Tiempo de la creación
Este llamado “tiempo de la creación”, determinado del 1 de septiembre al
4 de octubre y asumido por la Iglesia Católica como tiempo ecuménico, “es un
tiempo para que todos volvamos a la oración, al estilo de vida más sencillo y a
las decisiones valientes para cuidar de nuestra casa común” (Papa Francisco,
Mensaje para el Tiempo de la Creación, 2023). Bien podríamos llamarlo “tiempo
de la vida”, momento favorable para la vida abundante, placentera y saludable,
en definitiva, ¡feliz!
Sin embargo, nos tropezamos por doquier y a toda hora, con la vida
destrozada por el maltrato o el mal uso, matada por tantas y variadas
violencias, asesinada intempestiva o lentamente, individual o colectivamente,
interrumpida conscientemente en sus procesos naturales, con el rótulo de
legalidad. Atropellos, casi todos, causados por los comportamientos
irresponsables o ambiciosos de los miembros más conscientes de la “comunidad de
la vida”, los, a veces mal llamados, seres humanos. Como “la comunidad de la
vida” está toda interconectada, es la vida misma la víctima herida, maltratada,
abusada, explotada, masacrada, matada. Toda la vida: humana, mineral, vegetal y
animal, tristemente pasa a la lista diaria de los noticieros envenenados y las
estadísticas archivadas, sin que nadie la llore ni le rinda luto. Se trata de
un tiempo de desolación en el que todos perdemos, al final.
Tal vez por lo dicho en el párrafo anterior, sigue más que válida y
urgente la formación impartida por Jesús a sus discípulos misioneros y su
mandato misionero universal (todo el mundo) y totalizador (toda criatura):
“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda criatura” (Mc
16,15). Mandato que trasciende la creatura humana. No se trata solamente, entonces, de la
salvación de las almas humanas, sino de toda la persona, integralmente
comprendida y de la reconciliación de toda la creación con Dios y entre ella
misma. Abarca seres humanos, pueblos, culturas y naturaleza. En clave paulina:
“La creación entera gime con dolores de parto, esperando la redención” (Rom
8,22).
Kairós
misionero, tiempo de la creación
El tiempo siempre ha acompañado la vida en todas sus etapas y procesos.
Nos es familiar a los humanos, nos invade, nos envuelve, viene y va, casi sin que
percibamos. Intentamos agarrarlo, poseerlo o almacenarlo y no podemos. Lo único
que logramos es medirlo, cronometrarlo, pero, aun así, no lo poseemos. Lo
vendemos, lo compramos, lo compartimos, pero no es de nadie. Desde la fe
cristiana lo agradecemos como don y hasta pedimos perdón cuando lo malgastamos.
Solemos escuchar de la gente sencilla: el tiempo es de Dios y sus tiempos son
perfectos.
En las Escrituras Sagradas, libros que narran la “historia de la
salvación”, acompañada y guiada por un Dios que camina con su Pueblo,
encontramos una concepción del tiempo en dos dimensiones: 1) cronológica,
sucesión de horas, días y años, tiempo medible en el que se inscriben las
genealogías, las fiestas, los calendarios litúrgicos de Pueblo y los
acontecimientos históricos; 2) espiritual, como espacio del encuentro de
Dios con su pueblo y de este con Él, mientras le va revelando su proyecto de
salvación, sintetizado por Pablo y Marcos con estos textos altamente teológicos:
“cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo” (Gál. 4,4) y
“se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios” (Mc. 1,15).
Podemos concluir esta breve visión del tiempo con San Agustín, “el
tiempo fue creado con el mundo, no antes de él” (Confesiones XI, 13) o, como
enseña el Vaticano II: “El misterio del hombre solo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado” (GS 22), el “hoy” de Dios, el “Kairós”.
Inscribimos el “tiempo de la creación”, en continuidad de esa plenitud inaugurada
con Jesús, aún no llegada a su plenitud. Don y oportunidad, tarea y
responsabilidad.
Nos referimos aquí a la misión concebida y propuesta por San José
Allamano quien convocó, formó y envió Misioneros (1901) y Misioneras (1910) de
la Consolata, desde su Santuario en Turín – Italia, con una consigna clara: “Consolata
quiere decir consuelo. Vuestra misión no es otra: consolar a los pueblos,
darles alivio en el cuerpo y en el alma, y elevarlos a la dignidad de hijos de
Dios” (Allamano, Spiritualità Missionaria, p. 89)
“No basta con predicar, hay que elevar la vida del pueblo, mejorar
sus condiciones, mostrar con obras el amor de Cristo” (Allamano, Scritti,
1920, p. 312). La propuesta era integral: anunciar la Buena Nueva, promover el
ser humano y elevar el ambiente. En sus cartas y enseñanzas subrayaba: “No
basta con enseñar a rezar, es necesario enseñar a vivir; la religión que no
mejora la vida del hombre no echa raíces” (Allamano, Cartas a los
Misioneros, vol. II, p. 134).
Su visión se
concretó allá, en el Pueblo Kikuyu y por cuatro continentes, en iniciativas muy prácticas:
·
Anuncio
explicito del Evangelio, catequesis, celebraciones litúrgicas, construcción de
capillas, perdón y reconciliación, etc.
·
Educación:
fundación de escuelas y talleres para la formación en oficios y la promoción de
las capacidades locales.
·
Salud:
organización de dispensarios y hospitales en las misiones, convencidos que la
evangelización pasaba también por curar los cuerpos y aliviar el sufrimiento.
·
Justicia
y dignidad: rechazo explícito de la esclavitud y de toda forma de opresión
Conclusión en
clave de Consolación
Sintonizando el
“espíritu allamaniano” y su concreción a través de sus misioneros/as con el
“tiempo de la creación” podemos sintetizar la misión en cinco ámbitos:
·
Consolar
a los pobres es reconocer, defender y promover su dignidad.
·
Consolar
a los que sufren violencia es buscar “armonía, justicia y paz”
·
Consolar
a los que lloran es acompañar con “compasión, cercanía y ternura”
·
Consolar
a la creación herida es cuidar, cultivar y embellecer la “casa común”