de las culturas para no morir y de la
interculturalidad para el “buen vivir” o “Sumak
kawsay”,
que en
Quechua
significa “la plenitud de vida en comunidad, junto con otras
personas y la naturaleza”.
Culturas
tejidas por “terranos”
Personalmente
me gusta la tarea y la técnica del tejer,
aunque en mi mundo cultural (Aguadas) no la pude aprender porque era
cosa de mujer. No se conversaba entonces sobre relaciones de genero.
El tejer, que puede ser manual o industrial, es siempre tarea
delicada, artística, estética y ética. Más aún el arte de tejer
relaciones vitales para la vida.
El
Papa Francisco, artista de relaciones, nos propone la luz del Señor
Jesús para esa misión de tejer nuevas relaciones, Sol naciente que
nos viene a visitar: “por
la entrañable misericordia de nuestro Dios, (…) para iluminar a
los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros
pasos por el camino de la paz”
(Lc 1, 78-79).

Reflexionando
la teología de la ConSolación, mientras contemplamos el cuadro de
la ConSolata, podemos alimentar nuestra espiritualidad misionera para
seguir tejiendo las nuevas relaciones, al servicio de una vida
integral digna y de calidad.
La
ConSolata, un SI a las nuevas relaciones
El mismo nombre ya nos las sugiere, pues tanto la
expresión dialectal piamontesa “Consolà”, como
su correspondiente italiana “Consolata”, como
participio
pasado, de genero femenino, del verbo latino
consolor,
consolar, contiene
en sí misma significado pasivo, “aquella
que es consolada” y
activo “que consuela”. Esto por la transitividad activa, pasiva y
refleja del verbo consolar y porque su sustantivo consolación
indica, al mismo tiempo, el efecto de consolar y el estado de quien
es consolado y de quien consuela. Se trata pues de un movimiento
personal (yo consuelo y me consuelo) y al mismo tiempo social,
recíproco, de ida (yo consuelo) y vuelta (soy consolado), de
intercambio. Cum-solus, “estar
con”, es exactamente la función de la
consolación, ser compañía del otro en su soledad, sin dejar de
acompañar la propia soledad: amar a Dios y al prójimo como a sí
mismo (Mt 22,39, Lc 10,27), como lo ha hecho Jesús (cfr Jn 13,34).
María ConSolata en sus relaciones:
-
Con sigo misma: permanece sola, pero con, en la presencia (compañía) de sí misma, en su identidad personal y cultural de mujer judía, en honesta relación con José: “mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamaran bienaventurada (Lc 1, 47-48).
-
Con el Otro: permanece sola, pero con, en la presencia (compañía) del Dios de sus antepasados (el Otro, trascendente), atenta, humilde, creyente, abierta a la vocación, dispuesta a la misión, feliz: “Te saludo, llena de gracia, el Señor está contigo… Dichosa tu que has creído” (Lc 1, 28. 45).
Para vivir esta dimensión
religiosa y espiritual de nuestra
identidad relacionada, en el día a día, nos apoyamos en el Voto
de Obediencia, entendido como
disponibilidad para escuchar la voluntad de Dios, discernimiento
personal y comunitario, con actitud de fe orante, para clarificarla,
libertad para vivirla y testimoniarla.
-
Con los otros: permanece sola, pero con, en la presencia (compañía) de los “otros” (diferentes e iguales), pronta a salir e ir al encuentro de personas individuales que buscan generar vida en medio a las dificultades: “en aquellos días María se puso en viaje hacia montaña… entrando en la casa de... permaneció con ella cerca de tres meses...” (Lc 1, 39); de familias o grupos en fiesta: "se hicieron unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús...” (Jn 2, 1); de personas, comunidades o pueblos martirizados, crucificados, victimas de las diferentes violencia: “estaban junto a la cruz de Jesús, su madre...” (Jn 19, 25); de comunidades de fe, atemorizadas ante los peligros de las persecuciones religiosas: “Regresaron a Jerusalén... Estaban Pedro... junto con… María, la madre de Jesús...” (Hech 1,12-14).
Para
vivir esta dimensión
social
de nuestra identidad relacionada, en el día a día, nos apoyamos en
el Voto
de Castidad,
entendido como disponibilidad para salir de nosotros mismos e ir al
encuentro de los otros o para dejarnos encontrar de ellos, revisión
permanente de nuestra dinámica afectiva y libertad para amar, crear
fraternidad local y universal.
-
Con el mundo-ambiente: los cristianos han identificado a María con esa Mujer “vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza”, que en Ap 12 viene presentada como “signo” del pueblo de Dios que, confiado en la providencia divina, sufre y padece los dolores de parto de cada día, en la dura tarea de dar a luz un mundo en el cual reine el amor. Los cristianos amerindios han percibido en ella la dimensión femenina de la divinidad y la han identificado con la Pachamama, expresión aymara y quechua de la fuerza vivificante de Dios madre, que cuida de sus hijos y sufre cuando es maltratada y explotada. Así viene venerada como la Virgen del Cerro en Potosi – Bolivia, como la Morenita del Tepeyac mejicano, Virgen de Guadalupe que visitó la Patria Grande latinoamericana, con el Sol de la conSOLación en su vientre: “¿Por qué tienes miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?” (Nican Mopohua).
Para
vivir esta dimensión
económica y laboral
de nuestra identidad relacionada, en el día a día, nos apoyamos en
el Voto
de Pobreza,
entendido como “cuidado” de toda la creación, laboriosidad con
los “dones” que el Padre Dios nos ofrece a través de la Madre
tierra, administración trasparente de los bienes y del dinero,
libertad para el uso y la solidaridad con los más pobre y
necesitados.