Con cuentos hacen soñar a los niños del Caguán
El día que la hermana Reina Amparo Restrepo invitó por primera vez a los niños de San Vicente del Caguán a leer cuentos para alejarlos del conflicto, sólo fue Ricardo Espinosa; en ese entonces, noviembre de 1997, tenía 9 años.
Foto: Jorge Eliécer Quintero / EL TIEMPO
Ricardo leyó tres veces El Profeta Gruñón y no lo entendió. Hizo un dibujo del cuento y se fue. Al día siguiente, volvió con su primo Roberto y con su hermano.Vio su dibujo pegado en la pared al lado de un letrero que decía: "El libro es un amigo". El muchacho se sintió orgulloso.
Así nació el Círculo de Lectores Infantil del Vicariato Apostólico de San Vicente del Caguán y Puerto Leguízamo, con detalles que enamoraron a los niños de los libros. Diez años después, en el proyecto participan 6.000 jóvenes de zonas urbanas y rurales. Unos 12.000 han pasado por esta escuela de la paz.
Comenzó en el garaje del convento de las Misioneras de la Consolata, a media cuadra del parque de San Vicente, con 27 libros (hoy suman 10.000) y una reunión de dos horas una vez por semana. Los niños leen, dibujan, dramatizan cuentos y escriben sus propias historias que son leídas en la emisora local.
Los libros iniciales habían sobrado de una campaña de desarme organizada por ella y el entonces obispo de San Vicente, Luis Augusto Castro.
Durante la existencia de la zona de distensión, cuando los pequeños aún jugaban a la guerra, la monja recibía cada día más niños que querían cambiar pistolas de juguete por 'armas de papel'.
Pero la misionera, nacida en Angostura (Antioquia) hace 58 años, quería ir más allá. Se impuso el reto de desarmar sus corazones. "Esa es la labor de los círculos de lectura: alejar a los niños del conflicto y volverlos constructores de paz", dice.
Buscó apoyo del colegio Dante Alighieri y logró que los jóvenes de 11 cumplieran, voluntariamente, su servicio social enseñando a leer a los pequeños. Esto les valió el XI Premio Santillana de Experiencias Educativas.
Allí conoció a la profesora Beatriz Loaiza Alzate, una caldense licenciada en filosofía y letras, de 47 años, empeñada en mejorar el nivel de lectura de los menores en el Caguán. Con ella hizo equipo.
Luego se unieron madres comunitarias y docentes,abrieron sedes en barrios y veredas lejanas y las dotaron de libros donados. Así formaron 234 círculos de lectores.
El cambio se nota en los menores. Para la monja, el premio es de los niños y de su pueblo. "Es el reconocimiento a un trabajo hecho por un pueblo utilizado y estigmatizado por la guerra", dice.
Ricardo Espinosa, el primer niño del Círculo, y su primo Roberto, que pintó la cartilla número cuatro, quizá no se enteren de que la hermana Reina se ganó el Premio Nacional de Paz, pues están prestando el servicio militar.
"Sé que esos niños no van a vivir toda la vida con un fusil al hombro, porque aquí aprendieron cosas bonitas de la paz", dice Reina Amparo, convencida de que tampoco van a correr para la guerrilla.
Ricardo leyó tres veces El Profeta Gruñón y no lo entendió. Hizo un dibujo del cuento y se fue. Al día siguiente, volvió con su primo Roberto y con su hermano.Vio su dibujo pegado en la pared al lado de un letrero que decía: "El libro es un amigo". El muchacho se sintió orgulloso.
Así nació el Círculo de Lectores Infantil del Vicariato Apostólico de San Vicente del Caguán y Puerto Leguízamo, con detalles que enamoraron a los niños de los libros. Diez años después, en el proyecto participan 6.000 jóvenes de zonas urbanas y rurales. Unos 12.000 han pasado por esta escuela de la paz.
Comenzó en el garaje del convento de las Misioneras de la Consolata, a media cuadra del parque de San Vicente, con 27 libros (hoy suman 10.000) y una reunión de dos horas una vez por semana. Los niños leen, dibujan, dramatizan cuentos y escriben sus propias historias que son leídas en la emisora local.
Los libros iniciales habían sobrado de una campaña de desarme organizada por ella y el entonces obispo de San Vicente, Luis Augusto Castro.
Durante la existencia de la zona de distensión, cuando los pequeños aún jugaban a la guerra, la monja recibía cada día más niños que querían cambiar pistolas de juguete por 'armas de papel'.
Pero la misionera, nacida en Angostura (Antioquia) hace 58 años, quería ir más allá. Se impuso el reto de desarmar sus corazones. "Esa es la labor de los círculos de lectura: alejar a los niños del conflicto y volverlos constructores de paz", dice.
Buscó apoyo del colegio Dante Alighieri y logró que los jóvenes de 11 cumplieran, voluntariamente, su servicio social enseñando a leer a los pequeños. Esto les valió el XI Premio Santillana de Experiencias Educativas.
Allí conoció a la profesora Beatriz Loaiza Alzate, una caldense licenciada en filosofía y letras, de 47 años, empeñada en mejorar el nivel de lectura de los menores en el Caguán. Con ella hizo equipo.
Luego se unieron madres comunitarias y docentes,abrieron sedes en barrios y veredas lejanas y las dotaron de libros donados. Así formaron 234 círculos de lectores.
El cambio se nota en los menores. Para la monja, el premio es de los niños y de su pueblo. "Es el reconocimiento a un trabajo hecho por un pueblo utilizado y estigmatizado por la guerra", dice.
Ricardo Espinosa, el primer niño del Círculo, y su primo Roberto, que pintó la cartilla número cuatro, quizá no se enteren de que la hermana Reina se ganó el Premio Nacional de Paz, pues están prestando el servicio militar.
"Sé que esos niños no van a vivir toda la vida con un fusil al hombro, porque aquí aprendieron cosas bonitas de la paz", dice Reina Amparo, convencida de que tampoco van a correr para la guerrilla.
Jorge Eliécer Quintero Enviado Especial de El Tiempo San VIcente del Caguán (Caquetá)
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