Mujer
de Nazaret
madre de la misericordia que consuela
Pintura CAZ
Nacidos
para la felicidad
A
todos los seres humanos y más a los colombianos, dicen las encuestas
(Gallup,
2015),
nos gusta vivir contentos, ser felices. Pero, claro está, la
felicidad no depende solo de uno, sino también del “otro”, de
los otros.
Aunque
nacemos para la felicidad, el encuentro y la compañía, no siempre
logramos encontrarnos y ser felices. Más bien, muchas veces nos
des-encontramos, nos enemistamos, nos separamos, nos dividimos,
peleamos y hasta nos matamos.
En
lugar de acompañarnos, como hermanos, de ayudarnos como habitantes
de la “casa común”, nos ponemos a competir fría, astuta e
inmoralmente. Le dedicamos el tiempo, la inteligencia y los recursos
a la maquinación de la guerra, a los tráficos clandestinos e
ilegales, a la sombría corrupción y a la amañada impunidad. Nos
alimentamos con el picante de la venganza en lugar del bálsamo de
del girasol. Generamos lagrimas de sufrimiento, dolor y muerte, en
vez de crear canciones de vida, justicia y paz.
Pero,
aún así, entre las innumerables pobrezas y las infinitas riquezas,
bañados en lagrimas de funeral o de fiesta, inmersos en la climática
biodiversidad o en la “salvaje” explotación de la creación,
“tenemos
un carácter, una personalidad o una matriz emocional que es, a la
vez, fuente y demanda de necesidades sociológicas que deben ser
atendidas. La más importante de dichas necesidades es la comunión
con otros seres humanos para vencer la soledad y el aislamiento y que
se puede expresar en las relaciones familiares, los vecinos, la
parroquia, los compinches, la barriada...” (Santiago Montenegro, el
Espectador 29/01/2014).
Esa
idiosincrasia nacional
o talante cultural, que otros llaman
“capital social”, junto con la fe, que poco a poco vamos
re-aprendiendo en
la escuela del Maestro Emmanuel (Dios-con-nosotros),
“padre-maternal”,
nos
dispone a:
-
la “compasión”, como capacidad de “sentir-con”, del latín pati y cum, que unidos significan “sufrir-con”. Una compasión nos aproxima a los lugares del dolor, nos hace prójimos de los que sufre, para que participemos de su sensación de quebranto, temor, confusión y agonía. Nos llama junto-a los excluidos del banquete de la vida, a “resistir” con las victimas y los victimarios (victimas, también), a “esperar contra toda esperanza” (Rom 4,18);
-
la “misericordia”, como re-acción, acción para la reconstrucción de la armonía, la búsqueda de la reconciliación, a través de la reciprocidad perdón;
-
la “consolación”, celebrada en la “comunidad de la vida” (Carta de la Tierra), “gozando con los que gozan y llorando con los que lloran” (cfr. Rom. 12,15), recarga siempre nuestra energía en cada encuentro fraterno, en cada acto de amor solidario, en toda celebración gratuita. Se trata de la alegría que anima los peregrinos del tiempo y de la geografía, inspirados en las Bienaventuranzas:“Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5); “Dichosos los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lc 6,21b).
Casa
del encuentro
El
Nican Mopohua (libro) narra un encuentro entre una divina Señora y
un humilde Indígena, en el cerro del Tepeyac, en donde los nativos
veneraban a “Tonantzin”,
“Nuestra Madre”, diosa buena y compasiva.
La
noble Señora se presenta como “Madre del verdaderísimo Dios por
quien se vive" y pide que se le llame "Santa María de
Guadalupe". Quiere, además, que se le levante una "casita
sagrada" en el Tepeyac y nombra a Juan Diego, nombre cristiano
de Cuauhtlatoatzin,
"la venerable Aguila que habla", que habitaba en
Cuauhtitlán, cerca de la gran Ciudad de Tenochtitlán (México), su
mensajero y embajador ante el obispo, Fray Juan de Zumárraga y todas
las autoridades, lo mismo que ante todos los pueblos de México y de
las americas.
La
compasión
La
Virgen de Guadalupe sale al camino de Juan Diego en el momento más
trágico de su vida familiar, por la enfermedad de su tío Juan
Bernardino, de su pueblo y todos los pueblos originarios del
Continente, sometidos
de manera inmisericorde por los conquistadores europeos.
Ante
este gravísimo “pecado” de la conquista material y espiritual de
nuestros antepasados, Ella se aproxima para “oír
y remediar todos los lamentos, miserias, penas y dolores”; para
“mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa”
(Nican
Mopohua).
La
presencia de la amable Señora,, es autentica consolación
para los “conquistados” que descubren en Ella una “compañía
adecuada” (cfr. Gen 2,18), delicada y respetuosa, que les deja
entre-ver el pasado en su “icono” presente y otear el futuro con
esperanza y ganas de vivir.
La
Misericordia
El
encuentro, habitado de palabra dulce y respetuosa, de trino musical y
rosas rojas, pone en movimiento activo la misericordia,
para
restablecer la armonía vital de los pueblos en el continente:
-
Ofrece la sanación liberadora de enfermedades y dolencias, en la persona del desolado “tío” del pueblo, Juan Bernardino, re-incorporándolo a la familia, al pueblo y al camino.
-
Hace brotar rosas frescas en el asolado desierto invernal del Pepeyac, haciendo entender al agricultor Juan Diego que “todavía es posible el xochitlalpan y tonacatlalpan de sus antepasados, es decir, la tierra donde prevalezcan las flores y los cantos, donde haya abundancia de comida, donde saboreemos la armonía del buen vivir entre nosotros y la madre tierra” (Eleazar López, sacerdote católico, zapoteca). Al mismo tiempo prueba fehaciente y testimonial para el lógico y racional portador de la salvación, Monseñor Juan de Zumárraga, junto con sus colaboradores.
-
Coloca “cara a cara” el representante de las victimas, el indio Juan Diego, con el Fraile franciscano Juan de Zumárraga, presentado por el Rey Carlos I a la Santa Sede para Obispo de México y nombrado por él mismo como Protector de los indios (Cédula real 10/1/1528), invitándolos a la construcción de una teocatzin, “casita sagrada”. Símbolo de un nuevo modelo social, en donde quepamos todos y aprendamos, cada día, a con-vivir en armonía, justicia y paz, superando las estructuras de dominación.
“La
justicia de Dios, al igual que la justicia indígena, es
misericordiosa, no vengativa; porque no quiere la muerte del pecador
sino su regeneración y recuperación en la fraternidad del pueblo.
No se trata de eliminar al infractor de la armonía para quitar el
mal, sino recuperarlo como hermano y devolverle el lugar que perdió
por su actuar destructivo. Eso es lo que se halla detrás de la
propuesta guadalupana y lo que se percibe en la sabiduría ancestral
de nuestros pueblos que, de muchas maneras, perdura hasta nuestros
días, siendo motor de lucha” (Eleazar) para el “buen vivir”.
Consolación
no
es una simple moción espiritual ni, mucho menos, una emoción
instantánea y efímera. Es la compañía permanente del “Otro
Consolador”,
el Paráclito, enviado por el Padre a petición y en el nombre del
Señor Jesús (cf. Jn 14, 16.26; 15,26; 16,7), quien
nos consuela en todas nuestras tribulaciones y nos habilita para
consolar a los que están en cualquier tribulación (cf. 2Cor 1,4).
-
Comienza en la alegría experimentada por su presencia dentro de cada discípulo del Señor Jesús y en medio de los pueblos y sus culturas, que dispone a la compasión, haciendo “prójimos” y “aliados” a todos los “sedientos” de justicia y paz.
-
Pasa por la misericordia liberadora que trabaja para reconstruir la armonía en la “comunidad de la vida” y “cuidar” de toda la creación,
-
Concluye en la fiesta final, cuando el mismo Dios “enjugará toda lágrima de los ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas...” (Ap 21,4), cuando no habrá noche, ni necesitaremos luz de lámparas ni de sol, porque el Señor Dios derramará su luz sobre nosotros y reinaremos por los siglos de los siglos” (cf. Ap 22,5).
La
ConSOLación
que
experimentamos y compartimos con los afligidos de la historia, nos
anima, nos llena de esperanza activa, tanto al que consuela como al
que es consolado, para que podamos continuar el camino hacia la meta
final, hacia la consolación plena.
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