jueves, 13 de noviembre de 2025

Silencio

 El silencio del amor


Saliendo del ruido invasivo y ensordecedor de la capital, Bogotá,
un encuentro con el silencio atravesado por miradas entrecruzadas y distraídas.
Doña Lindelia, hermana, madre, abuela y líder cafetera, en modo despedida   
acoge con pesar y ternura la romería peregrina al santuario de su cuerpo doloroso.
 
Un silencio montañero, cobijado con la bruma aguadeña, se encierra junto al lecho
la sombría muerte va y vuelve entre rezos y esperanzas dubitantes.
Siete días entre lentos atardeceres y tímidas auroras mañaneras
el tiempo transcurre velozmente lento hacía un encuentro el Domingo en el templo.
 
 La Señora Linda, oteando el infinito con pupilas bien abiertas, agudiza el silencio
hijos, hermanos y amigos, balbuceamos sentimientos más allá del tiempo.
La Aurora, desde el atardecer, se abre en plenitud iniciando el amanecer eterno
el Domingo festivo celebra, en el templo de la Inmaculada, un nuevo nacimiento.
 
Lindelia, la amiga de la tierra, no ha muerto, se abraza con ella en el campo santo
su espíritu invade cada memoria que se integra al memorial del Pan partido.
Como el Crucificado, pasó haciendo el bien y cumplió con su misión:
Amó y por eso vive. ¡No muere!
 
Gracias por la vida, proclaman los hijos algo dicho en la intimidad
gracias por el amor fraterno, expresan los hermanos por el camino
gracias por la compañía comentan los amigos y vecinos en el pueblo.
Gracias al Dios de la vida por la dádiva ofrecida, canta el coro de la comunidad.
 
 Entre el Templo del Salvador en el Laterano romano, sede del Papa,
el templo de la Inmaculada en Aguadas, pila bautismal de Doña Lindelia
Nos movemos los templos humanos, familiares y eclesiales
sagrarios donde habita el Dios a quien servimos, adoramos y amamos.
 
El templo material, por más que sea de piedra, se desmorona
el cuerpo de Lindelia, por más que sea lida, se deshace.
La verdad es esa, dijeron los silencios que con los ojos escuchamos,
en estrecho abrazo continuamos la comunión que un día iniciamos.


 
Descansa en paz, sentada a la mesa del banquete eterno,
cuídanos el puesto que Papito nos tiene reservado.
Allá nos encontraremos para que brindemos con el vino de la alegría
y disfrutemos del consuelo pleno.