en el Instituto Misiones Consolata
El ser humano ha sido
creado por Dios para la vida, el amor y la comunión. A lo largo de la historia
de la salvación, Dios ha llamado a personas concretas para participar en su
misión. En Jesucristo, ese llamado se vuelve pleno y personal: “Ven y sígueme”
(Mt 19,21). Hoy, este llamado sigue resonando, especialmente en quienes se
sienten atraídos por el ideal misionero. En el Instituto Misiones Consolata,
este seguimiento de Jesús adquiere una forma particular: ser discípulos
misioneros consoladores, llevando el Evangelio a las periferias del mundo y del
corazón humano.
Dios ha creado al ser
humano a su imagen y semejanza, con la capacidad de amar, servir y entregarse.
En cada corazón resuena una sed de plenitud, de sentido, de eternidad. La
vocación cristiana nace de la certeza de que fuimos amados primero, y que estamos
llamados a responder con nuestra vida entera.
Pero esta vocación no es
solo personal, sino misionera: el amor de Dios no puede guardarse, debe
compartirse. Por eso, todo cristiano, por el bautismo, es también enviado.
2. Jesús: modelo y
camino del misionero
El Instituto Misiones
Consolata encuentra en Jesucristo misionero del Padre su fuente y modelo. Jesús
no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos (cf. Mc 10,45).
Vivió entre los pobres, sanó, anunció el Reino, consoló a los afligidos y amó
hasta el extremo.
Seguir a Jesús en el
Instituto significa asumir su estilo de vida, su cercanía a los pequeños, su
pasión por el Reino y su apertura universal. Como decía el Beato José Allamano:
“Primero santos, después misioneros”.
3. La vocación cristiana en clave misionera
El cristiano que entra en
contacto con el carisma Misionero de la Consolata descubre que el seguimiento de Jesús implica:
v Ser
testigo del Evangelio allí donde no es conocido o vivido.
v Encarnar
la compasión de Dios en medio del sufrimiento humano.
v Formar
comunidades de fe vivas, que celebren y vivan el amor de Dios.
v Anunciar
con la vida que Cristo es el camino, la verdad y la vida.
Este seguimiento es una
vocación, no simplemente una tarea. Es una respuesta libre al amor de Dios, que
llama a algunos a dejarlo todo por el anuncio del Reino, al estilo de María
Consolata, modelo de ternura, escucha y entrega.
El carisma del Instituto se
expresa en tres palabras clave: consolar, evangelizar y entregarse.
Consolar: significa estar
presentes donde hay dolor, soledad, abandono, injusticia e inclusive fiesta.
Evangelizar: anunciar a
Jesucristo con la palabra y el testimonio, especialmente donde Él aún no ha
sido proclamado.
Entregarse: vivir la misión
como una donación total, como vida ofrecida por amor.
Esto se vive en comunidades
interculturales, en zonas difíciles, muchas veces en primera línea, con
alegría, sencillez y fidelidad.
5. Una llamada para todos, una misión sin fronteras
El Instituto Misiones
Consolata forma parte de la Iglesia en salida. Sus miembros –sacerdotes,
hermanas, laicos y laicas consagradas– viven el seguimiento de Jesús en tierras
de misión, pero también desde la animación misionera, la formación y el testimonio
en todos los ambientes.
Cada cristiano está llamado
a vivir con espíritu misionero, incluso sin salir de su país. La misión es una
actitud del corazón: abrirse al otro, vivir en clave de don, anunciar con la
vida.
Conclusión
El ser humano –cristiano,
ha sido creado y llamado al seguimiento de Jesús. En el Instituto Misiones
Consolata, este llamado se vive desde la vocación misionera, inspirada por el
carisma del Beato José Allamano. Quien respondiendo a este llamado decide
caminar con Jesús, consolar a los pueblos, anunciar y construir su Reino y
entregar la vida en la misión, se hace más humano y por lo mismo santo. Se humaniza y santifica en la misión, como discípulo del Misionero del Padre Dios.
En un mundo que necesita
esperanza y consuelo, seguir a Jesús como misionero/a en la Familia Consolata es una
respuesta actual, valiente y profundamente humana.
Señor Jesús,
Tú que llamaste a tus discípulos con amor
y los enviaste a anunciar el Reino,
mírame hoy, aquí, en medio de mi vida cotidiana,
y hazme escuchar tu voz que me dice:
“Ven y sígueme.”
Has puesto en mi corazón
el deseo de algo más,
la sed de verdad,
la pasión por un mundo más justo,
y el anhelo de consolar a quienes sufren.
Hazme discípulo tuyo,
fiel a tu Palabra,
libre para amar,
valiente para ir donde Tú me necesites.
Como María Consolata,
enséñame a decir "sí" sin reservas,
a estar disponible para tu misión,
y a llevar tu consuelo a los más olvidados.
Señor, si Tú me llamas,
dame la gracia de responder con alegría.
Si me quieres misionero, misionera,
hazme generoso en la entrega y firme en la fe.
Que el ejemplo del Beato José Allamano
me inspire a ser primero santo,
y después, misionero tuyo
en cualquier rincón del mundo.
Amén.

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