Muerte
y sepultura de la hermanita Genoveva,
partera del pueblo Tapirapé
Leonardo Boff,
11-Octubre-2013
Foto Carlos Alarcon imc
El 24 de
septiembre de 2013 murió en la aldea de los indígenas Tapirapé, en
el Araguaia, la Hermanita de Jesús Genoveva, francesa de origen.
Ella y sus compañeras han vivido una experiencia que el antropólogo
Darcy Ribeiro consideraba una de las más ejemplares de toda la
historia de la antropología: el encuentro y la convivencia de
alguien de la cultura blanca con la cultura indigena.
Este es el
testimonio de Canuto, que sabe bien de la vida y obra de la Hermanita
Genoveva. Así describe su muerte:
«En la
mañana del martes 24 Genoveva estaba bien. Había amasado barro para
el arreglo de la casa. Almorzó tranquilamente con la hermanita
Odile. Estaban descansando cuando se quejó de dolor en el pecho.
Odile fue rápidamente a conseguir transporte para llevarla al
hospital de Confresa. En el camino la respiración se fue haciendo
más difícil. Murió antes de llegar al hospital.
De
vuelta a la aldea, consternación general. Genoveva había visto
nacer casi al 100% de los Apyãwa (así se llamaban a sí mismos los
Tapirapé. Así vuelven a autodenominarse hoy), en estos 61 años de
vida compartida.
Los
Apyãwa quisieron sepultarla según sus costumbres, como si hubiese
muerto otra Apyãwa. Los cantos fúnebres, ritmados con los pasos, se
prolongaron por mucho tiempo, durante la noche y el día siguiente.
Se oían muchos lloros y lamentaciones.
Según
el ritual Apyãwa, Genoveva fue enterrada dentro de la casa donde
vivía. La tumba fue abierta con todo cuidado por los Apyãwa,
acompañada de cánticos rituales. A una altura de unos 40 centímetro
del suelo fueron colocados dos travesaños, uno en cada extremo. A
estos travesaños fue amarrada la hamaca que quedó como una hamaca
tendida como quien está durmiendo. Por encima de los travesaños se
colocaron tablas y sobre las tablas se colocó la tierra. Toda la
tierra que pusieron encima fue peñerada por las mujeres, como es la
tradición. Al día siguiente esta tierra se mojó y se moldeó de
forma que quedara firme y espesa como la tierra batida. Todo
acompañado de cánticos rituales.
En su
hamaca donde dormía todos los días, Genoveva duerme el sueño
eterno entre aquellos que escogió para que fueran su pueblo.
La
noticia de su muerte voló por la región, por Brasil y por el mundo.
Vinieron muchos Agentes de Pastoral. Los coordinadores del CIMI
(Consejo Indígena Misionero) de Cuiabá, llegaron después de un
viaje de más de 1.100 kms cuando el cuerpo estaba ya en la tumba,
todavía cubierto sólo con las tablas. Los Apyãwa las retiraron
para que los que acababan de llegar la viesen por última vez en su
hamaca.
A los
cánticos rituales de los Tapirapé se fueron mezclando otros
cánticos y testimonios de la caminada cristiana de la hermanita
Genoveva. Al final, el cacique dijo que los Apyãwa estaban todos muy
tristes con la muerte de la hermanita. Hablando en portugués y en
tapirapé resaltó el respeto con el que siempre fueron tratados por
las hermanitas durante estos sesenta años de convivencia. Recordó
que los Apyãwa deben su supervivencia a las hermanitas, pues cuando
ellas llegaron, ellos eran muy pocos y hoy llegan a casi mil
personas.
Plantada
en territorio Tapirapé está Genoveva, un monumento de coherencia,
silencio y humildad, de respeto y reconocimiento de lo diferente,
probando cómo es posible, con acciones simples y pequeñas, salvar
la vida de todo un pueblo. Saludos: Canuto».
***
En
septiembre de 2002 después de un encuentro con la Hermanita Genoveva
escribí un pequeño artículo en el Jornal do Brasil que
retomo aquí en parte.
Las
Hermanitas de Foucauld son testimonio de la nueva forma de
evangelización, soñada por tantos en América Latina: en vez
convertir a las personas, darles la doctrina y construir iglesias,
decidieron encarnarse en la cultura de los indígenas y vivir y
convivir con ellos. En nuestro tiempo este camino fue vivido por el
Hermano Carlos de Foucauld que al principio del siglo XX se fue al
desierto de Argelia, entre los musulmanes, no para anunciar, sino
para convivir con ellos y acoger la diferencia de su cultura y de su
religión. Eso mismo han hecho las Hermanitas de Jesús entre os
indios Tapirapé en el noroeste del Mato Grosso, cerca del río
Araguaia.
El día 17
de septiembre de 2002 asistí a la celebración de los cincuenta años
de su presencia junto a los Tapirapé. Allí estaba la pionera, la
Hermanita Genoveva, que en octubre de 1952 comenzó su convivencia
con la tribu.
¿Cómo
llegaron allí? Las hermanitas supieron a través de los frailes
dominicos franceses que misionaban en tierras del Araguaia, que los
Tapirapé se estaban extinguiendo. De los 1500 que había
antiguamente se habían reducido a 47, a causa de las incursiones de
los Kayapó, de las enfermedades de los blancos y de la falta de
mujeres. En el espíritu del Hermano Carlos, de ir para convivir y no
para convertir, decidieron unirse a la agonía de un pueblo.
A su
llegada, la Hermanita Genoveva oyó del cacique Marcos: “Los
Tapirapé van a desaparecer. Los blancos van a acabar con nosotros.
Tierra vale, caza vale, pez, vale. Sólo el indio no vale nada”.
Ellos habían internalizado que no valían nada y que estaban
condenados a desaparecer inexorabilmente.
Ellas
fueron donde ellos y les pidieron hospitalidad. Comenzaron a vivir
con ellos el evangelio de la fraternidad, en el campo, en la lucha
por la yuca de cada día, a aprender su lengua y a incentivar todo lo
de ellos, religión incluida, en un recorrido solidario y sin
retorno. Con el tiempo fueron incorporadas como miembros de la tribu.
La
autoestima de ellos creció. Gracias a la mediación de ellas
consiguieron que mujeres Karajá se casasen con hombres Tapirapé y
se garantizase así la multiplicación del pueblo. De 47 hoy llegan a
casi mil. En 50 años ellas no convirtieron ni a un sólo miembro
de la tribu. Pero consiguieron mucho más: se hicieron parteras
de un pueblo, a la luz de aquel que entendió su misión de “traer
vida y vida en abundancia”, Jesús
Cuando vi
el rostro de una india tapirapé y el rostro envejecido de la
hermanita Genoveva, pensé: si hubiese teñido su pelo blanco con
tucum podría pasar por una perfecta mujer tapirapé. Realizó
de hecho la profecía de la fundadora: “Las hermanitas se harán
Tapirapé, para desde aquí ir a los otros y amarlos, pero serán
siempre Tapirapé”.
¿No
debería seguir por ahí el cristianismo si quisiera tener futuro en
un mundo globalizado? ¿el evangelio sin poder y la convivencia
tierna y fraterna?
Leonardo
Boff es teólogo y ha escrito América Latina: de la conquista
a la nueva evangelización, 1992.
Traducción
de M. José Gavito.
Texto compartido por la Hna. Esperanza Arboleda, Misionera Laurita
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