Madre
querida
Quisiera
escribirte esta carta, mejor dicho, esta oración. Escúchame otra
vez, Consolata, pues te necesito, necesito tu ternura, necesito tu
mano. Te hablo, Madre, desde los colores de esta tierra, con los
negros, los indígenas y mestizos. Te hablo, Madre, desde un pasado,
desde una historia hecha de sangre y flores, de guerras y encuentros,
de amores y odios. Te hablo, Madre, desde los plantíos de yuca, de
maíz, de papas, de bananos, del café y del chontaduro. Te hablo,
Madre, desde las montañas, las cordilleras, los ríos, las cumbres.
Te hablo, Madre, desde la cultura donde habito, pues yo sé, Madre,
que me has invitado desde esta cultura a abrirme para el mundo. Te
hablo, Madre, porque, también tú y yo estamos inmersos en esta
cultura americana.
Te
hablo desde Colombia, Madre, desde las tierras de Cali, desde la
pastoral afro descendiente, desde la comunidad formativa. Te hablo,
Madre, desde los rincones de mi corazón, donde empieza a crecer el
sonido de la Marimba, del cununo, del guasa. Es tan lindo Madre,
escúchanos, es tan hermoso María, es tan bueno saber que nos
escuchas desde lo que somos. Ves, Madre, allá vienen nuestros
ancestros, porque, también ellos te amaron. Ves, Madre, allá están
nuestras raíces, nuestra cultura y allá está tu hijo, Madre .Otra
vez Él nos llama, pero la barca donde ahora vamos es nuestra forma
de ser, es lo que somos, es la cultura, Madre.
Ya
no te encuentro en el santuario, Madre, pero te encuentro en nuestras
mesas, en nuestra danza, en nuestras celebraciones, en las mingas y
alabados. Ya no te busco en las iglesias, Madre, pero te contemplo
en el caminar de la gente, en los pasos cansados de los trabajadores,
en los jóvenes yendo a la universidad, en los vendedores de la
calle, en el habla del pueblo, en los acentos, en las tardes
calientes. Te veo, Madre, y te descubro en los rostros de los hombres
y mujeres que encuentro en el camino. Ya no te busco en los libros de
teología, Madre, mejor dicho, ya no sé la teología de los libros;
mi teología lleva el sudor de los días, la violencia, las guerras,
las luchas, el sufrimiento. Es que otra vez, Madre, tu hijo va a ser
crucificado por aquí, en tantos hombres y mujeres cuyas vidas son
quitadas, cosificadas, traficadas. Mi teología, Madre, comprende
todo esto, pero, también, lleva el atardecer, el olor de las arepas,
el sabor del sancocho, las noches estrelladas, las montañas del
valle, el rio Cauca, en el canto del ballenato, el abrazo de los
misioneros, el vuelo de las mariposas, el olor de las flores y la
música del Pacifico.
Te
hablo, Madre, desde los sonidos que empiezan a habitar en mi corazón
y no quisiera pedirte nada, solo invitarte, Madre. Ven, Consolata,
junto a tu hijo ven a bailar con nosotros. Ven, Madre, y baile
nuestra salsa, nuestro bunde, nuestro currulao, todos nuestros
ritmos. Ven, Madre, pues acá te esperamos, acá te necesitamos. Mira
cómo es linda esta danza, Madre, cómo lucen nuestros jóvenes, oye
cómo cantan los abuelos, cómo acá te celebramos... Madre
Consolata, no se haga presente sólo en nuestra labor, en nuestro
luto, en nuestro sufrimiento, sino, también, en nuestra fiesta.
Madre del señor, acá danzamos, tomados de las manos, bailemos y
caminemos.
Sândrio
Cândido ( IMC)
sandriocp@yahoo.com.br
1 comentario:
Ayuda a pensar la teologia... la pastoral... la misiòn.. la formaciòn y la piedad popular....
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