EL RESPIRADOR QUE NO FALLA: EL ESPÍRITU
SANTO
(Hechos 2, 1-11; 1Cor. 12, 3b-7. 122-13;
Juan 20, 19-23)
Pentecostés
es la fiesta de la venida del Espíritu Santo y se celebra cincuenta días
después de la Pascua. En el antiguo Israel era una de las tres grandes fiestas
de los judíos llamadas de peregrinación pues en ellas debían ir a Jerusalén a
adorar a Dios en el único y verdadero templo que se había elegido. Las otras
eran: Pascua y Los Tabernáculos. Estaba destinada a dar gracias a Dios por las
cosechas y en ella se ofrecían los primeros frutos. Después la tradición
rabínica la relacionó con la promulgación de la ley Mosaica en el Sinaí y por
eso los Padres de la Iglesia dicen que el nuevo Pentecostés es el día de la
nueva ley, la del amor, promulgada por el Espíritu Santo.
Estamos
en un encierro, por miedo. Miedo al contagio del coronavirus, miedo a enfermarnos,
miedo a la muerte. Sí, en el fondo es miedo a la muerte así tratemos de
disfrazarlo con otros motivos de apariencia muy altruista: que soy joven y
tengo mucho que aportarle a mi país; que soy padre, madre de familia, tengo
hijos pequeños y no puedo dejarlos desamparados; que soy sacerdote misionero y
hay muchas almas que necesitan de mi ayuda espiritual, etc., etc., etc.
Los
discípulos de Jesús, nos dice el evangelista San Juan en el evangelio de hoy,
estaban también encerrados, con las puertas trancadas también por miedo a los
judíos. Pero era, en su caso indudablemente, miedo a la muerte y una muerte tan
cruel como la que le había tocado nada menos que a su Maestro, Jesús, porque
después de Él seguirían sus secuaces.
Si
llegara a nuestra casa en esta pandemia alguien con la credibilidad del Doctor
Manuel Elkin Patarroyo, por ejemplo, y nos dijera que nos trae una vacuna
ciento por ciento efectiva para protegernos del virus y nos asegurara que aplicándonosla podemos
volver a la vida normal que teníamos antes, nuestra actitud cambiaría
radicalmente. Sería como volver a nacer.
A
los discípulos les sucede algo inesperado, aunque les había sido anunciado pero
ellos no le creyeron entonces; se les aparece Jesús en persona, resucitado,
entrando sin abrir puertas, sin quitar trancas, pero es Él mismo porque tiene
las huellas de su crucifixión. Y les trae la cura, la vacuna contra el miedo: “¡Les traigo la paz! Dicho esto les mostró
las manos y el costado.” Y como si fuera poco les da el remedio permanente
definitivo: “En seguida sopló sobre ellos
y les dijo: reciban el Espíritu santo.”
En
esta larga cuarentena se ve y se oye de todo. Hay, por ejemplo, un movimiento
mundial de rechazo a las vacunas y sus adherentes seguramente preferirían morir
antes de dejarse vacunar, sin tener en cuenta el dato científico que las
vacunas han salvado miles de vidas en todo el mundo.
Lastimosamente
hay también quienes, ante la lluvia de dones del Espíritu Santo, que, a
propósito, no son sólo siete, son muchos más; la Iglesia nos propone siete como
una muestra de los que le parecen más significativos; hay quienes, decía, sacan
el paraguas de su egoísmo, materialismo, resistencia al perdón y la
reconciliación haciéndose impermeables a la gracia. Esos son los que tienen, según
Jesús, el pecado más grave que existe, el pecado contra el Espíritu Santo.
El
Espíritu es soplo, soplo de vida. Según el relato de la creación el Señor Dios modeló al hombre con barro de
la tierra, un muñeco como cualquier otro, pero lo marcó con una diferencia
esencial, le sopló en su nariz aliento de
vida.
La
preocupación más grande en la pandemia
actual es que no haya suficientes ventiladores para los casos que los requieran
o sea que la vida es cuestión también hoy de aliento, de soplo, de aire, de
oxígeno.
Al
hombre creado por Dios se le fue agotando el soplo de vida a causa del pecado y
el Padre celestial envió a su hijo Jesús en su ayuda; por eso a los discípulos,
que a causa de la muerte de su Maestro estaban a punto del colapso, les infunde
ese soplo de vida, el Espíritu Santo, como una nueva creación. Y ese sí es el
respirador que no falla, no se agota, Jesús se lo da a todo el que se lo pide
con fe. El Espíritu sopla donde quiere (Spiritus ubi vult spirat).
Es
conmovedor ver a esas personas que se han recuperado de la Covid-19 saliendo de
las clínicas en medio de aplausos, felices, sonrientes; y es más admirable aún
ver a médicos o enfermeras que después de recuperarse vuelven con más entusiasmo
a seguir ejerciendo su profesión-vocación de salvar vidas.
También Jesús les dice a sus discípulos: “Así como el Padre me envió, los envío Yo a
ustedes” como quien dice difundan, popularicen la cura que les di, gratis
la han recibido denla gratis y los nombra administradores de su misericordia: “A quienes les perdonen los pecados les
quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.
Pero, ojo, somos administradores no dueños de la misericordia, del perdón de
Dios y nuestra medida, por tanto, debe ser la de Él, como lo dijo Jesús: “Sean misericordiosos como el Padre
celestial es misericordioso.”
Entre
las muchas actividades que nos proponen para este confinamiento preventivo que
estamos viviendo está el aprendizaje de una lengua nueva o repaso de alguna que
ya sepamos o de nuestra misma lengua nativa y para eso se encuentran cantidad
de tutoriales en internet. Uno puede practicar y verificar los progresos de ese
aprendizaje con la propia familia pero la corroboración del éxito de ese
aprendizaje será cuando podamos salir y viajar a los lugares donde se hable
dicha lengua.
Pentecostés
está asociado a lenguas. Lenguas simbólicas como las que se posaron sobre los
discípulos y la Virgen María reunidos en el cenáculo y lenguas, idiomas, como
instrumento para proclamar las maravillas de Dios. En la narración de la Torre
de Babel la diversidad de lenguas significó desentendimiento y dispersión. En
Pentecostés la variedad de lenguas significó unión, no porque los apóstoles
hablaran la lengua de cada grupo étnico sino porque todos, gracias a la acción
del Espíritu Santo, entendían el mensaje en la única lengua, el idioma que se
volverá universal de ahí en adelante que será el idioma, el lenguaje del amor.
Lastimosamente
en este encierro obligatorio hay familias, hogares o grupos de personas que se
parecen más a Babel que a Pentecostés y no porque no se entiendan en términos
lingüísticos sino porque les falta la lengua, el idioma del Espíritu Santo,
Espíritu de verdad, de amor, de comprensión. Da pena escuchar noticias y
estadísticas que indican un aumento de violencia intrafamiliar en estos días.
Que
ese Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo, el refuerzo de la
confirmación y los continuos soplos de vida que vamos recibiendo continuamente
nos renueven; y que se note, cuando salgamos a cumplir la tarea evangelizadora
encomendada por Jesús, un cambio como el que experimentaron los discípulos en
Pentecostés y del que se admiraban quienes los oían pregonar las maravillas de
Dios.
P. Orlando Hoyos Z. imc.
Párroco
Parroquia Madre de las Misiones
Modelia - Bogotá
Párroco
Parroquia Madre de las Misiones
Modelia - Bogotá
Pentecostés, 31/05/2020