viernes, 27 de junio de 2025

La misión está en el corazón

 La misión está en el corazón

La misión en el corazón del Papa Francisco y de San José Allamano

Apoyado en la “Carta encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo”, Dilexit Nos (Él nos ha amado), publicada por el Papa Francisco el 24 de octubre de 2024, dedicada al Corazón de Jesús, quiero reflexionar sobre un grito recurrente entre los jóvenes de la Animación Misionera Juvenil y Vocacional de los Misioneros de la Consolata en Colombia: “La misión está, ¡en el corazón”!

Cuando el corazón arde incendia

 La Animación Misionera Juvenil busca, desde el corazón de los jóvenes, inyectar ánimo, dinamismo misionero, en cada joven, en las familia y comunidades, en los colegios y universidades, en la Iglesia y el mundo, convencidos, con el Papa Francisco que ese es: “el camino de la renovación eclesial; pero también decir algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón”. Ellos lo gritan en las calles, lo celebran en las liturgias e intentan vivirlo en las convivencias, en las experiencias formativas, y misioneras, Tratando de contagiar el mundo de amor.

Para los jóvenes amar y servir, convivir y compartir, es vivir desde el corazón, es su pasión y poco a poco se convierte en su misión. Como para el Papa Francisco, en palabras de del subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación, Antonio Spadaro, “escribir una encíclica sobre el corazón significa que entrar en el corazón de Cristo nos permite sentirnos amados por un corazón humano lleno de afectos y sentimientos como los nuestros. La espiritualidad de Francisco, en este sentido, se aleja de las formas desencarnadas y rigoristas. Él cree que la espiritualidad implica profundamente el alma humana, los sentimientos y la dimensión física del ser humano».

“Hacia el final del documento, el papa Francisco establece una conexión entre la devoción al Sagrado Corazón y el compromiso misionero. Esta conexión está en continuidad con otros documentos de su magisterio. Por ejemplo, en Evangelii Gaudium advertía sobre “el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (n. 176) y, por ello, dedicaba parte del documento a reflexionar sobre la dimensión social de la evangelización. De manera similar, en Dilexit Nos, el obispo de Roma reserva una sección para reflexionar sobre “la dimensión comunitaria, social y misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo” (n. 163), precisando que “el Corazón de Cristo nos lleva al Padre y nos envía a los hermanos”. Estas dimensiones muestran una preocupación constante en su magisterio: “una mirada más integral e integradora” (Laudato si', n. 141) de la espiritualidad, la evangelización y la ecología”. (Marco Enrique Salas Laure, 10/02/2025, el portal de Religión Digital).

El amor transforma

Recuerdo aquí un breve de texto de Virginia Azcuy, teóloga argentina: “Las dimensiones comunitaria y social de la espiritualidad cristiana están implicadas mutuamente, porque la Iglesia-comunidad peregrina en medio de los pueblos para anunciar el reino de Dios, cuya realidad salvífica es inseparable de la promoción humana integral”. No se trata pues de una espiritualidad intimista que encierra e individualiza, sino activa, creativa y propositiva, en salida hacia “otro mundo posible”, que lo va construyendo a través de “los frutos de servicio, fraternidad y misión que el Corazón de Cristo produce a través de nosotros”, dice el Papa (n. 163). En consecuencia, escribe Francisco: “Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común” (n. 217).

Es en esta línea que el Papa desarrolla “la dimensión misionera de nuestro amor” (n. 205), articulada en cuatro partes: el objetivo de la misión (n. 208); el sujeto de la misión (n. 209); el testimonio misionero (n. 210); y el anuncio misionero (n. 216).

La misión, cuestión de amor

“A la luz del Sagrado Corazón, la misión se convierte en una cuestión de amor”, leemos en el numeral 208 de Dilexit Nos. Así, si la salida misionera es el paradigma de toda la tarea de la Iglesia, esta se cualifica por el amor que busca “dilatar en este mundo sus oleadas de infinita ternura” (n. 197). Al beber del amor de Jesús evitamos el riesgo de que “se digan y se hagan muchas cosas, pero no se logre provocar el feliz encuentro con ese amor de Cristo que abraza y que salva» (n. 208). La misión es una cuestión de amor en cuanto provoca el encuentro con ese amor de Jesús, como lo enseñaba Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, n. 217). Al final, “sólo gracias a ese encuentro, o reencuentro, con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad” (Evangelii Gaudium, n. 8).

La persona del misionero/a

Después de describir la misión como una cuestión de amor, Dilexit Nos, ofrece un breve perfil de la persona que lleva a cabo esa misión, que busca provocar el encuentro con el amor de Jesús. El numeral 209 expresa que la misión, realizada desde el corazón, “exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida”. Tal como lo anunciaba en Evangelii Gaudium: “la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido” (n. 264).

El tiempo que tenemos los misioneros/as para amar no lo podemos “perder discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas» (n. 209), dice el Papa, pues el ser humano de hoy “no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia» (Evangelii Gaudium, n. 35), sino con el testimonio de “lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”; ese Jesús que ama.

La principal preocupación del misionero y la misionera “es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos”, tomando en serio la advertencia de Francisco: “conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo» (Evangelii Gaudium, n. 34).

Testigos del amor

El primer deseo y compromiso de un misionero bebe de ser “hablar de Cristo, con el testimonio o la palabra, de tal manera que los demás no tengan que hacer un gran esfuerzo para quererlo» (n. 209). En la dinámica del amor, las palabras que articulan el anuncio «son las palabras del enamorado que no molestan, que no imponen, que no obligan, solo mueven a los otros a preguntarse cómo es posible tal amor» (n. 210). Así, se anuncia a Jesús y su amor, «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii Gaudium, n. 14). Además, “con el máximo respeto ante la libertad y la dignidad del otro, el enamorado sencillamente espera que le permitan narrar esa amistad que le llena la vida” (n. 210).

El testimonio, si bien se ofrece con la palabra hablada o escrita, son: “los actos de amor a los hermanos de comunidad el mejor o, a veces, el único modo posible de expresar ante los demás el amor de Jesucristo» (n. 212). Claro está, no limitándonos a los cercanos, sino ampliando la tienda “a cada hermano y a cada hermana, especialmente a los más pobres, despreciados y abandonados de la sociedad” (n. 213). Al fin de cuentas “es su amor el que se manifiesta a través de nuestro servicio; él mismo le habla al mundo con ese lenguaje que a veces no puede tener palabras” (n. 214).

Conclusión

“De alguna manera tienes que ser misionero, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que vale la pena conocerlo. Cada uno la cumple a su modo, y tú verás cómo podrás ser misionero. No importa si puedes ver algún resultado; eso déjaselo al Señor, que trabaja en lo secreto de los corazones. Pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás» (n. 216).

El imperativo de la conversión misionera se impone como llamado a toda la Iglesia y cada uno de sus miembros: “La Iglesia también necesita corazón para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades” (n. 219).