«HACER BIEN EL BIEN, CON CONSTANCIA, SIN RUIDO»
Este princio inspirador de santidad puede, muy bien, ser leido y vivido al servicio de la moderna teoria de la "calidad total", sin que necesitemos por eso una costosa "certificación" empresarial.
Se trata del camino hacia la santidad misionera que José Allamano, Fundador de los Misioneros/as de la Consolata (1901 - 1910), propuso con una intensidad especial a los miembros de sus dos Instituciones misioneras. Casi podemos definirlo como el “corazón” de su propuesta.
Ya en 1902 proponia para el Instituto de la Consolata este principio tan actual: «La forma que debéis adoptar en el Instituto es la que el Señor me inspiró y me inspira, y que yo, aterrorizado por mi responsabilidad, quiero absolutamente que el Instituto perfeccione y viva vida perfecta. Estoy convencido de que el bien hay que hacerlo bien, porque si no es así, entre tantas ocupaciones mías, no me habría embarcado también en esta otra tan grave de la fundación tan importante del Instituto» .
Se trata de un principio básico, apuntalado en dos actitudes complementares: “hacer bien el bien”, pero “con constancia” y “sin ruido”.
“Hacer bien el bien”.
Este principio ascético fue aprendido por José Allamano de su santo tio José Cafasso que solia decir a sus alumnos sacerdotes: "[…] pocos entre nosotros están llamados a acciones extraordinarias, y aunque así fuera, esas cosas extraordinarias y raras no pueden dar el carácter y formar el tejido de nuestra vida; y qué ayudaría finalmente hacer el bien y perfectamente una obra en sí heroica si, hecha la misma, se hicieran mediocremente las demás; supongamos que alguien sea llamado por Dios para dejar su patria, sus familiares, sus empleos, sus comodidades para retirarse a un claustro, o para ir a las Misiones extranjeras; sacrificio grande, extraordinario, heroico, es verdad; no se puede negar; y lo [hace] alegremente, prontamente, con toda la virtud posible, pero si después de esto realizara las acciones comunes de su carrera mediocremente, ¿se podrá decir que es verdaderamente un sacerdote santo y perfecto? No ciertamente. […]".
Todo misionero, diríamos hoy, todo ciudadano, de cualquier estado de vida y profesión, está llamado a obrar así en todas las circunstancias y en cualquier misión en la que se encuentre, como también en cualquier situación de edad, fuerzas y salud.
Pero la fuente de este rico y ético principio no es Cafasso sino el mismo Jesús de Nazaret, como lo refieren, en Latín, los dos testigos, inspirados en Mc 7,37: "Bene omnia fecit! = Todo lo hizo bien".
Pues bien, Allamano tomó también esta inspiración de su tío que decía: "[...] pero no creamos que sea suficiente para ser un verdadero sacerdote pasar nuestros días en acciones semejantes, yo diría que sería lo de menos, porque lo mejor de todo está en hacer todo bien, de modo que de un sacerdote se pueda decir proporcionalmente lo que se decía del Hijo de Dios, según Marcos en el capítulo 7, que “todo lo hizo bien”... "En nuestro ministerio representamos a la persona de nuestro Señor Jesucristo; obramos por él, en su lugar, [...] de modo que al ver a un sacerdote se pueda decir: mira otro Salvador, otro Redentor del mundo, mira otro Jesucristo, por ser destinado, enviado a hacer lo que hizo Jesús" .
“Hacer el bien con constancia”.
Es claro, entonces, que el bien debe hacerse bien, pero “con constancia”, es decir, “siempre”. La constancia era lo que José Allamano más apreciaba de su tío: "El heroísmo de su virtud consiste en la constancia. No consiste en los milagros el heroísmo, sino en hacerse violencia, en estar siempre firme en querer bien, en no perder nunca el tiempo: esto es asunto nuestro. Yo admiro cada día más la vida de este hombre porque no anduvo a saltos, no, sino que siempre fue derecho; su camino era aquel y… adelante; y esto lo hizo a lo largo de toda su vida. Siempre la misma fe, el mismo amor a Dios y al prójimo; siempre prudente, siempre justo, siempre temperante…, no le falta nada […], él seguía siempre adelante; todo lo hacía siempre bien".
“Hacer el bien sin ruido”.
Finalmente y en consecuencia, el bien debe hacerse siempre bien, con constancia, pero “sin ruido”, es decir, con humildad y sin alaraca, como lo hacia José Cafasso: "Esto es lo que constituye la ocupación del día de los buenos sacerdotes; nada extraordinario ni nada estrepitoso; un sacerdote puede pasar mucho tiempo e incluso toda su vida en esos ministerios que debe hacer sin que el mundo apenas se dé cuenta de que existe, al menos sin que la gente calcule o se maraville; y esto es un pensamiento que debe consolar […]. Hay santos muy grandes delante de Dios, [...] la vida de los cuales ha sido oscura y escondida, cuyas acciones nada tuvieron de estrepitoso y de admirable, ni de ellos habló el mundo. Eran grandes por su santidad, pero toda su santidad se limitaba a cosas pequeñas. Eran grandes por su humildad, y su humildad los llevaba siempre a elegir los últimos empeños y las acciones más bajas" .
No hay comentarios:
Publicar un comentario