domingo, 3 de agosto de 2025

Servir a la "Comunidad de la vida"

 Legado de San José Allamano para la vida

Cristhian Alarcón, de Chaparral - Tolima, con la "Comunidad de la vida" africana

San José Allamano, fundador de la Familia Misionera de la Consolata, dejó un legado o propuesta de vida, coherente, humilde, ordinaria e integral, no solo para religiosos o misioneros, sino para todos los que quieran vivir con sentido, compromiso y espiritualidad: vivir con fe, servir con amor, formar conciencia, y consolar al mundo herido, desde la esperanza cristiana. Su legado interpela a vivir con autenticidad y compromiso ético en todas las dimensiones de la existencia: personal, familiar, laboral y social.

 1. Pasión por la vida y la misión

Entendía la misión no solo como ir a tierras lejanas, sino como una actitud de apertura, servicio y entrega total a Dios y a los demás. Enseñó que cada persona está llamada a “ser misionera” desde su lugar y en su cotidianidad, llevando consuelo, fe y esperanza a los que la rodean. “Todos podemos y debemos ser misioneros, con nuestras palabras, nuestras obras y nuestra oración”.

Pasión ética y profesional que se sintetiza en el “hacer el bien, bien hecho y sin ruido” o en el “hacer de manera extraordinaria lo ordinario”, algo así como “calidad total” o “excelencia”, en el lenguaje empresarial o académico.

 2. Ambiente familiar

Una preocupación recurrente en la vida y la doctrina de San José Allamano. No se trata solo de un valor humano, sino una expresión espiritual profunda que atraviesa su pensamiento, su estilo de vida y formación, su forma de entender la misión y la vida socio comunitaria. Un “espíritu de Familia” o “ambiente donde todos se sientan en casa, donde haya caridad mutua, respeto, confianza, unidad de propósito, y un profundo sentido de pertenencia".

Este espíritu se inspira en la Sagrada Familia de Nazaret, modelo perfecto de vida comunitaria basada en el amor, el respeto y la obediencia a la voluntad de Dios; en la presencia maternal de la Virgen Consolata, centro espiritual y afectivo, como una madre que une a sus hijos. Una unidad vivida en el reconocimiento, respeto y valoración de la diversidad, basada en el amor y el perdón, fortaleciendo siempre el sentido de pertenencia.

“Donde hay espíritu de familia, reina Dios” y “no hay nada más bello que una casa donde todos se aman”.

 3. La Consolata en la casa y en el corazón

La Familia Misionera de la Consolata lleva en su nombre y carisma esa dimensión mariana. María hace parte del corazón consolatino: mujer obediente a la voluntad de Dios, madre presente, atenta, intercesora y providente que consuela, acompaña y sostiene a sus hijos en las pruebas de la vida y la misión; modelo de ternura, cercanía y fortaleza en todas las circunstancias; discípula de Jesús, pedagoga y guía de vida cristiana, “Ella es la primera misionera: llevó a Jesús al mundo.”

Con María y el Niño en su regazo, indicado por su brazo, se contempla y se vive más fácilmente la centralidad silenciosa de Jesús en el sagrario de la casa; se celebra más solemne y familiarmente la Eucaristía, “fracción del pan y del vino” de la fraternidad universal, en la mesa de la “casa común”.

Algunas prácticas marianas, promovidas por Allamano, consuelan a la madre y a los hijos: el rezo diario del rosario, la consagración personal y comunitaria a María, las fiestas marianas celebradas con solemnidad, fomentan y fortalecen la comunión.

Servidores de la "comunidad de la vida" en Puerto Leguízamo - Putumayo, Amazonía colombiana

 4. Capacidad de ver la vida en aflicción y servirle  

Ver los seres humanos de cerca (Turín, Piamonte y alrededores) y de lejos (Etiopia, África y más allá) y generar acciones, movimientos e instituciones de aproximación para el servicio integral de toda la “comunidad de la vida” (Carta de la tierra). San José Allamano promovió un compromiso concreto con los seres humanos y el medio ambiente.

Enraizado en el mediterráneo europeo e inspirado en el Evangelio impulsó el tren de la evangelización sobre dos rieles: el anuncio de Jesucristo y la promoción humana, con la elevación del ambiente o los contextos. Para él evangelizar implica: anunciar a Jesucristo y atender a las necesidades materiales, sociales y culturales de las personas, especialmente de los más pobres y excluidos; educar y formar integralmente a las personas, promoviendo la dignidad humana; fomentar el desarrollo de personas y comunidades para que pudiedan vivir como hijos de Dios, con libertad y responsabilidad. “No se puede predicar el Evangelio a un estómago vacío”, decía. El anuncio de Cristo debe ir acompañado de obras concretas de caridad, educación, salud y justicia.

Siendo integral, la evangelización promueve también la “elevación del ambiente” o sea la transformación del entorno físico, social, cultural y moral en el que viven las personas. No basta transformar al individuo, es menester elevar sus condiciones de vida: higiene, salud, educación, vivienda, trabajo digno; transformar estructuras injustas: promoviendo la paz, la justicia y el respeto por los derechos humanos; crear ambientes donde el Evangelio pueda florecer: comunidades justas, solidarias y fraternas. En síntesis, una misión evangelizadora que sane heridas personales y colectivas, mejore estructuras sociales y ofrezca esperanza.

Esta misión no puede ser tarea exclusiva de los Misioneros consagrados o especialistas en el asunto, sino de todos los actores humanos que trabajen al servicio de la ecología integral, ambiental y social. También tuya.