jueves, 18 de septiembre de 2025

Tiempo de consolación

 Tiempo de la creación

Anderson y Sérgio, Novicios colombianos en Manaos - Brasil

Este llamado “tiempo de la creación”, determinado del 1 de septiembre al 4 de octubre y asumido por la Iglesia Católica como tiempo ecuménico, “es un tiempo para que todos volvamos a la oración, al estilo de vida más sencillo y a las decisiones valientes para cuidar de nuestra casa común” (Papa Francisco, Mensaje para el Tiempo de la Creación, 2023). Bien podríamos llamarlo “tiempo de la vida”, momento favorable para la vida abundante, placentera y saludable, en definitiva, ¡feliz!

Sin embargo, nos tropezamos por doquier y a toda hora, con la vida destrozada por el maltrato o el mal uso, matada por tantas y variadas violencias, asesinada intempestiva o lentamente, individual o colectivamente, interrumpida conscientemente en sus procesos naturales, con el rótulo de legalidad. Atropellos, casi todos, causados por los comportamientos irresponsables o ambiciosos de los miembros más conscientes de la “comunidad de la vida”, los, a veces mal llamados, seres humanos. Como “la comunidad de la vida” está toda interconectada, es la vida misma la víctima herida, maltratada, abusada, explotada, masacrada, matada. Toda la vida: humana, mineral, vegetal y animal, tristemente pasa a la lista diaria de los noticieros envenenados y las estadísticas archivadas, sin que nadie la llore ni le rinda luto. Se trata de un tiempo de desolación en el que todos perdemos, al final.

 Anuncien el Evangelio a toda criatura

Tal vez por lo dicho en el párrafo anterior, sigue más que válida y urgente la formación impartida por Jesús a sus discípulos misioneros y su mandato misionero universal (todo el mundo) y totalizador (toda criatura): “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda criatura” (Mc 16,15). Mandato que trasciende la creatura humana. No se trata solamente, entonces, de la salvación de las almas humanas, sino de toda la persona, integralmente comprendida y de la reconciliación de toda la creación con Dios y entre ella misma. Abarca seres humanos, pueblos, culturas y naturaleza. En clave paulina: “La creación entera gime con dolores de parto, esperando la redención” (Rom 8,22).

Imagen artística CAZ

Kairós misionero, tiempo de la creación

El tiempo siempre ha acompañado la vida en todas sus etapas y procesos. Nos es familiar a los humanos, nos invade, nos envuelve, viene y va, casi sin que percibamos. Intentamos agarrarlo, poseerlo o almacenarlo y no podemos. Lo único que logramos es medirlo, cronometrarlo, pero, aun así, no lo poseemos. Lo vendemos, lo compramos, lo compartimos, pero no es de nadie. Desde la fe cristiana lo agradecemos como don y hasta pedimos perdón cuando lo malgastamos. Solemos escuchar de la gente sencilla: el tiempo es de Dios y sus tiempos son perfectos.

En las Escrituras Sagradas, libros que narran la “historia de la salvación”, acompañada y guiada por un Dios que camina con su Pueblo, encontramos una concepción del tiempo en dos dimensiones: 1) cronológica, sucesión de horas, días y años, tiempo medible en el que se inscriben las genealogías, las fiestas, los calendarios litúrgicos de Pueblo y los acontecimientos históricos; 2) espiritual, como espacio del encuentro de Dios con su pueblo y de este con Él, mientras le va revelando su proyecto de salvación, sintetizado por Pablo y Marcos con estos textos altamente teológicos: “cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo” (Gál. 4,4) y “se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios” (Mc. 1,15).

Podemos concluir esta breve visión del tiempo con San Agustín, “el tiempo fue creado con el mundo, no antes de él” (Confesiones XI, 13) o, como enseña el Vaticano II: “El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22), el “hoy” de Dios, el “Kairós”. Inscribimos el “tiempo de la creación”, en continuidad de esa plenitud inaugurada con Jesús, aún no llegada a su plenitud. Don y oportunidad, tarea y responsabilidad.

 Tiempo de misión, hora de consolación

Nos referimos aquí a la misión concebida y propuesta por San José Allamano quien convocó, formó y envió Misioneros (1901) y Misioneras (1910) de la Consolata, desde su Santuario en Turín – Italia, con una consigna clara: “Consolata quiere decir consuelo. Vuestra misión no es otra: consolar a los pueblos, darles alivio en el cuerpo y en el alma, y elevarlos a la dignidad de hijos de Dios” (Allamano, Spiritualità Missionaria, p. 89)

No basta con predicar, hay que elevar la vida del pueblo, mejorar sus condiciones, mostrar con obras el amor de Cristo” (Allamano, Scritti, 1920, p. 312). La propuesta era integral: anunciar la Buena Nueva, promover el ser humano y elevar el ambiente. En sus cartas y enseñanzas subrayaba: “No basta con enseñar a rezar, es necesario enseñar a vivir; la religión que no mejora la vida del hombre no echa raíces” (Allamano, Cartas a los Misioneros, vol. II, p. 134).

Su visión se concretó allá, en el Pueblo Kikuyu y por cuatro continentes, en iniciativas muy prácticas:

·         Anuncio explicito del Evangelio, catequesis, celebraciones litúrgicas, construcción de capillas, perdón y reconciliación, etc.

·         Educación: fundación de escuelas y talleres para la formación en oficios y la promoción de las capacidades locales.

·         Salud: organización de dispensarios y hospitales en las misiones, convencidos que la evangelización pasaba también por curar los cuerpos y aliviar el sufrimiento.

·         Justicia y dignidad: rechazo explícito de la esclavitud y de toda forma de opresión

Imagen artística CAZ

Conclusión en clave de Consolación

Sintonizando el “espíritu allamaniano” y su concreción a través de sus misioneros/as con el “tiempo de la creación” podemos sintetizar la misión en cinco ámbitos:   

      ·         Consolar a los pueblos es anunciarles a Jesucristo, consolación que libera y salva

·         Consolar a los pobres es reconocer, defender y promover su dignidad.

·         Consolar a los que sufren violencia es buscar “armonía, justicia y paz”

·         Consolar a los que lloran es acompañar con “compasión, cercanía y ternura”

·         Consolar a la creación herida es cuidar, cultivar y embellecer la “casa común”