Un
encuentro con la naturaleza
Señor
de los lirios, de las aguas, de los pueblos, de las estrellas, del
cielo, te agradezco. Padre de las flores, de las hormigas, de los
caracoles, yo te agradezco por esa experiencia
en Amazonia, mejor dicho, en las orillas del río Putumayo, con la
comunidad de Puerto Ospina. Gracias, Señor, por haberme regalado el
tiempo y tantas maravillas. Yo sé que estabas ahí, Señor, cuando
bajábamos el rio, mientras atardecía y los colores llenaban mi
corazón.
¿Sabes,
Señor, hay un riesgo en la vida misionera: el activismo? Nosotros,
Padre, nos hemos acostumbrados a hacer muchas cosas, pero nos hace
falta tiempo. Allí, Señor, por fin, el tiempo se me volvió un
regalo. El ejercicio de contemplar me hizo regresar a lo más hondo
de mi corazón. Allí, la música de la naturaleza se hizo también
la música de mi corazón. Estoy seguro que Tú acariciaste mi
cabeza, cuando empezó a llover mientras yo me bañaba en el rio.
Padre,
cómo no pensar en Latinoamérica y sus pueblos originarios, cuando
mirábamos en las orillas del rio los pequeños pueblos. ¡Ellos
resisten, Señor, a duras penas, pero resisten! Nosotros creemos que
ellos son pobres, pero, en realidad, ellos son ricos. Tienen todo lo
que necesitan, con su simpleza y su humildad .¡Son tantos los
nombres, tantas las historias, tantos los idiomas!. Quizás, Padre,
el Dios de las aguas, como me dijo un señor mientras llovía, sea
también el Verbo. ¡Fue lindo vivir cerca del río por algunas
semanas!
En
los días que allí estuve, pude contemplar la vida. Pensé mucho en
la frontera, que parece que siempre divide. Sabes, Señor, el río se
encuentra en la frontera Colombia- Ecuador. Sin embargo, las aguas
que mojan a Colombia son las mismas que acarician a Ecuador, así
como el cielo es el mismo, Señor. La naturaleza no tiene fronteras.
También nosotros, la Humanidad, aunque tengamos nuestras diferencias
somos los mismos. En ese tiempo, donde las diferencias son cada vez
menos aceptadas, quizás el rio sea el ejemplo de unidad. Nosotros
no deberíamos tener fronteras para hacer el bien, para respetar a
los otros, para la paz, para el amor, para hacer todas aquellas cosas
que nos vuelven plenos.
Allí,
Padre, el tiempo se me volvió una canción. Todas las tardes, yo me
ponía a contemplar el atardecer, mientras por la mañana me
ejercitaba y veía a los niños que jugaban en el colegio. En ese
momento, Tú me dijiste que la esperanza no se ha acabado.
Fue
lindo hacer las oraciones mirando las estrellas, quizás en una de
ellas, Tú descansabas el corazón, mirando con ternura a los hombres
de la tierra, entre ellos, a aquél que intentaba hablarte. Fue en
una de esas oraciones, cuando la noche avanzaba, que escribí en mi
diario: “la naturaleza es un regalo, quizás fue ella el primero
sagrario de Dios” y recordé cuando las estrellas conducían a los
pastorcitos hasta tu encuentro.
Sabes,
Padre, los hombres modernos dijeron que estábamos arriba de la
naturaleza, pero esto no es verdad, Señor. En realidad, nosotros
somos naturaleza, somos tierra, estamos hecho de matas, flores,
animales, piedras, estrellas, aguas. Es por esto, Padre, que, cuando
yo dejaba la comunidad en silencio, te dije:_ No me dejes caer en la
tentación del antropocentrismo, pero enséñame a hacerme también
parte del todo, dame la gracia de aprender a cuidar de la Madre
Tierra. Cada vez más, yo deseo ser la Tierra que siempre fue. Me
acuerdo, Señor, que cuando llegué por allí, le había preguntado
al misionero acerca de lo que
íbamos
a hacer y él me contestó que íbamos a vivir.
Fue
así, Padre, yo he vivido en la naturaleza, fue el mayor encuentro
que tuve en esta experiencia misionera. Dios de las aguas, muchas
gracias, pues eres también el Dios de los humanos.
Sandrio
Candido ( IMC)
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