El Pacto de las
Catacumbas y la Iglesia en África
Parte IV (páginas 368-378)
Un Pacto Misionero: Evangelizar a los pobres, los
pobres evangelizan
1. Introducción (pg.
355)
2. Antecedente del
Pacto de las Catacumbas: los ideales del Vaticano II respecto a la vida
socioeconómica
2.1. El destino común
de los bienes terrenos
2.2. Reforma de
estilo de vida
2.3. Cambio de
estructuras y políticas para beneficiar a los pobres
3. El Pacto de las
Catacumbas: «mea culpa», «metanoia» y compromiso episcopal
3.1. Un estilo de
vida sencillo
3.2. Liderazgo
participativo/colaborativo
3.3. Creación de un
nuevo orden social
4. El reto del Pacto
de las Catacumbas para la Iglesia en África
5. Actitud respecto a
la riqueza y el estilo de vida en un contexto africano
6. Actitud respecto a
la autoridad y el poder
7. Conclusión (pg.
378)
1. Introducción
El Pacto de las catacumbas de
Domitila es uno de los primeros frutos significativos del dinamismo y el
sugerente impacto del Concilio Vaticano II. Es un documento firmado por
cuarenta obispos conciliares como una expresión de su compromiso personal con
los ideales del Concilio. El mensaje medular de tal compromiso se centra en el auténtico testimonio
cristiano de la pobreza evangélica dentro de la sociedad moderna. Es un mensaje
que mantiene su importancia y capacidad de reto en todos los tiempos y
generaciones. En África, incluso con la independencia política de muchas
naciones de este continente, la gente ha seguido experimentando condiciones
políticas y económicas muy ásperas, difíciles y turbulentas.
La pobreza aumenta en muchas
regiones y lleva muchas personas jóvenes y llenas de energía a emigrar en busca
de un futuro mejor. En la Iglesia, el liderazgo ha pasado de estar formado
mayoritariamente por misioneros occidentales a tener una composición
esencialmente africana indígena.
¿Qué mensaje de esperanza cristiana puede
ofrecer la Iglesia en África a sus gentes sometidas a las duras realidades de
la injusticia social y económica?
Esta es la perspectiva desde la que
el presente ensayo examina el reto que el Pacto de las Catacumbas representa
para la Iglesia en África. Este estudio ha adoptado un enfoque analítico
crítico para la investigación. En la primera fase analiza y sitúa el contenido
del documento dentro de los principios básicos del Concilio Vaticano II sobre cuestiones
económicas y relaciones sociales. Seguidamente, el estudio presenta y explica
ese contenido como la primera respuesta episcopal al llamamiento del Vaticano a
volver a los valores evangélicos de Jesús en cuestiones socioeconómicas. Por
último, pone de relieve algunos desafíos que el Pacto plantea a la Iglesia en
África, particular mente con respecto a la actitud frente a la riqueza y estilo
de vida de su jerarquía y clero, así como su postura en lo tocante a autoridad
y poder.
En conclusión, el Pacto llama a la
Iglesia en África a hacer que su denuncia verbal y escrita de la pobreza esté
en consonancia con un estilo de vida, que rechace la codicia y desarrolle una
actitud y práctica que vea la autoridad como servicio en imitación de Jesús,
quien no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por
muchos (Mc 10,45).
4. El reto del Pacto de las Catacumbas para la Iglesia en Africa
La Iglesia católica en África es una
Iglesia muy vibrante. Se dice que un notable 16% de los católicos del mundo
viven en este continente, y que en el número de los católicos africanos se ha
registrado un crecimiento de casi el 21% entre 2005 y 2010. Abundan las
vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, y muchos sacerdotes, religiosos
y religiosas africanos trabajan como misioneros en todas partes del mundo.
En muchos países africanos, sobre
todo en el África subsahariana, las celebraciones litúrgicas están llenas de
fieles ardorosos y entusiastas, que recurren a la Iglesia no solo en busca de
alimento espiritual, sino también de protección y apoyo material frente a la
difícil situación socioeconómica y política que el continente lleva sufriendo
desde hace siglos.
¿Cómo es, pues, que el Pacto de las Catacumbas supone un reto para la Iglesia católica y
los líderes eclesiásticos en África?
Para empezar, hay que determinar la
medida en que el documento y su contenido son conocidos por el clero y el pueblo
africanos. El párrafo final del Pacto dice así: “Cuando regresemos a nuestras
diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos,
pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones”.
¿Cuántos de esos obispos
representaban a la Iglesia en África?
Un análisis de la procedencia de los
signatarios del documento es significativo: de África, 7; de Asia, 12; de
Europa, 10; de Norteamérica, 2; de Latinoamérica, 9. Total, 40.
A
juzgar por los apellidos de los obispos, la mayor parte de estos eran de origen
europeo, que servían en su país o eran misioneros en África, Asia y, en cierta
medida, en Latinoamérica. Los siete obispos representantes de África eran
mayoritariamente misioneros que trabajaban en los siguientes países: Argelia,
Egipto, Togo, Congo, Chad, Zambia y Congo-Brazzaville.
¿Por qué, entonces, siete obispos
misioneros, representantes de la Iglesia en África en el Concilio Vaticano II,
consideraron necesario firmar el Pacto de las Catacumbas?
Lo que estaba en juego no era
simplemente la cuestión de responder a las necesidades de los pobres o menos
privilegiados, puesto que ya lo venían haciendo activamente en virtud de su
trabajo como misioneros.
El Pacto de las Catacumbas, como
los artículos 63-72 de la Gaudium et spes que lo inspiraron, tocaba la cuestión
de la auténtica respuesta cristiana a la pobreza económica involuntaria que se
alimenta de la extendida injusticia social de los tiempos modernos. Desde esta perspectiva hay que considerar la pertinencia y los retos del documento para la Iglesia en
África.
A este efecto, los padres sinodales de la Primera Asamblea Especial
para África plantearon una oportuna pregunta: “En un continente saturado de
malas noticias, de qué modo el mensaje cristiano constituye una Buena Nueva
para nuestro pueblo?”
El Pacto de las Catacumbas tocó
algunos de los principales temas que presentan retos a la Iglesia en África, a
saber: actitud respecto a la riqueza y el estilo de vida, y actitud respecto a
la autoridad y el poder.
5. Actitud respecto a la riqueza y el estilo de
vida en un contexto africano
Es importante señalar desde el
principio que África es un continente enorme, dividido entre muchas naciones con
experiencias diversas. Por eso hay que estar prevenido respecto a
generalizaciones, que suelen presentar solo un lado de la historia. No
obstante, es posible discernir ciertos rasgos que caracterizan la experiencia
de diferentes sociedades africanas durante un tiempo determinado.
África ha pasado por periodos de
tráfico de esclavos, colonialismo, y neocolonialismo posterior a las independencias,
con desequilibrios económicos e injusticia social de efectos devasta dores. Por otro lado, los africanos no son
una excepción en cuanto a apreciar los bienes materiales. De ahí que haya entre
ellos cierto frenesí en la persecución de riqueza, la cual constituye una
importante fuente de poder, prestigio e influencia en la sociedad. No raramente,
los abundantes recursos naturales de muchas naciones africanas son saqueados
por una élite poderosa, en detrimento de toda la población.
Tal situación ha contribuido a la
coexistencia de una pobreza deplorable y una riqueza desaforada, ya condenada
por los padres conciliares del Vaticano II. La cuestión de la riqueza y el
estilo de vida, abordado de nuevo en el Pacto de las Catacumbas, reta a la Iglesia en
África a examinar su actitud y estilo de vida frente a la realidad histórica de
la riqueza y la pobreza como son experimentadas en el continente. Desde la época colonial, de
fuerte presencia misionera en África, la Iglesia siempre ha proporcionado alivio a los pobres, muchas
veces tomando de unos recursos escasos.
La caridad cristiana siempre ha
constituido una marcada característica de la Iglesia en África, como ha quedado
dicho. Hay, sin embargo, una creciente conciencia de que la caridad por sí sola
no es la solución a la extendida pobreza e injusticia social en la sociedad
moderna. La caridad cristiana debe estar precedida por la justicia y apoyada
por un estilo de vida sencillo, como el de Cristo, que suponga una denuncia del
apego excesivo a las riquezas y el afán por acumularlas.
Este reto ha sido tomado
de diversas dimensiones de la Iglesia en África.
La promoción de la justicia formó
parte de la temática y discusiones durante la Primera y Segunda Asambleas
Especiales para África del Sínodo de los Obispos. De hecho, Juan Pablo II
escribió así en la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa:
Respecto a la promoción de la justicia y, en particular, a la defensa de los
derechos humanos fundamentales, el apostolado de la Iglesia no puede dejarse a
la improvisación. Consciente del hecho de que en numerosos países de África se
perpetran flagrantes violaciones de la dignidad y de los derechos del hombre,
pido a las Conferencias episcopales que instituyan, donde todavía no existan,
Comisiones de «Justicia y Paz» en los diversos niveles. Estas deben sensibilizar
a las comunidades cristianas en su responsabilidad evangélica sobre la defensa de los derechos humanos.
En casi todas las diócesis de África
se ha establecido una comisión de Justicia y Paz, cuya eficacia varía de un lugar
a otro. Además del establecimiento de esa comisión, los obispos de África se
han pronunciado a menudo y enérgicamente contra la existencia de violencia,
inestabilidad política, injusticia socioeconómica y miseria en muchas regiones
del continente.
El mensaje es reiterado en la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, así como
en la correspondiente exhortación apostólica postsinodal: Que una minoría confisque los bienes de la tierra en detrimento
de pueblos enteros, es inaceptable porque es inmoral. La justicia obliga
a “dar a cada uno lo suyo”: ius suum
unicuique tribuere. Se trata, pues, de hacer justicia a los pueblos. África
es capaz de asegurar a todos – personas y naciones del continente - las
condiciones básicas que les permitan participar en el desarrollo.
Teólogos
de la liberación africanos, como Jean-Marc Ela, ha señalado, sin embargo, que
la persistente “irrupción de los pobres”, por usar las palabras del propio Ela,
supone un grave desafío para la credibilidad del cristianismo en África.
La cuestión de la credibilidad del
cristianismo en África frente a la «irrupción» de los pobres suscita algunas preguntas
pertinentes: ¿Qué mensaje transmite el estilo de vida de la jerarquía y de los
líderes religiosos en África a los africanos en el contexto socioeconómico en
que estos viven? ¿Condena su estilo de vida la pobreza y la codicia, conforme a
su denuncia oficial? ¿Da el estilo de vida del clero testimonio elocuente de
los valores del Reino al modo de Jesús, que se hizo pobre para que nosotros
pudiéramos ser ricos? (2 Cor 8,9). ¿O también la autoridad eclesiástica en
África ha quedado atrapada en el ansia frenética de acumulación de riquezas y
materialismo?
¿Pueden los pobres y las víctimas
de la injusticia social en África identificarse realmente con la jerarquía y
los líderes religiosos en asociación y solidaridad? ¿O permanecen estos todavía
en el nivel de ayudar a los pobres de sus bienes sobrantes o acumulados, pese a
que los bienes de la Tierra fueron creados para todos?
En algunas regiones de África, muchos líderes cristianos
- sacerdotes, obispos y religiosos - son propensos a llevar una vida de
opulencia a la manera de los ricos aristócratas de su sociedad.
Su espléndido estilo de vida los expone a padecer de cierta avidez por el
dinero y apego a las cosas, en una sociedad que hace ídolos de las riquezas y
las posesiones materiales.
El
clero compite dentro de sus propias filas y con miembros de la sociedad civil
en cosas tales como el uso y posesión de múltiples casas o vehículos caros e impresionantes y el disfrute
regular de costosas vacaciones en Europa o América, etc. Se da la triste ironía
de que algunos de esos bienes o viajes son sufragados por feligreses pobres que
contribuyen con sus escasos recursos a satisfacer las incesantes demandas o
manipulaciones de su clero. También pueden proceder de ricos aristócratas de
esas sociedades, que ven conveniente alinearse con los dirigentes
eclesiásticos.
El afán de bienes materiales
entre sacerdotes se manifiesta también en la proliferación de centros del
ministerio de curación. Con el tiempo, algunos de esos centros se han
convertido en verdaderos negocios, que han situado al correspondiente
sacerdote-sanador entre los más ricos de la sociedad. El éxito material de
tales centros ha conducido en Nigeria, por ejemplo, al establecimiento de universidades y colegios superiores privados, así como al surgimiento de
numerosas industrias e instituciones financieras, que a su vez contribuyen a
aumentar el poder y el prestigio de su propietario.
Algunos centros del ministerio de
curación llegan a utilizar estrategias manipulativas para conseguir dinero de
gentes vulnerables que buscan sus servicios. Tal abuso de poder espiritual fue
condenado por E. C. Uzochukwu cuando escribió: El ministerio es para el
beneficio de los miembros de la Iglesia y no solo para el lucimiento de algunos. Los sacerdotes que en Nigeria
hacen ostentación de dones para fascinar a la gente común o enriquecerse son
comparables a los ofeke debía
(curanderos estúpidos e ignorantes) de la tradición Igbo... Nuestros sacerdotes
y laicos que en Nigeria y otras partes de África están activos en el ministerio de curación deberían tener
presente la espiritualidad tradicional de considerar sus dones destinados al
servicio de la comunidad, a fin de que aprecien el significado profundo de los
carismas para la construcción de la comunidad como fue vivida en el cristianismo primitivo (1 Cor 12). Esto calará más cuando el ministerio sea
aprendido esencialmente como servicio y no como una escalera para alcanzar
rango y privilegio.
Desde esta perspectiva, el Pacto de
las Catacumbas reta a los líderes religiosos de África a dar auténtico testimonio
de los valores que Jesús predicó y conforme a los cuales vivió, y que formaron
luego la base para la vida y práctica de los primeros cristianos.Un estilo de vida sencillo
promueve un reparto equitativo, entre todos, de los bienes comunes de la
Tierra; supone un rechazo y una crítica de la acumulación de riqueza por parte
de unos pocos en perjuicio de la mayoría; no busca manipular la religión para
ganar popularidad, poder, prestigio y privilegios (1 Tes 2,5-10). Según John
Marc Ela: No basta con que el la «lucha por la justicia» se incluya en el discurso
oficial de cierto número de sacerdotes, obispos o teólogos, mientras que las
prácticas y las orientaciones de la vida cristiana en conjunto siguen
configuradas por la problemática de un cristianismo todavía atrapado en las sutiles
maquinaciones de una sociedad dominante.
En lo sucesivo deberemos tener el
coraje de vivir nuestra relación con Dios en la fe partiendo de nuestra experiencia de solidaridad con África,
que busca su liberación.
Desde este punto de vista, lo que necesitamos en nuestras iglesias es un cristianismo de “mangas remangadas”, que abandone su mentalidad de gueto y se comprometa en las cuestiones reales que deciden el futuro de un pueblo.
6. Actitud respecto a la autoridad y al poder
El Pacto de las Catacumbas reta a la
Iglesia en África también a examinar su actitud con respecto a la autoridad y
el poder, a la luz de las enseñanzas y prácticas de Jesús y de la Iglesia
primitiva. En palabras de Donal Dorr: “Como no haya la percepción de que la
Iglesia es verdaderamente justa en su manera de proceder, se verá gravemente
comprometido su trabajo por la justicia en la sociedad”.
También
los padres sinodales en la Primera Asamblea Especial para África del Sínodo de
los Obispos apuntaron: La Iglesia, como comunidad de fe, debe ser un testigo firme
de la justicia y la paz incluso en sus estructuras y en las relaciones entre
sus miembros.
A
la luz de esta declaración surgen algunas preguntas fundamentales: ¿Qué
significa que la Iglesia en África “debe ser un testigo firme de la justicia y
la paz incluso en sus estructuras y en las relaciones entre sus miembros»? Las estructuras existentes dentro de
las que actúan las autoridades eclesiásticas en África, ¿promueven la justicia
o toleran la injusticia? ¿Proporcionan alternativas razonables a la dominación,
explotación y opresión que operan en la estructura económica, social y política
de muchas sociedades africanas?
Dos factores principales influyen en el ejercicio de la autoridad
dentro de la Iglesia en África. El primero es un fuerte
clericalismo, heredado de los misioneros occidentales, que el
obispo Mwoleka ha calificado de “enfermedad incurable”. El
segundo es una imagen deteriorada de la autoridad del jefe africano
autocrático, imagen propagada por los dictadores de África en el terreno
político. Estos dos factores, que combinados dan lugar a la autocracia clerical, constituyen
grandes peligros para el ejercicio de la autoridad dentro de la Iglesia en
África.
Se ven en este continente
situaciones en que la Iglesia está todavía intensamente clericalizada. Por un
lado, hay un puñado de obispos y sacerdotes en la cúspide de la pirámide que
tienen una autoridad casi absoluta, con derechos y privilegios en la
administración de las diócesis y las parroquias. Hay también, por otro
lado, un alto porcentaje de fieles laicos, sobre todo mujeres, que sufren esa
situación en la base piramidal.
Este modelo de Iglesia se
desentiende, en la práctica, de la enseñanza oficial del Vaticano II sobre la Iglesia como Pueblo de Dios, así como sobre la colegialidad y el ministerio
colaborativo. Sus estructuras están constreñidas por mecanismos de injusticia
que van en contra del valor evangélico de la autoridad entendida como servicio.
Son lo contrario de la manera que tenía Jesús de proceder con sus discípulos.
Cuando los apóstoles empezaron a rivalizar entre ellos por posiciones de poder,
Jesús los llamó y los instruyó de este modo: Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. Pues tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.
A la luz de esta visión
evangélica de la autoridad como servicio, los obispos del Pacto de las Catacumbas
declararon: Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con
nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro
ministerio constituya un verdadero servicio. Así, nos esforzaremos por “revisar nuestra vida» con
ellos; buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu
que jefes según el mundo; procuraremos hacernos lo más humanamente posible
presentes, ser acogedores; nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su
religión (Mc 8,34-35; Hch 6,1-7; 1 Tim 3,8-10) 39.
7. Conclusión
El Concilio Vaticano II es un gran
hito en la historia de la Iglesia en tiempos modernos. El Pacto de las Catacumbas
de Domitila desarrolla una aplicación práctica de los principios teóricos del
Concilio Vaticano II sobre materias socioeconómicas. Constituye un gran reto
para la Iglesia en África y para la Iglesia universal volver a los valores
evangélicos de Jesús en la respuesta a las relaciones económicas y sociales en
la sociedad moderna.
El Pacto reta a los dirigentes
eclesiásticos en África y demás partes del mundo a rechazar la injusticia
social y económica no solo mediante denuncias formales, sino especialmente con
un cambio de mentalidad y un estilo de vida sencillo que promueva la justicia y
la utilización común de los bienes de la Tierra.
Subraya la necesidad de que la
Iglesia en África se convierta en auténtico testigo de justicia y paz en sus
estructuras y en la relación entre sus miembros. Reta a todos los cristianos a
luchar contra el desequilibrio económico con justicia social y caridad, más un estilo de vida
inclusivo de los pobres como socios respetables en la compartición de los
bienes comunes de la Tierra. Exhorta a los Gobiernos y las organizaciones internacionales
a hacer y aplicar leyes y políticas desde la perspectiva de sus beneficios para los pobres.
* Ethel
Ezeh, Mare-Noelle. Religiosa de las Hermanas del Inmaculado Corazón de María Madre de
Cristo (Nigeria). Ha estudiado en la Universidad Católica de París y en la
Sorbona (Paris IV). Enseña en el Department of Religion and Society in Anambra State
University, Nigeria.
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