TESTIGOS
DE LA MISION DEL DIOS DE JESUCRISTO
Mártires
de Canadá Norteamericanos
«…pero
para que vuestro trabajo consiga todo el fruto deseado,
debe
tener tres cualidades: ser perseverante, acorde e iluminado».
(P.
José Allamano, Carta a los Misioneros de Kenya, 2 de octubre de
1910)
En
este mes de Octubre dedicado en la Iglesia Católica a orar y
reflexionar sobre la Misión de Jesucristo, les propongo a los
Mártires de Canadá o de Norteamérica, como también son conocidos,
como inspirados.
Se trata de ocho Misioneros franceses, de la Compañía de Jesús, que llegaron hace ya 364 años, en le lejano 1649 a convivir con los indígenas Hurones y a anunciarles el Evangelio del Reino de Dios, ofreciendo allí sus vidas hasta derramar su ultima gota de sudor y de sangre.
Tuve
la gracia de visitar su antigua misión y de concelebrar la
Eucaristía en el Santuario a ellos dedicado allá en Canadá, en
Midland, en donde también han entronización un hermoso mosaico en
honor a la Virgen María de Guadalupe “Patrona de América Latina”. De allí son las fotografías.
Cinco de ellos martirizados en el actual
Canadá: Jean de Brébeuf (+ 16 de marzo de 1649), AntoineDaniel (+
4 de julio de 1648), Gabriel Lalemant (+ 17 de marzo de 1649),
Charles Garnier (+ 7 de diciembre de 1649) y Noel Chabanel (+ 8 de
diciembre de 1649). Los otros tres, Isaac Jogues (+ 18 de octubre de
1646) y los Hermanos coadjutores René Goupil (+ 29 de septiembre de
1642) y Jean de Lalande (+ 19 de octubre de 1646), en territorio,
actualmente, de Estados Unidos. Todos ellos declarados santos
mártires por Pío XI en 1930. Su memoria litúrgica se celebra el 19
de octubre.
Vivieron
un el
martirio cotidiano: la
resolución con que dejaron su patria de origen, las distancias
geográficas, la dureza de la vida…, fue para ellos preparación a
aquel martirio que selló su entrega total. El martirio, en efecto,
no se improvisa; no se llega al martirio por casualidad, de un
momento a otro. El martirio no es una opción personal, sino la
consecuencia de vivir las opciones y la misión como las vivió
Jesús, entre los crucificados de la humanidad.
Conscientes
de los peligros a los que se exponían, viviendo en medio de naciones
con frecuencia sometidas
a los ataques de los enemigos, habían previsto y aceptado la
perspectiva del martirio y no retrocedieron
en la hora de la prueba.
Esta
actitud recuerda las palabras del P. José Allamano, Fundador de los
y las Misioneros/as de la Consolata, cuando les decía a ellas: “Amar
al prójimo más que a nosotros mismos debe ser el programa de la
misionera. Nosotros deberíamos tener por voto servir a la misión
incluso a costa de la vida”.
Vivieron
la sobriedad de vida y la inserción
entre la gente: una vida carente de toda comodidad, compartiendo
con la gente su precariedad en los medios de transporte, de alimento,
de habitación, aprendiendo su lengua, hizo de ellos auténticos
testimonios, en primer lugar con el ejemplo y con el testimonio…
La
consciencia de transmitir a los Hurones un mensaje diverso del de los
colonizadores hizo de ellos personas cercanas a la gente, sin ninguna
pretensión de privilegios. Esta actitud demostró que habían
“venido” no para apoyar la explotación sino para algo diferente.
Se insertaron entre la gente con la tenacidad y la sencillez del
peregrino, satisfechos de la hospitalizad que recibían.
Vivieron
en permanente unión con Dios: humanamente nadie es
capaz de vivir una vida totalmente entregada, en constante peligro,
persistentes ataques y con la perspectiva del martirio si no vive una
vida profundamente unida a Dios. Estaban convencidos de que Él no
los abandonaría en el momento de la prueba.
Uno
de estos mártires, Noel Chabanel, confiaba a uno de sus colegas:
«No sé cómo querrá Dios disponer de mí, pero me siento
totalmente cambiado en un aspecto: soy por naturaleza muy aprensivo,
y ahora que estoy avanzando hacia un gran peligro y que la muerte
quizá no esté muy lejos, no tengo miedo. ¡Este puede ser el
momento definitivo en el que me entregue a Dios y le pertenezca!».
Cuando el superior de la misión le preguntó si no temía el fuego,
Brébeuf respondió: «¡Oh, sí Tendría miedo si solamente
considerara mi debilidad. (…) Pero confío que Dios me ayudará.
Sostenido por su gracia, no temo los tormentos del fuego más de
cuanto pueda temer el pinchazo de un alfiler».
En
sintonia con el P. Noel, solía el P. José Allamano proponer a sus
misioneros/as la santidad de vida, en primer lugar, para que la
misión pudiera ser fecunda: “Nadie puede dar lo que no tiene.
Podríamos administrar un sacramento aunque no seamos santos, pero
convertir personas, no. Dios ordinariamente no concede tocar los
corazones a quien no está unido a Él con una caridad tan grande que
casi pueda pretender milagros. Creerlo, quien no arde, no incendia,
quien no tiene fuego de caridad no puede comunicarlo”.
De
la cruz brota la Consolación
Desde
lo alto de la cruz, sufriendo dolor de amor,
revivió
Emmanuel el camino de Nazaret a Jerusalén.
Después
de haber gustado el vinagre,
exclamó
el Hijo de Dios: “todo está consumado”.
De
pie, junto a la cruz, la dolorosa recibió al discípulo,
juntos
originaron la casa de la consolación.
El
Enviado les entregó el Otro Consolador,
la
misión del Dios de toda consolación continuó en la historia.
Aquí
y allí, entre Hurones y Kikuyos, en Norte América y Centro África,
llegaron
y llegarán Brebeuf, Jogues y compañeros.
Hermanos
y Hermanas para permanecer junto a los crucificados,
sudando
el agua de la ecología y la sangre de la vida.
Entre
colonizadores y traficantes, más allá de los comercios,
junto
a alejados, despojados y dispersos,
plantan
su tienda evangélica, comunitaria y pedagógica,
fabrican
herramientas para cultivar pan y vino eucarísticos.
Fraternidades
en medio de conflictos y guerras fratricidas
viven
la pasión del dolor con la compasión del amor.
Aun
sin dedos trabajan para multiplican el pan partido y repartido,
esculpen
la Cruz en los árboles que claman liberación.
Gracias
testigos de Jesús, el mártir galileo, resucitado por Dios:
Jogues,
Lalande, Renato, Daniel y Carlos Garnier, Natalio , Lalemant.
Gracias
por la consagración para la misión, al estilo
de Brebeuf:
“Señor
Jesús, yo te ofrezco contento desde hoy mi sangre, mi cuerpo y mi
alma,
de
suerte que yo pueda morir sólo por Ti,
si
Tú me concedes esta gracia, Tú que te has dignado morir por mí”.
Hna. Natalina Stringari mc
Salvador Medina imc
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