jueves, 4 de agosto de 2016

Contemplación entre atardecer y manecer

Un encuentro con la naturaleza 
 
Señor de los lirios, de las aguas, de los pueblos, de las estrellas, del cielo, te agradezco. Padre de las flores, de las hormigas, de los caracoles, yo te agradezco por esa experiencia en Amazonia, mejor dicho, en las orillas del río Putumayo, con la comunidad de Puerto Ospina. Gracias, Señor, por haberme regalado el tiempo y tantas maravillas. Yo sé que estabas ahí, Señor, cuando bajábamos el rio, mientras atardecía y los colores llenaban mi corazón.

¿Sabes, Señor, hay un riesgo en la vida misionera: el activismo? Nosotros, Padre, nos hemos acostumbrados a hacer muchas cosas, pero nos hace falta tiempo. Allí, Señor, por fin, el tiempo se me volvió un regalo. El ejercicio de contemplar me hizo regresar a lo más hondo de mi corazón. Allí, la música de la naturaleza se hizo también la música de mi corazón. Estoy seguro que Tú acariciaste mi cabeza, cuando empezó a llover mientras yo me bañaba en el rio. 
 
Padre, cómo no pensar en Latinoamérica y sus pueblos originarios, cuando mirábamos en las orillas del rio los pequeños pueblos. ¡Ellos resisten, Señor, a duras penas, pero resisten! Nosotros creemos que ellos son pobres, pero, en realidad, ellos son ricos. Tienen todo lo que necesitan, con su simpleza y su humildad .¡Son tantos los nombres, tantas las historias, tantos los idiomas!. Quizás, Padre, el Dios de las aguas, como me dijo un señor mientras llovía, sea también el Verbo. ¡Fue lindo vivir cerca del río por algunas semanas!

En los días que allí estuve, pude contemplar la vida. Pensé mucho en la frontera, que parece que siempre divide. Sabes, Señor, el río se encuentra en la frontera Colombia- Ecuador. Sin embargo, las aguas que mojan a Colombia son las mismas que acarician a Ecuador, así como el cielo es el mismo, Señor. La naturaleza no tiene fronteras. También nosotros, la Humanidad, aunque tengamos nuestras diferencias somos los mismos. En ese tiempo, donde las diferencias son cada vez menos aceptadas, quizás el rio sea el ejemplo de unidad. Nosotros no deberíamos tener fronteras para hacer el bien, para respetar a los otros, para la paz, para el amor, para hacer todas aquellas cosas que nos vuelven plenos. 
 
Allí, Padre, el tiempo se me volvió una canción. Todas las tardes, yo me ponía a contemplar el atardecer, mientras por la mañana me ejercitaba y veía a los niños que jugaban en el colegio. En ese momento, Tú me dijiste que la esperanza no se ha acabado.

Fue lindo hacer las oraciones mirando las estrellas, quizás en una de ellas, Tú descansabas el corazón, mirando con ternura a los hombres de la tierra, entre ellos, a aquél que intentaba hablarte. Fue en una de esas oraciones, cuando la noche avanzaba, que escribí en mi diario: “la naturaleza es un regalo, quizás fue ella el primero sagrario de Dios” y recordé cuando las estrellas conducían a los pastorcitos hasta tu encuentro. 
 
Sabes, Padre, los hombres modernos dijeron que estábamos arriba de la naturaleza, pero esto no es verdad, Señor. En realidad, nosotros somos naturaleza, somos tierra, estamos hecho de matas, flores, animales, piedras, estrellas, aguas. Es por esto, Padre, que, cuando yo dejaba la comunidad en silencio, te dije:_ No me dejes caer en la tentación del antropocentrismo, pero enséñame a hacerme también parte del todo, dame la gracia de aprender a cuidar de la Madre Tierra. Cada vez más, yo deseo ser la Tierra que siempre fue. Me acuerdo, Señor, que cuando llegué por allí, le había preguntado al misionero acerca de lo que íbamos a hacer y él me contestó que íbamos a vivir.

Fue así, Padre, yo he vivido en la naturaleza, fue el mayor encuentro que tuve en esta experiencia misionera. Dios de las aguas, muchas gracias, pues eres también el Dios de los humanos.

Sandrio Candido ( IMC)

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