lunes, 8 de diciembre de 2025

Ejercicios Espirituales Misioneros (dia primero, tema 2)

II Ser humano: ser para la santidad

La santidad entendida desde las Religiones, tiene sus comprensiones, moldes, procesos y reconocimientos. Aquí la quiero entender como la plena humanización, proyecto que puede ser asumido por cualquier ser humano, de cualquier credo o espiritualidad. Cuanto más humano, más santo. Cuanto más sato, más humano. 

En uno de los textos de El Principito se lee:  "Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Transmite primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho" (A. Saint-Exupéry). Ese mar libre y ancho, en el camino de la vida, en su expresión humana, lo veo en la SANTIDAD, entendida como humanidad en plenitud y totalidad, en una vida bien vivida, en plenitud y felicidad. En esta visión, sueño personal, me inspira la persona del Galileo Jesús de Nazaret y su Evangelio, vivido integralmente por muchos de sus discípulos misioneros, reconocidos y propuestos por la Iglesia Católica como santos. Pero queda por contar una multitud de creyentes católicos y de otras espiritualidades, que aún viviendo santamente, no son identificados  ni propuestos a consideración.

El ser humano, un ser para la santidad

¿Qué sentido tiene la vida humana? ¿Estamos aquí por casualidad, o existe un propósito más alto que dé dirección y plenitud a nuestra existencia? Desde tiempos remotos, el ser humano ha buscado respuestas a estas preguntas fundamentales. En la tradición cristiana, una afirmación clara y potente responde a estas inquietudes: el ser humano ha sido creado para la santidad. No como una carga, sino como su destino más alto, su vocación más profunda y su plenitud más real.

 1. La santidad: una llamada inscrita en nuestra esencia

La Sagrada Escritura nos revela que el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios” (Gén 1,26). Esto no significa simplemente que poseemos inteligencia o libertad, sino que estamos llamados a participar de la vida divina, a reflejar el amor, la verdad y la bondad de Dios en nuestra propia vida. En otras palabras, estamos hechos para ser santos.

La santidad, lejos de ser algo extraordinario o reservado a unos pocos, es el verdadero destino de todo ser humano. Como dice el apóstol Pablo: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes 4,3).

2. La santidad como vocación universal

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, proclamó con claridad que todos estamos llamados a la santidad, sin distinción de estado, edad o condición. Esta enseñanza rompió con una visión reducida de la santidad como algo propio del clero o la vida consagrada. Hoy sabemos que se puede ser santo como padre o madre de familia, como estudiante, como trabajador, como político, como artista, como joven o anciano.

La santidad no es evasión del mundo, sino precisamente lo contrario: es vivir en medio del mundo con un corazón en Dios y las manos al servicio del prójimo.

 3. Santidad y plenitud humana

Vivir para la santidad no significa renunciar a la humanidad, sino alcanzar su máxima expresión. Los santos no son personas apagadas o tristes, sino seres humanos plenamente realizados, que han vivido con profundidad, autenticidad y entrega. La santidad no anula la personalidad; la transfigura.

Un santo es alguien que ama de verdad, que busca el bien, que se levanta cuando cae, que vive en la verdad, que perdona, que no se encierra en sí mismo, que entrega su vida por algo más grande. Es decir, alguien profundamente humano.

 4. Obstáculos en el camino

La sociedad contemporánea, marcada muchas veces por el individualismo, el consumismo y el relativismo, no favorece una vida santa. Hay muchas voces que prometen felicidad sin compromiso, éxito sin esfuerzo, placer sin amor. En este contexto, hablar de santidad parece anticuado o incluso ingenuo.

Sin embargo, el corazón humano sigue sediento de verdad, de amor y de eternidad. En el fondo, todos anhelamos una vida con sentido, una existencia que no termine en el vacío. La santidad, entonces, no es una utopía, sino la respuesta más coherente y profunda al anhelo del alma humana.

 5. Testigos que iluminan el camino

A lo largo de la historia, Dios ha regalado a la humanidad testigos de santidad: santos canonizados, pero también innumerables hombres y mujeres anónimos que han vivido con fidelidad, amor y esperanza. Sus vidas muestran que la santidad es posible, que vale la pena, y que transforma no solo a la persona, sino también a su entorno.

Desde San Francisco de Asís hasta Santa Teresa de Calcuta, desde mártires hasta padres de familia ejemplares, estos santos son faros que iluminan nuestra propia vocación.

 Conclusión: Un llamado para ti y para mí

Creer que el ser humano es un ser para la santidad es recuperar la dignidad y grandeza de nuestra vocación. No hemos sido creados para la mediocridad, ni para una vida superficial, sino para la plenitud del amor.

La santidad no es perfección sin errores, sino fidelidad al amor en medio de las debilidades. Es un camino que se recorre día a día, con la fuerza de la gracia de Dios y la libertad de nuestra respuesta.

Hoy, más que nunca, el mundo necesita santos: personas auténticas, alegres, coherentes, profundamente humanas y profundamente divinas. El llamado está hecho. La puerta está abierta. Tú también estás llamado a ser santo.


Ejercicios Espirituales Misioneros (día primero, tema 1)

I Ser humano: ser para la relacionalidad

Pueblo Nasa, Toribio, Norte del Cauca - Colombia

El ser humano es un nudo de relaciones dirigidas hacia todas las direcciones. La propia Divinidad se revela panrelacional, como enfatiza el papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ (n.239). Si todo es relación y no existe nada fuera de la relación, entonces la ley más fundamental es la sinergia, la sintropía, la inter-retro-relación, la cooperación, la solidaridad cósmica, la comunión y la fraternidad/sororidades universales (Boff Leonardo).

El ser humano, un ser para la relacionalidad

En un mundo cada vez más interconectado pero paradójicamente más individualista, surge con fuerza la necesidad de redescubrir una verdad esencial: el ser humano ha sido creado para la relación. No existe aislado, ni puede realizarse plenamente en la soledad absoluta. Desde sus orígenes, el ser humano es un ser relacional, constituido en y por la relación con los demás, con el mundo, consigo mismo y con Dios.

1. Relacionalidad: una verdad fundante del ser humano

Ya en el relato bíblico de la creación (Gén 2,18), Dios declara: “No es bueno que el hombre esté solo”. Esta afirmación no se limita al matrimonio, sino que revela una verdad antropológica profunda: la soledad absoluta contradice la naturaleza humana. El ser humano necesita al otro para saberse a sí mismo, para crecer, para amar y para ser amado.

Filosóficamente, autores como Martin Buber (con su visión del "Yo-Tú") y Emmanuel Lévinas han afirmado que la relación con el otro es constitutiva del yo. No somos individuos cerrados, sino personas abiertas, nacidas del encuentro y llamadas al encuentro.

 2. Dimensiones de la relacionalidad humana

La relacionalidad humana se manifiesta en varias dimensiones interconectadas:

a) Relación con uno mismo

Conocerse, aceptarse, reconciliarse con la propia historia, integrar heridas y límites. Sin esta relación interior sana, toda otra relación se ve afectada.

b) Relación con los demás

La familia, la amistad, la comunidad, el amor, la solidaridad… todo ser humano crece y se humaniza a través de vínculos profundos y auténticos. El otro no es un obstáculo, sino una oportunidad de plenitud.

c) Relación con la creación

Estamos llamados no a dominar, sino a cuidar la creación, reconociendo que formamos parte de un todo más amplio, interdependiente y armónico.

d) Relación con Dios

Para quienes tienen fe, la relación con Dios es el fundamento de todas las demás. En Dios, fuente de toda comunión, aprendemos a vivir con los otros de manera verdadera.

 3. Relacionalidad y libertad: una tensión fecunda

Una falsa visión de libertad como autonomía absoluta ha llevado a muchas personas a ver la relación como una amenaza o una pérdida de sí. Sin embargo, la verdadera libertad se vive en la relación. Ser libre no es aislarse, sino poder donarse libremente. No se trata de “perderse en el otro”, sino de encontrarse en el don mutuo.

El amor auténtico, la amistad verdadera y la comunidad real solo pueden existir si hay libertad. Pero también es cierto que la libertad solo madura cuando se abre al otro.

 4. Los desafíos de la relacionalidad hoy

En una sociedad digitalizada, globalizada y muchas veces individualista, la relacionalidad humana enfrenta nuevos retos:

Ø  Relaciones superficiales: las redes sociales pueden conectar, pero también vaciar el encuentro real.

Ø  Aislamiento afectivo: muchas personas sufren soledad, aunque estén rodeadas de gente.

Ø  Relaciones utilitaristas: donde el otro es visto como un medio, no como un fin.

Ante estos desafíos, es urgente promover una cultura del encuentro, del cuidado mutuo y del diálogo sincero.

 5. Cristo, modelo de relacionalidad plena

En la perspectiva cristiana, Jesucristo se presenta como el modelo perfecto de relacionalidad. Él vive en comunión con el Padre, se entrega totalmente al prójimo, acoge al excluido, perdona al pecador y crea una nueva humanidad reconciliada. En Él se nos revela que el ser humano solo se realiza plenamente cuando ama y se deja amar.

 Conclusión: Ser es ser en relación

El ser humano no es una isla. Su identidad más profunda no se descubre encerrándose, sino abriéndose al otro. Somos seres llamados a la comunión, no a la competencia; al encuentro, no al aislamiento.

Redescubrir la relacionalidad como núcleo de nuestra existencia es clave para construir una humanidad más humana, más solidaria y más fraterna. Solo en el amor y en la relación auténtica, el ser humano encuentra su verdad, su libertad y su plenitud.