Lecciones del
silencio
Siete días viví en contacto
intermitente con mi hermana Lindelia, en el pequeño pero suficiente y acogedor cuarto,
expresamente preparado al detalle, por su hijo Alexander y su esposa, en su
propia casa – consultorio de veterinaria para la calidad de vida de la especie
animal. Siete días, siete lecciones del silencio.
La vida un viaje
El primer día de la semana, domingo por
cierto, encuentro con el silencio corporal que no invita a hablar, sino a re-cordar
con el corazón, a re-pasar el ciclo de la existencia con gratitud, a
contemplar.
En un instante luminoso y fugaz,
recordé el pueblo a su alrededor y repasé el recorrido de Lindelia cercano y
lejano, con el punto de partida y la meta definida: el Alto del Volcán, en la
tierra fría, San Pedro, Bareño y el Manzanillo en la caliente, las Coles y la
Judea, Buenos Aíres, los Chorros, Chagualo y la Cuchilla, todos sectores del
pueblo con casas espaciosas, solares y jardines. Vi a Lindelia trabajar, servir
y estudiar. La vi salir de la Judea para Bogotá, dejando la casa familiar para
habitar en una comunidad religiosa, la Prensa Católica, con quienes fue hasta
Guaranda Ecuador, de donde regresó hasta el Chagualo de sus primeros tiempos.
Repasando su camino nos
integramos para vivir en el barrio Colón de Bogotá y luego en el Galán, de
donde salió para integrar un nuevo hogar, junto con Gabriel, de donde brotaron
Alexander y Adriana.
De Bogotá, pasando por Cajicá,
llegaron a Las Coles, en Aguadas, para construir la casa familiar y vivir en
profunda, respetable y vital conexión con toda la creación. Con notable
nostalgia mezclada con dolor, salió Lindelia del espacio vital que construyó al
lugar del silencio de donde partió para la eternidad.
Siempre fiel al origen y su
ideal, recursivamente creativa en el camino y con la meta fija en la mente y el
corazón: el cielo, junto al Padre maternal, a donde partió el 7 de noviembre,
antes de almorzar.
Esta fue su primera lección, en
un viaje que duró 81 años (1944 – 2025). Echar raíces profundas y amplias sin
dejar de volar. Con polo a tierra y el arcano infinito al frente.
Con las auroras del lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, entre luminosas, lluviosas y sombrías, contemplé atento el silencio que, permaneciendo inquebrantable, hablaba y enseñaba, cerrando los ojos en cada atardecer. Siete días, los mismos del Dios de la creación, antes del nuevo comienzo.
Salir - permanecer, sin quedarse
El lunes escuché la lección del salir y permanecer: recordé a Doloritas Orrego la partera de la vida en la vereda del Volcán, recibiendo la Linda primicia femenina de Doña Ester y Don Camilo, después de Daniel. Inicio de un viaje articulado entre salidas, entradas, permaneceres y despedidas. Siempre sola y en compañía, buscando el sentido y la dirección, con la mirada fija en el Oriente del Sol naciente, madrugándole al viaje de la vida.
Gratitud ante el buen vivir
El martes llegó con
pastillas, oxígeno y lecciones de auto cuidado dependiente. Quien fuera
autónoma en el camino, curada aunque no sanada por la confianza (fe) en la misma
creación y desconfianza en el negocio de la salud, ahora dependía, flácida y
sin fuerzas, de su hijo, hermanos y amigos. Escuché que, en silencio, decía gracias
por el baño, el pijama, la vitamina, el oxigeno y la compañía. La gratitud
brota de dentro un ser “lleno de gracia”, como el de María. Solo la gratitud
intercambiada, sin intereses ni deberes, genera la verdadera paz y la alegría, después
de tantas tristezas lloradas y asumidas. Es plenitud: “Ya estoy prepara para la
partida final, decía desde hace días, cuando aún hablaba: he cumplido mi misión,
todo queda organizado”. Esta fue la lección de la gratitud ante el “buen vivir”.
Fe que libera
El miércoles, día de clase como los anteriores, el silencio habló sin interrupción, como hilvanando e intercambiando una oración articulada con el credo que vivió: creo en el Creador del cielo y de la tierra, creo en su Hijo que me amó con todo su corazón, creo en el Espíritu Santo que me fortalece en este momento de intenso dolor. Con María repetía: “proclama mi alma las grandezas del Señor”, porque también en mí y a través de mi has hecho pequeñas grandes cosas. Toda una bendición que intercambiamos, sin decirnos ¡Adiós! Fue la lección de la fe que no encierra en la prisión del sepulcro sino que abre al cielo.
El jueves venía la hija,
Adríana, quien efectivamente llegó. La esperaba decían: entró, abrazó,
contempló, habló, escuchó y oró con el rosario, como antes lo hacían: todos los
íntimos compañeros del camino de la vida, en afectiva sintonía y espiritual comunión,
invadimos el ambiente de amor y despejamos la sombra de la muerte. El nuevo
nacimiento se presagiaba y hasta los perritos lo presentía. Las informaciones
se suspendieron, dejando todo el espacio al misterio de la lenta epifanía. “Solo
el amor crece cuando se reparte”, advertía el niño interior en cada corazón.
Lección sexual y afectividad que lleva al amor.
Perdón que transforma reconciliando
El viernes, aunque no fuera
el primero, para la confesión, como en los tiempos de papá, el silencio dejó oír
voces de perdón, ningún reproche ni acusación pendiente. Día de encuentro, de
mesa compartida entre serenas miradas y muchas gratitudes. Lindelia iba transfigurando
el rostro de pena dolorosa en leve sonrisa dibujada, con mirada consolada que
consolaba. Así nos fuimos a reposar en la espera de mañana. Lección del perdón
que transforma el cuerpo y reconcilia con toda la “comunidad de la vida”.
Lección de paz y esperanza
El sábado llegó y nos encontró
re-unidos en el templo de la Inmaculada. La comunión nos preanunció lo esperado.
Salimos del templo, respiramos y saboreamos el aroma del café del pueblo, de la
familiar Federación de cafeteros. Caminos lentos hacia el templo humano de la
Señora Linda, sagrario en donde Dios habitaba. La saludamos en silencio y
salimos a los últimos quehaceres. Volvimos y ya Lindelia había iniciado la
última salida, aprovechando la soledad y el silencio. Lección de paz para quien
parte con la tarea realizada y de movimiento para los que quedan: certificado
de defunción, funeraria, velación, anuncio de muerte y resurrección.
El domingo, día de descanso y peregrinación: de la funeraria, al templo, del tiempo al cementerio.
En la Asamblea comunitaria solemne Acción de Gracias, comunión de consolación y paz, saludos de despedida agradecida. En el campo, la despedida con el corazón anegado de la emoción, las lágrimas bañando las mejillas al ritmo solemne de la flauta, la saliva en boca, con sabor amargo y la memoria atiborrada con la visita de todos los antepasados. El camino continúa, nos avisamos. Esta fue última lección del silencio: el camina continúa.


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