domingo, 28 de febrero de 2016

Dinamismos de la misericordia

Mujer de Nazaret

 madre de la misericordia que consuela

Pintura CAZ

Nacidos para la felicidad
A todos los seres humanos y más a los colombianos, dicen las encuestas (Gallup, 2015), nos gusta vivir contentos, ser felices. Pero, claro está, la felicidad no depende solo de uno, sino también del “otro”, de los otros.
Aunque nacemos para la felicidad, el encuentro y la compañía, no siempre logramos encontrarnos y ser felices. Más bien, muchas veces nos des-encontramos, nos enemistamos, nos separamos, nos dividimos, peleamos y hasta nos matamos.
En lugar de acompañarnos, como hermanos, de ayudarnos como habitantes de la “casa común”, nos ponemos a competir fría, astuta e inmoralmente. Le dedicamos el tiempo, la inteligencia y los recursos a la maquinación de la guerra, a los tráficos clandestinos e ilegales, a la sombría corrupción y a la amañada impunidad. Nos alimentamos con el picante de la venganza en lugar del bálsamo de del girasol. Generamos lagrimas de sufrimiento, dolor y muerte, en vez de crear canciones de vida, justicia y paz.
Pero, aún así, entre las innumerables pobrezas y las infinitas riquezas, bañados en lagrimas de funeral o de fiesta, inmersos en la climática biodiversidad o en la “salvaje” explotación de la creación, “tenemos un carácter, una personalidad o una matriz emocional que es, a la vez, fuente y demanda de necesidades sociológicas que deben ser atendidas. La más importante de dichas necesidades es la comunión con otros seres humanos para vencer la soledad y el aislamiento y que se puede expresar en las relaciones familiares, los vecinos, la parroquia, los compinches, la barriada...” (Santiago Montenegro, el Espectador 29/01/2014).
Esa idiosincrasia nacional o talante cultural, que otros llaman “capital social”, junto con la fe, que poco a poco vamos re-aprendiendo en la escuela del Maestro Emmanuel (Dios-con-nosotros), “padre-maternal”, nos dispone a:
  • la “compasión”, como capacidad de “sentir-con”, del latín pati y cum, que unidos significan “sufrir-con”. Una compasión nos aproxima a los lugares del dolor, nos hace prójimos de los que sufre, para que participemos de su sensación de quebranto, temor, confusión y agonía. Nos llama junto-a los excluidos del banquete de la vida, a “resistir” con las victimas y los victimarios (victimas, también), a “esperar contra toda esperanza” (Rom 4,18);
  • la “misericordia”, como re-acción, acción para la reconstrucción de la armonía, la búsqueda de la reconciliación, a través de la reciprocidad perdón;
  • la “consolación”, celebrada en la “comunidad de la vida” (Carta de la Tierra), “gozando con los que gozan y llorando con los que lloran” (cfr. Rom. 12,15), recarga siempre nuestra energía en cada encuentro fraterno, en cada acto de amor solidario, en toda celebración gratuita. Se trata de la alegría que anima los peregrinos del tiempo y de la geografía, inspirados en las Bienaventuranzas:“Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5); “Dichosos los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lc 6,21b).

Casa del encuentro
El Nican Mopohua (libro) narra un encuentro entre una divina Señora y un humilde Indígena, en el cerro del Tepeyac, en donde los nativos veneraban a Tonantzin”, “Nuestra Madre”, diosa buena y compasiva.
La noble Señora se presenta como “Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive" y pide que se le llame "Santa María de Guadalupe". Quiere, además, que se le levante una "casita sagrada" en el Tepeyac y nombra a Juan Diego, nombre cristiano de Cuauhtlatoatzin, "la venerable Aguila que habla", que habitaba en Cuauhtitlán, cerca de la gran Ciudad de Tenochtitlán (México), su mensajero y embajador ante el obispo, Fray Juan de Zumárraga y todas las autoridades, lo mismo que ante todos los pueblos de México y de las americas.

La compasión
La Virgen de Guadalupe sale al camino de Juan Diego en el momento más trágico de su vida familiar, por la enfermedad de su tío Juan Bernardino, de su pueblo y todos los pueblos originarios del Continente, sometidos de manera inmisericorde por los conquistadores europeos.
Ante este gravísimo “pecado” de la conquista material y espiritual de nuestros antepasados, Ella se aproxima para “oír y remediar todos los lamentos, miserias, penas y dolores”; para “mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa” (Nican Mopohua).
La presencia de la amable Señora,, es autentica consolación para los “conquistados” que descubren en Ella una “compañía adecuada” (cfr. Gen 2,18), delicada y respetuosa, que les deja entre-ver el pasado en su “icono” presente y otear el futuro con esperanza y ganas de vivir.

La Misericordia
El encuentro, habitado de palabra dulce y respetuosa, de trino musical y rosas rojas, pone en movimiento activo la misericordia, para restablecer la armonía vital de los pueblos en el continente:
  1. Ofrece la sanación liberadora de enfermedades y dolencias, en la persona del desolado “tío” del pueblo, Juan Bernardino, re-incorporándolo a la familia, al pueblo y al camino.
  2. Hace brotar rosas frescas en el asolado desierto invernal del Pepeyac, haciendo entender al agricultor Juan Diego que “todavía es posible el xochitlalpan y tonacatlalpan de sus antepasados, es decir, la tierra donde prevalezcan las flores y los cantos, donde haya abundancia de comida, donde saboreemos la armonía del buen vivir entre nosotros y la madre tierra” (Eleazar López, sacerdote católico, zapoteca). Al mismo tiempo prueba fehaciente y testimonial para el lógico y racional portador de la salvación, Monseñor Juan de Zumárraga, junto con sus colaboradores.
  3. Coloca “cara a cara” el representante de las victimas, el indio Juan Diego, con el Fraile franciscano Juan de Zumárraga, presentado por el Rey Carlos I a la Santa Sede para Obispo de México y nombrado por él mismo como Protector de los indios (Cédula real 10/1/1528), invitándolos a la construcción de una teocatzin, “casita sagrada”. Símbolo de un nuevo modelo social, en donde quepamos todos y aprendamos, cada día, a con-vivir en armonía, justicia y paz, superando las estructuras de dominación.
“La justicia de Dios, al igual que la justicia indígena, es misericordiosa, no vengativa; porque no quiere la muerte del pecador sino su regeneración y recuperación en la fraternidad del pueblo. No se trata de eliminar al infractor de la armonía para quitar el mal, sino recuperarlo como hermano y devolverle el lugar que perdió por su actuar destructivo. Eso es lo que se halla detrás de la propuesta guadalupana y lo que se percibe en la sabiduría ancestral de nuestros pueblos que, de muchas maneras, perdura hasta nuestros días, siendo motor de lucha” (Eleazar) para el “buen vivir”.

Consolación no es una simple moción espiritual ni, mucho menos, una emoción instantánea y efímera. Es la compañía permanente del “Otro Consolador”, el Paráclito, enviado por el Padre a petición y en el nombre del Señor Jesús (cf. Jn 14, 16.26; 15,26; 16,7), quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones y nos habilita para consolar a los que están en cualquier tribulación (cf. 2Cor 1,4).
  • Comienza en la alegría experimentada por su presencia dentro de cada discípulo del Señor Jesús y en medio de los pueblos y sus culturas, que dispone a la compasión, haciendo “prójimos” y “aliados” a todos los “sedientos” de justicia y paz.
  • Pasa por la misericordia liberadora que trabaja para reconstruir la armonía en la “comunidad de la vida” y “cuidar” de toda la creación,
  • Concluye en la fiesta final, cuando el mismo Dios “enjugará toda lágrima de los ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas...” (Ap 21,4), cuando no habrá noche, ni necesitaremos luz de lámparas ni de sol, porque el Señor Dios derramará su luz sobre nosotros y reinaremos por los siglos de los siglos” (cf. Ap 22,5).


La ConSOLación que experimentamos y compartimos con los afligidos de la historia, nos anima, nos llena de esperanza activa, tanto al que consuela como al que es consolado, para que podamos continuar el camino hacia la meta final, hacia la consolación plena.  

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