La misión está en el corazón
Apoyado en la “Carta encíclica sobre el amor humano y divino
del Corazón de Jesucristo”, Dilexit Nos (Él nos ha amado), publicada por
el Papa Francisco el 24 de octubre de 2024, dedicada al Corazón de Jesús,
quiero reflexionar sobre un grito recurrente entre los jóvenes de la Animación
Misionera Juvenil y Vocacional de los Misioneros de la Consolata en Colombia: “La
misión está, ¡en el corazón”!
Cuando el
corazón arde incendia
La Animación Misionera
Juvenil busca, desde el corazón de los jóvenes, inyectar ánimo, dinamismo
misionero, en cada joven, en las familia y comunidades, en los colegios y
universidades, en la Iglesia y el mundo, convencidos, con el Papa Francisco que
ese es: “el camino de la renovación eclesial; pero también decir algo
significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón”. Ellos lo gritan
en las calles, lo celebran en las liturgias e intentan vivirlo en las
convivencias, en las experiencias formativas, y misioneras, Tratando de
contagiar el mundo de amor.
Para los jóvenes amar y servir, convivir y compartir, es
vivir desde el corazón, es su pasión y poco a poco se convierte en su misión. Como
para el Papa Francisco, en palabras de del subsecretario del Dicasterio para la
Cultura y la Educación, Antonio Spadaro, “escribir una encíclica sobre el
corazón significa que entrar en el corazón de Cristo nos permite sentirnos
amados por un corazón humano lleno de afectos y sentimientos como los nuestros.
La espiritualidad de Francisco, en este sentido, se aleja de las formas
desencarnadas y rigoristas. Él cree que la espiritualidad implica profundamente
el alma humana, los sentimientos y la dimensión física del ser humano».
“Hacia el final del documento, el papa Francisco establece
una conexión entre la devoción al Sagrado Corazón y el compromiso misionero.
Esta conexión está en continuidad con otros documentos de su magisterio. Por
ejemplo, en Evangelii Gaudium advertía sobre “el riesgo de desfigurar el
sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (n. 176) y,
por ello, dedicaba parte del documento a reflexionar sobre la dimensión social
de la evangelización. De manera similar, en Dilexit Nos, el obispo de Roma
reserva una sección para reflexionar sobre “la dimensión comunitaria, social y
misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo” (n. 163), precisando
que “el Corazón de Cristo nos lleva al Padre y nos envía a los hermanos”. Estas
dimensiones muestran una preocupación constante en su magisterio: “una mirada
más integral e integradora” (Laudato si', n. 141) de la espiritualidad, la
evangelización y la ecología”. (Marco Enrique Salas Laure, 10/02/2025, el
portal de Religión Digital).
El amor
transforma
Recuerdo aquí un breve de texto de Virginia Azcuy, teóloga
argentina: “Las dimensiones comunitaria y social de la espiritualidad cristiana
están implicadas mutuamente, porque la Iglesia-comunidad peregrina en medio de
los pueblos para anunciar el reino de Dios, cuya realidad salvífica es
inseparable de la promoción humana integral”. No se trata pues de una
espiritualidad intimista que encierra e individualiza, sino activa, creativa y
propositiva, en salida hacia “otro mundo posible”, que lo va construyendo a
través de “los frutos de servicio, fraternidad y misión que el Corazón de
Cristo produce a través de nosotros”, dice el Papa (n. 163). En consecuencia,
escribe Francisco: “Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo
escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a
nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos
volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser
humano y de cuidar juntos nuestra casa común” (n. 217).
Es en esta línea que el Papa desarrolla “la dimensión
misionera de nuestro amor” (n. 205), articulada en cuatro partes: el objetivo
de la misión (n. 208); el sujeto de la misión (n. 209); el testimonio misionero
(n. 210); y el anuncio misionero (n. 216).
“A la luz del Sagrado Corazón, la
misión se convierte en una cuestión de amor”, leemos en el numeral 208 de
Dilexit Nos. Así, si la salida misionera es el paradigma de toda la tarea de la
Iglesia, esta se cualifica por el amor que busca “dilatar en este mundo sus
oleadas de infinita ternura” (n. 197). Al beber del amor de Jesús evitamos el riesgo
de que “se digan y se hagan muchas cosas, pero no se logre provocar el feliz
encuentro con ese amor de Cristo que abraza y que salva» (n. 208). La misión es
una cuestión de amor en cuanto provoca el encuentro con ese amor de Jesús, como
lo enseñaba Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión
ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva” (Deus caritas est, n. 217). Al final, “sólo gracias a ese encuentro, o
reencuentro, con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos
rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad” (Evangelii
Gaudium, n. 8).
La persona del misionero/a
Después de describir la misión como
una cuestión de amor, Dilexit Nos, ofrece un breve perfil de la persona que
lleva a cabo esa misión, que busca provocar el encuentro con el amor de Jesús.
El numeral 209 expresa que la misión, realizada desde el corazón, “exige
misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que
inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida”. Tal como lo
anunciaba en Evangelii Gaudium: “la primera motivación para evangelizar es el
amor de Jesús que hemos recibido” (n. 264).
El tiempo que tenemos los
misioneros/as para amar no lo podemos “perder discutiendo cuestiones
secundarias o imponiendo verdades y normas» (n. 209), dice el Papa, pues el ser
humano de hoy “no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud
de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia» (Evangelii
Gaudium, n. 35), sino con el testimonio de “lo esencial, que es lo más bello,
lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”; ese
Jesús que ama.
La principal preocupación del
misionero y la misionera “es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que
los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus
pobres intentos”, tomando en serio la advertencia de Francisco: “conviene ser
realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el
trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con
el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo»
(Evangelii Gaudium, n. 34).
Testigos del amor
El primer deseo y compromiso de un
misionero bebe de ser “hablar de Cristo, con el testimonio o la palabra, de tal
manera que los demás no tengan que hacer un gran esfuerzo para quererlo» (n.
209). En la dinámica del amor, las palabras que articulan el anuncio «son las
palabras del enamorado que no molestan, que no imponen, que no obligan, solo
mueven a los otros a preguntarse cómo es posible tal amor» (n. 210). Así, se
anuncia a Jesús y su amor, «no como quien impone una nueva obligación, sino
como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete
deseable» (Evangelii Gaudium, n. 14). Además, “con el máximo respeto ante la
libertad y la dignidad del otro, el enamorado sencillamente espera que le
permitan narrar esa amistad que le llena la vida” (n. 210).
El testimonio, si bien se ofrece con
la palabra hablada o escrita, son: “los actos de amor a los hermanos de
comunidad el mejor o, a veces, el único modo posible de expresar ante los demás
el amor de Jesucristo» (n. 212). Claro está, no limitándonos a los cercanos,
sino ampliando la tienda “a cada hermano y a cada hermana, especialmente a los
más pobres, despreciados y abandonados de la sociedad” (n. 213). Al fin de
cuentas “es su amor el que se manifiesta a través de nuestro servicio; él mismo
le habla al mundo con ese lenguaje que a veces no puede tener palabras” (n.
214).
Conclusión
“De alguna manera tienes que ser
misionero, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que
salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que
vale la pena conocerlo. Cada uno la cumple a su modo, y tú verás cómo podrás
ser misionero. No importa si puedes ver algún resultado; eso déjaselo al Señor,
que trabaja en lo secreto de los corazones. Pero no dejes de vivir la alegría
de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás» (n. 216).
El imperativo de la conversión
misionera se impone como llamado a toda la Iglesia y cada uno de sus miembros:
“La Iglesia también necesita corazón para no reemplazar el amor de Cristo con
estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia
mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor
gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las
comunidades” (n. 219).