jueves, 14 de agosto de 2025

La Consolación en la metodologia misionera

 Metodología misionera de la Consolata, “A la mano”

Grupo juvenil misionero, italiano, en el Kenía - África

Aquí proponemos leer la metodología evangelizadora de la Familia Misionera de la Consolata en la clave de Consolación, como principio inspirador, lejado por San José Allamano.

 La consolación en el programa misionero

Los Misioneros de la Consolata, como Jesús, se reconocen consagrados y enviados por el Espíritu que proviene del Padre, tal como se lee en sus Constituciones: “enviados a compartir con todos los pueblos la verdadera Consolación, Jesucristo, teniendo a María como modelo y guía”, según la voluntad de San José Allamano, el Fundador y formador.

El Programa misionero de Jesús, presentado en Lucas 4, 16-19: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos,  proclamar el año de gracia del Señor”, basado en un texto de Isaías 61,1-2 que dice: “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor; me ha enviado a dar buenas nuevas a los quebrantados, a vendar a los heridos de corazón, a proclamar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la gracia del Señor, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los que lloran”.

Aunque Lucas omite la parte final “el día de venganza ... a consolar a todos los que lloran”, el programa de Jesús incluye claramente la dimensión del consuelo que brinda esperanza y restaura pecadores, pobres, cautivos, ciegos, enfermos, excluidos, etc.

Al final de su presentación, Jesús cierra el rollo antiguo y lo entrega al servidor diciedo: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír” y se sieta, como maestro. Todos los asistentes tenían los ojos fijos en él. Cierra así el viejo tiempo, el de la promesa y abre el nuevo, el del cumplimiento, el del Reino de Dios, el de Jesús (Dios que salva), consolación liberadora, encarnada en la mujer María, madre de la consolación esperada y reconocida por el "resto fiel" de Israel, represetado en Simeón y Ana (Lc 2,32-38) 

Varios de los que lo escucharon, cuando los llamó a colaborar en su misión, le respondieron y lo siguieron, otros permanecieron en su forma antigua sin inmutarse y otros lo rechazaron, obstculizaron y persiguieron hasta apresarlo, juzgarlo y condenarlo a la muete. El Padre "compasivo y misericordioso" lo sostuvo hasta que espiró en la cruz. Los humanos, inhumanos, viéndolo sin vida, lo encerraron en el lugar de los muertos. Dios lo resucitó y Él salió al encuentro de sus fieles seguidores, dejando el sepulcro, auque nuevo, vacío. Los encotró a orilla del lago, en el camino, en el cenáculo, en las casas, etc., y los confirmó en la misión que les había presentado allá en Galilea y para la cual los había llamado, formado y entrenado. Los llenó de su Espiritu y los envió, confiándolos a la presecia y compañía del Otro Consolador, el Paráclito y asegurándoles su participación hasta el final  de los tiempos y los confines del mundo.

Fue esta consolación, éticamente sentida, hablada y actuada, la que conformó la vida y la misión de la Beata Irene Stefani, misionera de la Consolata, dedicada totalmente a su pueblo con amor y dulzura, hasta el punto que la gente misma le cambió el nombre de Irene, que en griego significa “paz”, por el de “Nyaatha” que en Kikuyu significa “misericordia personificada”.

La consolación en el camino y la meta de la misión 

Mientras caminamos en el tiempo, cronológicamente medido y el territorio, geográficamente demarcado, nos enfrentamos con los ideales de igualdad y buen vivir para todos y las realidades de la desigualdad y el mal vivir para muchos.

Realidad esta presentada por el Evangelista Lucas con la parábola del “rico epulón y el pobre Lazaro” (Lc 16,19-31), personajes antagónicos. El rico vive en la abundancia, ignorando por completo al pobre, que yace hambriento y enfermo a su puerta.

Tras la muerte, se invierten los papeles: el rico, sin nombre, sufre en el Hades, mientras que el pobre, de nombre Lázaro, es llevado por los ángeles al “seno de Abraham”, símbolo de fe, justicia, descanso, dignidad y consolación.

No debemos tomar la imagen del “seno de Abraham” al pie de la letra, sino como una metáfora del lugar de consuelo eterno que Dios prepara para sus fieles, del reencuentro amoroso con los antepasados, comenzando por Abraham. Al mismo tiempo, nos invita a abrir los ojos, a no repetir la ceguera del rico y a construir, ya en esta vida, la comunión fraternal que se consumará en el Reino de los cielos.

A esa tarea de promover, animar y construir el Reino de Dios en esta tierra, se asocia la Familia misionera de la Consolata, inspirados en María Consolata, consolada (santa o llena de gracia) y consoladora (discípula misionera), orientados por el Concilio Vaticano II: “la madre de Jesús brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo” (Lumen Gentium, 68). El Fundador tenía su propia visión de la meta fina o cielo, lugar del consuelo pleno: “Cuando piensen el paraíso, no piensen en forma abstracta, sino en el paraíso del misionero y la misionera que son fieles a su vocación. El Señor dijo: “Yo voy a prepararles un lugar” (Jn. 14,2). Pero para esto es necesario trabajar mucho. Me parece que este pensamiento del paraíso debería consolarnos. Nuestro premio está allí, ¡y es muy grande! Pensemos con frecuencia en él. (cfr. San José Allamano, Así los quiero, n. 92).

Compasivos, misericordiosos, consolados y alegres

Este itinerario humano y espiritual, demarcado por cuatro grandes principios: la compasión, la misericordia, la consolación y la alegría, mutuamente implicados y complementados, es el de la santidad misionera propuesta por el Fundador: “primero santos” para y en la misión. Es el itinerario que los Misioneros y Misioneras intentan, con “espíritu de cuerpo”, y que ofrecen a todos los que lo quieran recorren, especialmente a quienes los acompañan en el camino de la misión de la Iglesia, "que avanza en la historia, entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios" (cfr. LG V, VII, VIII).

El principio compasión se presenta como puerta de entrada al mundo de la misión. Nos hace sensibles, emocional e intelectualmente, motivados para cuando salimos de nosotros mismos podamos mirar con atención la realidad, cercana y lejana, verla con los ojos del compasivo Jesús de la Sinagoga de Nazaret: los pobres, los cautivos, los ciegos, los enfermos, los pecadores, los oprimidos, la explotada “madre tierra” que “gime con dolores de parto” (Rm 8,22-29) y anunciarles, a ellos y a todos desde ellos, la buena noticia de la salvación – liberación, el tiempo de gracia del Señor, el Jubileo de la esperanza.

Nuestra propia experiencia o la de los demás, iluminada por las ciencias y el Evangelio, nos debe motivar a preguntarnos quiénes son los pobres, los cautivos, los enfermos, los afligidos entre nosotros, de qué y por qué están en tal situación. Vislumbrar que allí donde las personas pierden su libertad y sus libertades más fundamentales, se vive la experiencia de cautiverio que nos torna enfermos, oprimidos, excluidos, manipulados, perseguidos, amenazados, violentados y atacados. Todo esto de un modo personal o colectivo, interna o externamente, desde la proximidad o desde la lejanía, desde las redes familiares o desde las estructuras de nuestro mundo, y a veces, incluso, desde la propia cultura, economía, política o religión pervertidas. Situaciones todas infernales y dolorosas de miedo, ansiedad, fatiga, desánimo, silencio humillante y deseo de huida que, a su vez, llevan a nuevas esclavitudes, perpetuando y ampliando el círculo del mal y de la muerte.

El principio misericordia nos convoca a la acción, a las respuestas concretas y específicas o apropiadas a cada situación. Nos pide aproximación, contacto, solidaridad operátiva, organizada, práctica, eficiente y eficaz. Aquí surge la necesidad y la oportunidad de alianzas personales, comunitarias, institucionales. Nadie puede enfrentar solo la realidad. Si quiere hacer “el bien, bien hecho”, debe hacerlo con “espíritu de cuerpo” y en “unidad de intenciones e intentos”, como lo sugiere San José Allamano. La caridad, como “la promoción social y elevación de los ambientes”, la “justicia, paz e integralidad de la creación”, dimensiones integrales de la metodología misionera allamaniana, tienen procesos que exigen visión, programación, financiación, ejecución, supervisión, evaluación y resultados. Todo esto debe de ser registrado, archivado y socializado trasparentemente.

El principio consolación permite, tanto a los compasivos y misericordiosos como a los afligidos y desolados, disfrutar del alivio, el descanso, la satisfacción, la justicia y la paz, la armonia con toda la "comunidad de la vida". A las víctimas de las diferentes situaciones, incorporarse y volver, con sentido, esperanza y proyección, al camino de la vida y de la comunidad social, rumbo al “banquete final”, donde ya “no habrá más llanto ni dolor, porque Dios enjugará las lágrimas de los ojos” (Ap 21,4).

El principio alegría nos permite celebrar, litúrgica y socialmente, gozar, disfrutar interior y colectivamente la vida como fiesta del “buen vivir y convivir” ecológico integral, anticipando la eternidad resucitada, lugar de la plena consolación.

Nota: La pintura Mariana es obra del P. Carlos Alberto Zuluaga - CAZ

domingo, 3 de agosto de 2025

Servir a la "Comunidad de la vida"

 Legado de San José Allamano para la vida

Cristhian Alarcón, de Chaparral - Tolima, con la "Comunidad de la vida" africana

San José Allamano, fundador de la Familia Misionera de la Consolata, dejó un legado o propuesta de vida, coherente, humilde, ordinaria e integral, no solo para religiosos o misioneros, sino para todos los que quieran vivir con sentido, compromiso y espiritualidad: vivir con fe, servir con amor, formar conciencia, y consolar al mundo herido, desde la esperanza cristiana. Su legado interpela a vivir con autenticidad y compromiso ético en todas las dimensiones de la existencia: personal, familiar, laboral y social.

 1. Pasión por la vida y la misión

Entendía la misión no solo como ir a tierras lejanas, sino como una actitud de apertura, servicio y entrega total a Dios y a los demás. Enseñó que cada persona está llamada a “ser misionera” desde su lugar y en su cotidianidad, llevando consuelo, fe y esperanza a los que la rodean. “Todos podemos y debemos ser misioneros, con nuestras palabras, nuestras obras y nuestra oración”.

Pasión ética y profesional que se sintetiza en el “hacer el bien, bien hecho y sin ruido” o en el “hacer de manera extraordinaria lo ordinario”, algo así como “calidad total” o “excelencia”, en el lenguaje empresarial o académico.

 2. Ambiente familiar

Una preocupación recurrente en la vida y la doctrina de San José Allamano. No se trata solo de un valor humano, sino una expresión espiritual profunda que atraviesa su pensamiento, su estilo de vida y formación, su forma de entender la misión y la vida socio comunitaria. Un “espíritu de Familia” o “ambiente donde todos se sientan en casa, donde haya caridad mutua, respeto, confianza, unidad de propósito, y un profundo sentido de pertenencia".

Este espíritu se inspira en la Sagrada Familia de Nazaret, modelo perfecto de vida comunitaria basada en el amor, el respeto y la obediencia a la voluntad de Dios; en la presencia maternal de la Virgen Consolata, centro espiritual y afectivo, como una madre que une a sus hijos. Una unidad vivida en el reconocimiento, respeto y valoración de la diversidad, basada en el amor y el perdón, fortaleciendo siempre el sentido de pertenencia.

“Donde hay espíritu de familia, reina Dios” y “no hay nada más bello que una casa donde todos se aman”.

 3. La Consolata en la casa y en el corazón

La Familia Misionera de la Consolata lleva en su nombre y carisma esa dimensión mariana. María hace parte del corazón consolatino: mujer obediente a la voluntad de Dios, madre presente, atenta, intercesora y providente que consuela, acompaña y sostiene a sus hijos en las pruebas de la vida y la misión; modelo de ternura, cercanía y fortaleza en todas las circunstancias; discípula de Jesús, pedagoga y guía de vida cristiana, “Ella es la primera misionera: llevó a Jesús al mundo.”

Con María y el Niño en su regazo, indicado por su brazo, se contempla y se vive más fácilmente la centralidad silenciosa de Jesús en el sagrario de la casa; se celebra más solemne y familiarmente la Eucaristía, “fracción del pan y del vino” de la fraternidad universal, en la mesa de la “casa común”.

Algunas prácticas marianas, promovidas por Allamano, consuelan a la madre y a los hijos: el rezo diario del rosario, la consagración personal y comunitaria a María, las fiestas marianas celebradas con solemnidad, fomentan y fortalecen la comunión.

Servidores de la "comunidad de la vida" en Puerto Leguízamo - Putumayo, Amazonía colombiana

 4. Capacidad de ver la vida en aflicción y servirle  

Ver los seres humanos de cerca (Turín, Piamonte y alrededores) y de lejos (Etiopia, África y más allá) y generar acciones, movimientos e instituciones de aproximación para el servicio integral de toda la “comunidad de la vida” (Carta de la tierra). San José Allamano promovió un compromiso concreto con los seres humanos y el medio ambiente.

Enraizado en el mediterráneo europeo e inspirado en el Evangelio impulsó el tren de la evangelización sobre dos rieles: el anuncio de Jesucristo y la promoción humana, con la elevación del ambiente o los contextos. Para él evangelizar implica: anunciar a Jesucristo y atender a las necesidades materiales, sociales y culturales de las personas, especialmente de los más pobres y excluidos; educar y formar integralmente a las personas, promoviendo la dignidad humana; fomentar el desarrollo de personas y comunidades para que pudiedan vivir como hijos de Dios, con libertad y responsabilidad. “No se puede predicar el Evangelio a un estómago vacío”, decía. El anuncio de Cristo debe ir acompañado de obras concretas de caridad, educación, salud y justicia.

Siendo integral, la evangelización promueve también la “elevación del ambiente” o sea la transformación del entorno físico, social, cultural y moral en el que viven las personas. No basta transformar al individuo, es menester elevar sus condiciones de vida: higiene, salud, educación, vivienda, trabajo digno; transformar estructuras injustas: promoviendo la paz, la justicia y el respeto por los derechos humanos; crear ambientes donde el Evangelio pueda florecer: comunidades justas, solidarias y fraternas. En síntesis, una misión evangelizadora que sane heridas personales y colectivas, mejore estructuras sociales y ofrezca esperanza.

Esta misión no puede ser tarea exclusiva de los Misioneros consagrados o especialistas en el asunto, sino de todos los actores humanos que trabajen al servicio de la ecología integral, ambiental y social. También tuya.