viernes, 9 de febrero de 2024

Iglesia en la Amazonia

 "Propuesta espiritual  de la Iglesia en la Amazoía
 pasado - presente - futuro"  (16/02/2022)


Algunas premisas

1.      La propuesta espiritual de la Iglesia en la Amazonía: pasado - presente y futuro, se me ofrece inviable en y para esta breve charla y su finalidad. En todo caso, podemos siempre referirnos al Sínodo para la Amazonia y la subsiguiente Exhortación Apostólica, “Querida Amazonia”, del Papa Francisco (2019 – 2020).

2.      Igualmente, inviable me aparece la pretensión de abarcar toda la Amazonia, con 7,4 millones de km2 y sus 104 jurisdicciones eclesiales en los nueve países que la integran: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Guyana francesa, Perú, Surinam y Venezuela.

3.   Mi breve contribución se circunscribirá, aunque no exclusivamente, a la propuesta espiritual de la Iglesia Católica en el Caquetá – Putumayo, territorio del Vicariato Apostólico de Puerto Leguizamo – Solano, en el contexto de una misión de frontera, en las fronteras colombo peruana - ecuatoriana y los Vicariatos de San José del Amazonas y San Miguel de Sucumbíos.

4.    En relación con los tiempos, en el pasado no podré detenerme, aunque debería de hacerlo en ese remoto, ates de la invasión (descubrimiento o encubrimiento), la conquista y la colonia. Una buena luz nos llegó con ocasión de los 500 años (¿de qué …?), nos preguntábamos en ese 1992 y durante la Asamblea Episcopal latinoamericana, en Santo Domingo, cuando oficialmente se registró un cambio de visión, actitud y comportamiento, en relación con la propuesta de la Iglesia Católica para la Evangelización en el presente y el futuro del Continente de la Esperanza).

“La Amazonía es todavía una incógnita. No se la comprende. Al mismo tiempo la Amazonía es un reto y una promesa. Comprender el presente de esta inmensa región implica conocer e interpretar su pasado son la base para imaginar y construir su futuro Hablar de la Amazonía es ante todo hablar de su gente y particularmente de esa quinta parte de su población que es en gran medida depositaria de la experiencia acumulada durante decenas de siglos en lo que toca al conocimiento, compresión utilización de su naturaleza. Hoy, el avance impetuoso de la Federaciones Indígenas Amazónicas hace que éstas se vayan colocando a la cabeza en cuanto a la propuesta y ejecución de alternativas para el desarrollo regional. La cultura indígena, por otra parte, está presente de alguna manera en toda la población de la selva. Hasta hace poco se usaban despectivamente términos “salvajes”, “incivilizados”, “indios”, para referirse a los herederos directos de lo que los investigadores vienen llamando “Culturas del Bosque Tropical”, cuyo desarrollo fue interrumpido a partir de la invasión europea. Los historiadores indagan en los escritos de los primeros españoles que pasaron por la región o se asentaron en ella, buscando su re-lectura. Los antropólogos y etnólogos intentan reconstruir la vida de los pueblos antiguos principalmente a partir de la vida presente. Los lingüistas estudian las características comunes de las lenguas indígenas para tratar de establecer las relaciones existentes entre los pueblos antiguos y de alguna forma su ubicación en el espacio”. (José Barletti, Febrero de 1992. A los 450 años del Descubrimiento Español del Río Amazonas, Los Pueblos Amazónicos en el tiempo de la llegada de Orellana; cfr. PDF en archivo).

5.    El presente lo identifico con la actualidad del Vicariato de Puerto Leguizamo Solano: “El Vicariato Apostólico de Puerto Leguizamo Solano, fue creado por su santidad el Papa Benedicto XVI, el 21 de febrero del 2013, desmembrado del entonces Vicariato Apostólico de San Vicente y Puerto Leguizamo. Su contexto es netamente Amazónico, ya que se encuentra enclavado en la Amazonía Colombiana. Si bien hoy se haya habitado por múltiples pueblos, razas o grupos étnicos y culturas, el reflejo más genuino de este territorio se descubre en los rostros de los pueblos originarios aquí presentes. A nuestro Vicariato Apostólico lo enriquece sobre manera la presencia de diversos pueblos aborígenes. En el municipio de Leguízamo se hallan 15 Resguardos y 23 Cabildos, en su mayoría compuestos por comunidades Múrui, Kichwa, Koreguaje, Siona y Nasa. El municipio de Solano cuenta con 20 Resguardos y 9 Cabildos, conformados por Koreguajes, Uitotos, Ingas, Nasas y Andoques. En el corregimiento de Puerto Alegría se encuentra un Resguardo y tres Cabildos, conformados por pueblos Kichwa y Múrui. En total, el Vicariato cuenta con 36 Resguardos y 35 Cabildos. En la actualidad, se encuentran todos ellos forjando procesos de recuperación de la identidad y de la organización propia, a partir de la lectura de su historia que, en muchos casos y muchas veces, ha sido traumática”. (cfr. Proyecto: Implementación de un Centro Amazónico de Pensamiento Intercultural).

El futuro estará garantizado con las búsquedas colectivas, sistemáticas y sistematizadas, en este presente.

Propuesta espiritual de la Iglesia en el pasado

En la colonia, el Caquetá – Putumayo contaron con expediciones de franciscanos, jesuitas, dominicos y mercedarios, venidos de Popayán, Lima y Quito. A finales del siglo XVII los jesuitas dejaron la región y fueron destinados a fortalecer la evangelización en Maynas3. Los franciscanos continuaron esta misión las siguientes décadas, pero una cédula real de 1784 resolvió acabarla debido al poco personal y para evitar las relaciones con los portugueses.

Luego entra la Orden de Frailes Menores que, es sin duda alguna la que ha emprendido mayor número de obras de más trascendencia, con más personal y más recursos y en mayor área en la actuación misional, la evangelización y civilización de la multitud de tribus diseminadas en las extensas regiones del Caquetá, Putumayo y Amazonas, y en procurar su progreso espiritual y material hasta convertir gran parte de estas regiones, inhóspitas y bravías en el estado de civilización y adelanto que actualmente se hallan (Historia eclesiastica de la Amazonia Colombiana.pdf).

Finalmente han ido entrado otras Congregaciones o Institutos misioneros, masculinos y femeninos, entre otros los Redentoristas, las Misioneras de la Madre Laura, las Hermanas de la Presentación, los Misioneros/as de la Consolata, los Misioneros eudistas, etc.

Es bueno reconocer que, desde hace un par de décadas algunos historiadores, han incorporado nuevas maneras de comprensión al tema-problema de la evangelización en Hispanoamérica, a contraluz de la visión eclesiástica que primaba en el panorama historiográfico sobre los periodos colonial y republicano. Así, mientras que los trabajos tradicionales se han encargado de resaltar el carácter “valeroso” de los misioneros al civilizar a los indios “bárbaros” y de restringirse a la descripción de sus vidas y producciones bibliográficas,1 las investigaciones renovadoras han incorporado un enfoque etnohistórico con el fin de mostrar que los nativos tenían una función activa en las labores misionales. De este modo, los historiadores que han adoptado esta óptica entienden la misión como una institución de frontera que solo puede entenderse en el contexto más general de las políticas coloniales españolas y la analizan como una entidad que, si bien ha perdurado, se ha transformado en el tiempo.

En esta nueva perspectiva se ubica “Civilización, frontera y barbarie” de Misael Kuan Bahamón, obra que aborda la presencia de las misiones capuchinas en Caquetá y Putumayo desde 1893 hasta 1929. Kuan Bahamón contextualiza el tema de la labor misional y evidencia la función que tenían los diferentes actores y las relaciones económicas, sociales y políticas que se tejieron en ella. La obra parte de una visión general cuyo fin es evidenciar los intentos de las autoridades civiles y eclesiásticas para incorporar política y económicamente estas regiones. Con base en fuentes secundarias, se describe la llegada de diferentes órdenes religiosas, la fundación de pueblos, las dificultades que vivieron los misioneros para evangelizar a los indios y el abandono de las misiones desde la década de 1780 hasta mediados del siglo XIX. Es decir, en esta primera parte se trata de un enfoque amplio, aunque somero y descriptivo, que explica los fracasos de la empresa misionera. Posteriormente, con una bibliografía más rica y la incorporación de prensa y documentos oficiales, se analiza la situación del Gran Caquetá desde la reinstalación de las misiones jesuíticas, su posterior expulsión y el retorno de la orden capuchina al Putumayo luego de la creación de la custodia Ecuador-Colombia en 1873. El autor demuestra que el gobierno encomendó a los misioneros la evangelización de los diferentes grupos indígenas que habitaban aquellos territorios con el fin de adquirir tierras y mano de obra que explotara su propio territorio, y así pudiera insertar a Colombia en el orden comercial internacional mediante la respuesta a la creciente demanda por quina y caucho. En este punto, el autor logra evidenciar, a partir de testimonios directos, el daño ambiental causado por la economía extractiva y la devastación que sufrieron las comunidades indígenas, debido a las enfermedades que les transmitieron los colonos y a los tratos violentos que recibieron de misioneros y compañías comerciales caucheras como la Casa Arana. Así, se ofrece una visión crítica sobre la ampliación de la frontera agrícola nacional en medio de los proyectos progresistas de los gobiernos conservadores de finales del siglo XIX y principios del XX, sin dejar de lado el impacto que esto tuvo sobre las comunidades indígenas. La narrativa continúa haciendo énfasis en la historia misional entre 1893 y 1905, cuando las misiones eran más “itinerantes”, y de 1905 a 1929, cuando se instauró la Prefectura Apostólica del Caquetá. Para la primera etapa el autor presenta un bosquejo de la Orden Capuchina desde su surgimiento, y especifica la forma como se instauraron las primeras residencias en Putumayo y Caquetá. A su llegada, los misioneros realizaron expediciones, impartieron sacramentos y emprendieron tareas de educación entre los nativos para conocer el territorio y controlar la vida de sus habitantes. Para ello, desempeñaron funciones políticas, constriñeron a los indígenas que se rehusaban a la aceptación de trabajos forzados y de imposiciones religiosas, y buscaron reorganizar la población segregando a los indígenas de los colonos. El autor destaca que con la formación de la Prefectura Apostólica el proceso catequético adquirió matices cada vez más complejos: la relación entre labores misionales, colonización territorial y “civilización” de los nativos se desarrolló de forma intensa a partir de métodos ya conocidos de enseñanza e impartición de sacramentos. Asimismo, se emplearon nuevas estrategias como la fundación de poblados indígenas cercanos a los asentamientos de los colonos, la construcción de vías de comunicación para eliminar el aislamiento del territorio y la extirpación de costumbres y creencias nativas. Una razón para implementar estos métodos entre la población indígena, según interpreta críticamente Kuan Bahamón, fue la adopción de valores y lógicas laborales, propias del mundo industrializado, para el crecimiento económico del país. De aquí que los nativos hayan ejercido una fuerte resistencia, aunque al mismo tiempo manifestaran una notable asimilación de expresiones católicas. Los misioneros, por su parte, comenzaron a defender a los indígenas del maltrato que recibían de los caucheros, lo que daría cuenta, según el autor, de una transformación de la visión misional y, por lo tanto, de cierto intercambio cultural entre misioneros e indígenas. Kuan Bahamón consultó documentos del Archivo General de la Nación (fondos Baldíos y Ministerio de Gobierno) y un gran número de cartas, informes de misión y crónicas de expediciones que reposan en el Archivo de la Diócesis de Mocoa-Sibundoy. La importancia de haber empleado la información de este archivo —una de las principales virtudes de esta investigación por las dificultades que supone para los historiadores la consulta de archivos eclesiásticos— radica en exponer el funcionamiento interno de las misiones, la visión que tenían los misioneros, las dificultades a las que se enfrentaron y, en el ínterin, las resistencias de los indígenas y las negociaciones culturales entre ambos actores. Sin embargo, este último aspecto no se analiza a profundidad y, en ocasiones, se reduce a mostrar las formas como los indígenas se apropiaron de la doctrina católica. En conclusión, “Civilización, frontera y barbarie” es un aporte a la comprensión histórica de la presencia misionera en una parte del territorio colombiano. Su nivel crítico fue posible gracias a la lectura e interpretación de diversas fuentes, que sitúan el tema en perspectiva amplia y analizan aspectos minúsculos de las misiones y el tratamiento a los indígenas, con lo que muestra una realidad altamente compleja de interacciones entre misioneros, gobierno, colonos y nativos. La violencia ejercida sobre los indígenas, y a la vez las negociaciones entre los diferentes grupos, refleja la vitalidad de las relaciones sociales en un contexto donde predominaban intereses económicos y políticos. La historiografía colombiana se ha nutrido paulatinamente de investigaciones que indagan por las misiones durante la época republicana,3 pero carece de este tipo de trabajos para las centurias precedentes. La aproximación de Misael Kuan Bahamón a las empresas misionales durante la colonia es testimonio de la poca comprensión que aún se tiene de las misiones en este periodo, pues incluso desde nuevas perspectivas el autor se ve abocado a hacer un recuento tradicional de la fundación de pueblos y la llegada de las diferentes órdenes religiosas a los territorios fronterizos. (Cfr Misael Kuan Bahamón. Civilización, frontera y barbarie. Misiones capuchinas en Caquetá y Putumayo, 1893-1929. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2015, 219 pp. María del Pilar Ramírez Restrepo).

En la segunda mitad del siglo XIX Colombia se incorporó al nuevo orden mundial como exportador de materias primas y productos agrícolas hacia Europa y Estados Unidos. La búsqueda de nuevos recursos y de nuevas tierras tuvo como efecto la ampliación de la frontera agrícola. Esto implicó la búsqueda de mano de obra barata como la de los indígenas que habitaban los territorios de frontera. La incorporación de los indígenas al sistema económico también significó civilizarlos.

Los misioneros católicos fueron considerados idóneos por políticos de corte conservador para realizar tal empresa, pero debido a las persecuciones liberales de la segunda mitad del siglo XIX, su presencia fue nimia. Con los gobiernos de la Regeneración los misioneros son considerados como portavoces de la civilización. El Concordato de 1887 y el Convenio de misiones de 1902, firmados entre el Estado y la Santa Sede, encargó a las comunidades religiosas algunas atribuciones de gobierno y la evangelización de los sitios de frontera de Colombia2.

Con la República los jesuitas regresaron a mediados del siglo XIX, pero rápidamente fueron expulsados del país en 1850 por José Hilario López quien arguyó el poder corruptor de las “doctrinas del jesuitismo”.

La incursión de los religiosos Capuchinos (1893 y 1929), la podríamos sintetizar en breves anotaciones:

·         Ellos entraron como adalides de un proyecto civilizador estatal en el que la religión tenía un papel importante.

·         Fueron un elemento clave de defensa del territorio ante los intereses económicos de caucheros peruanos.

·         Lo complejo de su misión es que les correspondió hacer las veces de gobernadores civiles al regentar la educación, construir carreteras, otorgar tierras y dirigir la moralidad de las gentes.

·         Obraron, entonces, como intermediarios de la ampliación de la frontera colombiana y de la defensa de la frontera interna.

·         Su método itinerante entre 1893 y 1905, posteriormente, entre 1905 y 1929, se tornó presencia institucional, cuando se creó la Prefectura Apostólica del Caquetá.

·         En el primer periodo aplicaron métodos misioneros tradicionales de evangelización como las expediciones, la reducción de indígenas, la celebración de sacramentos y la educación.

·         Poco a poco se fueron mostrando insuficientes, en la medida que iba cambiando la realidad del Gran Caquetá con la presencia de empresarios colombianos y de otras nacionalidades que venían a explotar quina y caucho.

·         Con la creación de la Prefectura la labor misionera se concibió como de formación de Iglesia, en consonancia con los dictados de las congregaciones vaticanas que imprimían en la labor misionera la insistencia en evangelizar y al mismo tiempo civilizar.

·         De esta manera, a los antiguos métodos se agregaron formas de transformación del entorno como construcción de carreteras y de escuelas, entre otros.

·         En este periodo fue muy importante el misionero catalán fray Fidel de Montclar, Prefecto Apostólico del Caquetá.

Propuesta espiritual de la Iglesia en el presente (en construcción)

Esta propuesta surge, de manera oficial, e el Concilio Vaticano II y va tomando forma contextualizada en las Asambleas Generales del Episcopado latinoamericano y caribeño, e los Congresos Misioneros Latinoamericanos (COMLA) y Americanos (CAM) y en los Encuentros de Pastoral Afro descendiente nacionales y continentales.

Tanto en la comprensión como en el estudios de la realidad y de la praxis evangelizadora, resulta clave e iluminador el aporte de las ciencias sociales, especialmente el de la Antropología que, en esta búsqueda de la Propuesta espiritual de la Iglesia en la Amazonía, nos servirá de plataforma para enmarcar el pasado, el presente y el futuro.  

De la civilización a la cultura

"Con la palabra 'cultura' se indica, en sentido general, todo aquello con 10 que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano. De aquí se sigue que la cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico y social, y que la palabra 'cultura' asume con frecuencia un sentido sociológico y etnológico. En este sentido se habla de la pluralidad de culturas. Estilos de vida común diversos y escalas de valor diferentes encuentran su origen en la distinta manera de servirse de las cosas, de trabajar, de expresarse, de practicar la religión, de comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias, las artes y de cultivar la belleza" (GS, 53). Se nos revela aquí una visión dinámica, histórica y concreta de la humanidad que se va construyendo. Nos ofrece una pauta de lectura de la historia contemporánea, una consideración antropológica del progreso ofrecido al hombre individual y colectivo. La Iglesia se daba de este modo a sí misma un instrumento de análisis moderno para comprender mejor al mundo y ejercer en él el papel que Ie correspondía. Era una lenta, pero decisiva, conquista intelectual, dado que la Iglesia, acostumbrada desde León XIII a hablar más bien de civilización, fue adoptando muy lentamente el concepto antropológico de cultura. Todavía en tiempos de Pio XII se entendía la cultura casi exclusivamente en sentido humanista.

La fe cristiana en América Latina

La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos.

A este respecto, la V Conferencia General va a reflexionar sobre esta situación para ayudar a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por Él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.

Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.

En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, “el amor hasta el extremo”, no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.

La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:

ü  El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

ü  el amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de vida;

ü  el Dios cercano a los pobres y a los que sufren;

ü  la profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas palabras: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?” (Nican Mopohua, nn. 118-119).

ü  Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar. (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13-31 de mayo de 2007, Documento conclusivo. Discurso inaugural de su Santidad Benedicto XVI, Domingo 13 de mayo de 2007).

 2.1.1 Situación Sociocultural, Aparecida nn 43 – 59

2.1.5 Presencia de los pueblos indígenas y afroamericanos en la Iglesia, Aparecida nn 88 – 97

 Una plataforma cultural, punto de referencia

     Ø  El Ser humano nace y hace en la relacionalidad (creador de cultura)

Ø  Las culturas, entes vivos, dinámicos, que se construyen en la relacionalidad

Ø  Hoy, llamados a ser creadores de culturas para la vida: teniendo presente el pasado, el presente y el futuro.