Legado de San José Allamano para la vida
San José Allamano, fundador
de la Familia Misionera de la Consolata, dejó un legado o propuesta de vida,
coherente, humilde, ordinaria e integral, no solo para religiosos o misioneros,
sino para todos los que quieran vivir con sentido, compromiso y espiritualidad:
vivir con fe, servir con amor, formar conciencia, y consolar al mundo herido, desde la esperanza cristiana. Su legado interpela a vivir con autenticidad y
compromiso ético en todas las dimensiones de la existencia: personal, familiar,
laboral y social.
Entendía la misión no solo
como ir a tierras lejanas, sino como una actitud de apertura, servicio y
entrega total a Dios y a los demás. Enseñó que cada persona está llamada a “ser
misionera” desde su lugar y en su cotidianidad, llevando consuelo, fe y
esperanza a los que la rodean. “Todos podemos y debemos ser misioneros, con
nuestras palabras, nuestras obras y nuestra oración”.
Pasión ética y profesional
que se sintetiza en el “hacer el bien, bien hecho y sin ruido” o en el “hacer
de manera extraordinaria lo ordinario”, algo así como “calidad total” o “excelencia”,
en el lenguaje empresarial o académico.
Una preocupación recurrente
en la vida y la doctrina de San José Allamano. No se trata solo de un valor
humano, sino una expresión espiritual profunda que atraviesa su pensamiento, su
estilo de vida y formación, su forma de entender la misión y la vida socio
comunitaria. Un “espíritu de Familia” o “ambiente donde todos se sientan en
casa, donde haya caridad mutua, respeto, confianza, unidad de propósito, y un
profundo sentido de pertenencia".
Este espíritu se inspira en
la Sagrada Familia de Nazaret, modelo perfecto de vida comunitaria basada en el
amor, el respeto y la obediencia a la voluntad de Dios; en la presencia
maternal de la Virgen Consolata, centro espiritual y afectivo, como una
madre que une a sus hijos. Una unidad vivida en el reconocimiento, respeto y valoración
de la diversidad, basada en el amor y el perdón, fortaleciendo siempre el
sentido de pertenencia.
“Donde hay espíritu de
familia, reina Dios” y “no hay nada más bello que una casa donde todos se aman”.
La Familia Misionera de la Consolata lleva en su nombre y carisma esa
dimensión mariana. María hace parte del corazón consolatino: mujer obediente a la voluntad de Dios, madre presente,
atenta, intercesora y providente que consuela, acompaña y
sostiene a sus hijos en las pruebas de la vida y la misión; modelo de
ternura, cercanía y fortaleza en todas las circunstancias; discípula de Jesús, pedagoga
y guía de vida cristiana,
“Ella es la primera misionera: llevó a Jesús al mundo.”
Con María y el Niño en su
regazo, indicado por su brazo, se contempla y se vive más fácilmente la
centralidad silenciosa de Jesús en el sagrario de la casa; se celebra más
solemne y familiarmente la Eucaristía, “fracción del pan y del vino” de la fraternidad
universal, en la mesa de la “casa común”.
Algunas prácticas marianas,
promovidas por Allamano, consuelan a la madre y a los hijos: el rezo diario del
rosario, la consagración personal y comunitaria a María, las fiestas marianas
celebradas con solemnidad, fomentan y fortalecen la comunión.
Ver los seres humanos de
cerca (Turín, Piamonte y alrededores) y de lejos (Etiopia, África y más allá) y generar acciones,
movimientos e instituciones de aproximación para el servicio integral de toda
la “comunidad de la vida” (Carta de la tierra). San José Allamano promovió un
compromiso concreto con los seres humanos y el medio ambiente.
Enraizado en el mediterráneo
europeo e inspirado en el Evangelio impulsó el tren de la evangelización sobre
dos rieles: el anuncio de Jesucristo y la promoción humana, con la elevación
del ambiente o los contextos. Para él evangelizar implica: anunciar a Jesucristo
y atender a las necesidades materiales, sociales y culturales de las personas,
especialmente de los más pobres y excluidos; educar y formar integralmente a
las personas, promoviendo la dignidad humana; fomentar el desarrollo de personas y comunidades para que pudiedan vivir como hijos de Dios, con libertad
y responsabilidad. “No se puede predicar el Evangelio a un estómago vacío”,
decía. El anuncio de Cristo debe ir acompañado de obras concretas de caridad,
educación, salud y justicia.
Siendo integral, la evangelización
promueve también la “elevación del ambiente” o sea la transformación del
entorno físico, social, cultural y moral en el que viven las personas. No basta transformar al individuo, es menester elevar sus condiciones de vida: higiene,
salud, educación, vivienda, trabajo digno; transformar estructuras injustas:
promoviendo la paz, la justicia y el respeto por los derechos humanos; crear
ambientes donde el Evangelio pueda florecer: comunidades justas, solidarias y
fraternas. En síntesis, una misión evangelizadora que sane heridas personales y
colectivas, mejore estructuras sociales y ofrezca esperanza.
Esta misión no puede ser
tarea exclusiva de los Misioneros consagrados o especialistas en el asunto,
sino de todos los actores humanos que trabajen al servicio de la ecología
integral, ambiental y social. También tuya.