Protejamos
a nuestra Madre Tierra
Desde
los Embera Chami
La
Madre Tierra… “Name Eôro”, es nuestro vientre sagrado, lugar
de entrañas y de gracia, nosotros su fruto bendito. Ambos, ella y
nosotros, una existencia única, resplandeciente, azul-blanca,
compleja y bien ordenada.
Sin
ella, nada es. Allí en las profundidades de sus cimientes, altar
ancestral, hemos tomado forma y hemos crecido.
Inmortalizarnos
en su universo, nosotros su semilla, anidando en su océano nutricio:
germinamos, crecemos, maduramos, morimos y renacemos en forma de otra
semilla.
Allí
somos sus niños, su aroma y su perfume es nuestro aliento.
La
voz del cielo con sus truenos y colores, la de sus manantiales y
nacimientos como rugido de tambores que descienden de las espesuras
estallando entre los matorrales de môdê dôcheke jûru (montañas y
nacimientos) nos asombran y maravillan y el profundo silencio del
telón de las montañas y los cañones con su larga zanja profunda y
paredes escarpadas nos custodian y cobijan.
El
coro de Ibana kâri (pájaros) y el canto de burru kâri (culebra)…
son las caricias de “Name Eoro” que nos cosquillean en cascadas
de risa, de placer y asombro. Y así crecemos y nos hacemos
resistentes, soñamos y danzamos, avivando nuestra memoria lejos de
los ruidos ajenos a su vientre.
Cuidamos
los lugares sagrados, donde habitan los Jais: baa (trueno), dojura
wuera (diosa del rio), jepaa (anaconda), kiraparamia (hombres
azules), utumara (arcoíris del medio día), iuma (arcoíris), etc.
Ellos nos protegen y bendicen, nos sanan y nos curan.
Contamos
cuentos y leyendas, un culto generador de conciencia, historias que
protegen o desbastan nuestros nidos, nos sorprenden y maravillan,
entonces creemos.
Conversan
y cantan nuestros jaibanas a “Name Eôro”, la consuelan y sanan
sus heridas y dolores, o median con los Jais (espíritus) rebeldes
cuando alteran y agreden la harmonía de su hálito creador.
Gemimos,
clamamos y reclamamos al kapuria (mestizo) en nuestra “avanzada”
civilización, cuando violentan su sacralidad, descapotando,
excavando, erosionando e hiriendo terriblemente su piel y desgarrando
su ombligo, memoria y vínculo entre “Name Eoro” con chi wârrâra,
su prole.
Nuestro
canto y nuestras danzas como un clamor al severo deterioro para que
vuelva a florecer la vida de otros tiempos y generar el cuidado que
necesitamos para vivir y traer alegría, reconciliación, paz
perenne, obediencia y todos los derechos sobre la tierra.
Ella
“Name Eoro”, nos convida a su mesa, y de ella tomamos lo
necesario y nutrirnos con equilibrio de sus bondades, sin
sobreexplotarla, amándola, atendiéndola, respetándola y
venerándola. Sin acumular, ni almacenar, sin guardar
compulsivamente. Cada día somos colmados y satisfechos desde el
banquete siempre pronto, fresco y servido cada que se levanta el sol
y se extiende hacia el oeste.
Y
así agradecidos al anochecer, retornamos a las sábanas de Name
Eôro, al descanso y a su arrullo, atentos a sisi kâri (canto del
grillo) y de bôkôr kâri (canto de la rana) mientras se apagan…
y antes de que el sol despunte, se escucha nuevamente a eter kâri
(canto del gallo), que anuncia el saludo al nuevo día: Saa ebârisma!
Buenos Días!
Texto de Carlos Alberto Zuluaga
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