“Nos
visitará el SOL que nace de lo alto”
En Belén, la "casa del pan"
Nuestro
Dios, como todas las personas y los pueblos, tiene experiencia de
visita. El nos ha visitado y nosotros todos hemos sido visitados o
hemos visitado.
Pero
no todos visitamos de la misma manera y por eso, no todas las visitas
son iguales. Cada cultura genera su forma o estilo de visitar.
Podemos entonces afirmar que la visita, como dato socio-cultural,
además de ser universal, es también cultural o sea plural, diversa.
Como construcción y
patrimonio humano, nuestras visitas, se realizan en un tiempo y en un
espacio especificos, nacen de una motivación o son originadas por
algún motivo o causa, exigen abrir la puerta de la propia casa-mundo
y salir para ir a la casa-mundo del otro, un desplazamiento de lo
conocido-habitual a lo novedoso-revelador. Cuenta, además, con un
llegar, llamar y esperar que el otro abra la puerta de su casa-mundo,
intercambie gestos o palabras de saludo y convide a entrar.
Ya dentro, mientras
se recorre con los sentidos el nuevo espacio, se van generando y
desarrollando dinámicas de apertura e intercambio de cofres
privados: el cofre de las memorias (pasado, presente y futuro
entremezclados), el de las sensibilidades y sentimientos, del
corazón, el cofre de la economía (comida compartida, regalos
intercambiados) y, no pocas veces, el cofre de la fe, de
espiritualidades (oración, ritos, rituales vivenciados), todas
dentro del dinamismo generoso y gratuito del don, de la gracia
reciproca.
Todas
las visitas tiene comienzo y fin, saludo y despedida, agradecimientos
y compromisos, menos la visita del Emmanuel (Dios con nosotros) , que
vino y se quedó hasta el final de los tiempos.
Esta
visita permanente es la que los cristianos actualizamos
litúrgicamente, cada Adviento, para no olvidarnos de su presencia y
actualizar, con jubilo, el “Jubileo”, orando y trabajando para
que sea realidad católica, universal y cosmica.
Este
año el Papa Francisco nos regala un yobel
o cuerno de cordero, para que lo toquemos alegres entre nosotros,
con los otros y la creación entera, como lo hacia el Pueblo de la
Antigua Alianza (cfr. Lev 25,9), pidiendo, agradecidos y
comprometidos: “Venga a nosotros tu Reino”. Queremos acelerar la
“jubilación”, no para no hacer nada sino para intensificar el
“cuidando” de todo y de todos, a partir de los más débiles,
para que la vida viva en justicia y paz.
A.
¿Por qué (causa) La Visita de Dios ?
“Por
la
entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que
nace de lo alto”
Nuestro
Dios,
el Dios de los cristianos, es el revelado por Jesús, su
consagrado-enviado (misionero) para evangelizar a
los pobres,
proclamar a
los cautivos libertad y a los ciegos la recuperación de la vista,
para enviar los oprimidos en libertad, para
proclamar un
año de gracia del Señor (jubileo).
El
Jesús de los Sinópticos inaugura el Reinado de Dios, su misión,
con el anuncio del Jubileo, uniendo así Reino de Dios y Jubileo (Lc
4, 18-19 (cfr.
Is. 61,1-2) Mt. 11, 2-6 y Lc. 7, 18-23).
Es
un Dios de entrañable
misericordia,
como
nos lo ayuda a entender Juan
Pablo II en su encíclica Dives
in misericordia, cuando
nos dice que en el Antiguo (primer) Testamento
el término misericordia es la traducción de los vocablos arameos
hesed
y
rahmin.
El primero se
refiere a
la bondad de Dios, a
su
amor, a
su fidelidad a la Alianza. El segundo a una
dimensión maternal, a entrañas de madre. Términos
que juntos manifiesta la
presencia y acción de un
Dios Padre
que ama con entrañas de madre: “¿Puede una madre olvidar al niño
que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues,
aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré” (Is 49, 15)
Es
un Dios en visita permante,
“...
nos visitará el sol que nace de lo alto”
“Nos
visitará...”,
o
mejor,
ya nos visitó y se nos donó, como nos lo dice Juan en su
evangelio:
“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn
3,16).
Es
El mismo, el de las entrañas de misericordia, quien toma la
iniciativa, sale de su mundo e entra en el nuestro, sin ser
llamado, nos “primerea”, como dice
el
Papa en argentino. Nos
ama y por eso viene a habitar en nosotros, a vivir con nosotros, a
acompañarnos en la misión de generar, defender y promover la vida,
alimentando
la esperanza,
dando El la propia, para que todos la tengamos en abundancia y de
calidad:
“Yo
he venido para que todos tengan vida, y para que la vivan plenamente
(Jn
10,10). Con
su testimonio nos convoca y envía, guiados, iluminados y
fortalecidos por el Otro Paráclito, como
servidores de la vida. No podemos, pues, esperar a que nos llamen,
debemos adelantarnos, sin miedo y visitar: “salir al encuentro,
buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para
invitar a los excluidos... (al banquete de la vida). ¡Atrevámonos
un poco más a primerear! (E. Gaudium n. 24).
B.
¿Para qué? (finalidad de la visita) iluminar a los que viven en tiniebla y en
sombra de muerte, para
guiar
nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc
1, 77-79)
“...
iluminar a
los que viven en tiniebla...”,
no solo
con
la luz ordinaria del sol cotidiano que en cada aurora vence la
oscuridad y
calienta la creación,
sino también
con
la
Luz
que entra
en la casa-cosmos por la puerta mariana
de
Nazaret, iluminando
toda
la creación (cfr.
Juan 1, 9) y haciendo
florecer el viejo tronco de Jesé ((cfr. Is 11, 1-2). “En
Él estaba la vida y la vida era la luz de los seres
humanos”
(Jn
1,4).
El
mismo se presenta diciendo
“Yo
soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida” (Jn
8,12).
“...
y
guiar
nuestros pasos por
el camino de
la paz...”,
hasta
cuando nos
sentaremos a la mesa del Cordero (cfr.
Ap.
19,-7-10), en
donde el mismo Emmanuel (Dios-con-nosotros)
“enjugará
toda lágrima de nuestros
ojos y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni
dolor...” (Ap.
21, 4). Disfrutaremos
para siempre de la
verdadera y definitiva consolación. Ya
“no
habrá más noche, ni se necesitará luz de lámpara o de sol...”
(Ap
22,4-5), serán
“nuevas
todas las cosas...”(21,4).
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