La hoja de vida del P. Jaime Díaz es larga, rica, variada y siempre al servicio de la Misión y del Instiuto de la Conslata:
- * Uno de los dos primeros Misioneros de la Consolata en ir, como enviado, al África.
- * Formador de Misioneros
- * Misionero en varios lugares de Colombia-Ecuador
- * Superior y Administrador Regional
Desde el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en Manizales, en donde era Párroco, partió para el Brasil cargado de realismo y fe.
A LOS MISIONEROS DE LA CONSOLATA DE COLOMBIA – ECUADOR
Apreciados Hermanos Misioneros:
Quiero hacerles llegar un saludo cordial y caluroso, esperando que todos se encuentren bien, realizando su misión con entusiasmo y viviendo con alegría la espera confiada y dichosa de la Venida del Salvador.
Como ustedes supieron por las noticias de Roma y del P. Salvador Medina, Superior regional, yo fuí destinado aquí al Brasil, adonde llegué el 20 de octubre pasado. Con mis saludos y recuerdos, me ha parecido bien, comunicarles también algunos de mis sentimientos y vivencias en relación con mi destinación. Talvés les puedan interesar.
Creo que para todos, o casi todos, fue una sorpresa. Algunos se alegraron y me animaron, otros, talvés la mayoría y, entre ellos parte de mi familia y amistades, encontraron dificultad para entenderla, pues, sobretodo por mi edad y el trabajo realizado, les parecía que era ya hora más bien de jubilarse y descansar.
Aquí he sido muy bien recibido por los misioneros con quienes me he encontrado, aunque, como sucede también en las buenas familias, hubo algunas cosas que, en este mundo de inmediatez y de carreras, pusieron a prueba mi calma y mi paciencia. Pasé varias semanas esperando la destinación y la posibilidad de estudiar el portugués.
Cuando me despedía, era frecuente la pregunta: “usted está contento para ir a Brasil?”. “Por cuánto tiempo se va a ir?”. “Va a regresar ligero?”. No era el caso de hacer muchas disquisiciones. Por eso, mi respuesta era: sí, aunque tengo un cierto temor por mi edad, el estudio del idioma y la salud. Cosas que, según me decía en abril el Consejero General que me trajo la propuesta de destinación, no eran un problema, o mejor, eran un problema de fácil solución.
Es cierto que, después de 36 años de Ordenación Sacerdotal, uno no tiene ya tantos temores, ni ansiedades, ni afanes de sobresalir y, hasta podría añadir, ni esos complejos, o manías, o pretensiones que se tienen muchas veces cuando se es más joven; y viaja más curtido y reposado y hasta con deseos de pasar desapercibido. Pero, es cierto también que, si el dejar la patria, la familia, la cultura, la Comunidad, por decir lo más importante, cuando se es joven es cosa de “locos”, a los sesenta años es ya talvés de “locos de remate”.
Y entonces, por qué aceptar una destinación abierta en el tiempo y en las perspectivas, teniendo todavía posibilidades de colaborar en la propia tierra y en la propia Comunidad?. Yo les decía a mis sorprendidos amigos y familiares: en mi destinación veo la voluntad de los Superiores de Roma, pero veo también la voluntad de Dios. Una señal del Dios Misionero que me está ayudando a entender, reflexionar y vivir mejor algunas de las características de nuestra vocación religiosa misionera.
- Me he convencido más de que la vocación está basada en la fé en la Persona de Jesús. (“los llamó para que estuvieran con El”, dice San Marcos). Aunque en la práctica nuestra fé no sea tan grande y tengamos que repetir continuamente como ese papá del que habla el Evangelio: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fé”. En un periódico católico de Inglaterra leí hace unos meses que habían encontrado una carta de la Madre Teresa de Calcuta, en la que ella decía que toda la vida había tenido crisis de fé.
- El llamado del Señor fue decisivo para cada uno de nosotros en algún momenrto de nuesta vida, pero yo siento que El continúa llamándonos de diferentes maneras, a través de los varios acontecimientos, con diferente intensidad. Y El espera también nuestras respuestas, la renovación continuada de ese “sí” de los primeros tiempos.
- El seguir a Jesús con amor por encima de todo y de todos sigue siendo un desafío y una lucha de toda la vida, pues en toda época y edad nos sentimos marcados e impregnados de pecado original. Eso que la sabiduría popular trató de plasmar con el proverbio: “genio y figura hasta la sepultura”. Estando aquí en São Paulo en estas primeras semanas en la casa regional, he sentido más vivamente en todo mi ser lo que significa dejarlo todo: familia, amistades, Comunidad, cultura, etc. Esta vez, he sentidio también algo que en otras salidas no había experimentado. Algo así como un rechazo y desgarramiento al tener que dejar también el idioma, ese lenguaje vivido y querido toda la vida y comunicado siempre por nuestra gente tan bella y sonoramente, para utilizar otro; o mejor, para desbaratarlo y cambiarlo, por otros sonidos y formulaciones, cuya sonoridad y belleza sólo se irán sintiendo y viviendo lentamente.
- He sentido el llamado del Señor, ya menos como sueño y más como realidad vivida concretamente, menos como rutina y más como escucha de esa voz que llega a todo el ser, que penetra hasta el tuétano de los huesos. Presencia misteriosa de Cristo que llena toda la vida y que hace sentir y vivir de manera diferente, que mueve a actuar más desinteresadamente, que ayuda a entender un poco más las palabras del Apóstol: ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí.
A finales del mes iré definitivamente a la Parroquia de Santa Paulina, que queda en la Favela de “Heliópolis” en las afueras de la Ciudad. Allí, seguiré andano por los caminos de la Misión, siguiendo las huellas ya trazadas y, ojalá, haciendo nuevos caminos, con la ayuda del Señor y la protección de nuestra Madre Consolata.
P. Jaime Díaz C., Imc
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