CONSOLACIÓN Y MISIÓN
El nombre de Consolata
María, discípula
de Jesús, recibe muchos nombres, cargados todos de especial significado. Uno de
tantos es el de CONSOLATA que, para nuestro caso, viene vinculado a un Santuario
que se encuentra en Turín – Italia y a una Familia Misionera llamada de la
Consolata, fundada por el Beato Jose Allamano, en 1901 los Misioneros y en 1910
las Misioneras, la cual comparte hoy el carisma con los Laicos, llamados también
de la Consolata. Es interesante notar que o Santuario fue intitulado a la “Consoladora
de los afligidos”, pero que en el lenguaje del pueblo piamontés “Consoladora”
se transformo, ya desde el inicio, en consulà
o Consolata.
Como sucede con
los nombres bíblicos, en su mayoría, impuestos o cambiados para expresar o manifestar la personalidad, las
cualidades o la misión de sus portadores (cfr. Gedeón, Jue 6,12; Pedro, Mt
16,18), lo mismo podemos decir del nombre Consolata,
que por atribución popular significa, al mismo tiempo, la Consolada (santa) y la Consoladora
(misionera). Consolada por el
Espíritu de Dios, el Otro Paráclito, en
el acontecimiento de la Anunciación-Encamación
y Consoladora en diferentes momentos
de su vida.
En la parte
inferior del cuadro de la Consolata
de Turín, pintura del siglo XV, copia del cuadro que representa la madre con el
niño, custodiado en la iglesia de Santa María del Pueblo, en Roma, se encuentra
la inscripción Sancta María de Populo de
Urbe (Santa María del Pueblo de la Ciudad), vinculando así a la Consolata
con el pueblo (los pueblos), con la humanidad en general y con la ciudad (las
urbes) en particular.
I). María Consolada: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo!” (Lc 1-28)
Estas palabras, pronunciadas por el Ángel Gabriel,
fuerza de Dios, como señal y manifestación de la presencia divina (cf. Is 6,3;
Lc 2,14) definen el nuevo nombre de María: “Llena de gracia” (kekharitomene)
= consolada. Acompañada de
Dios: “el Señor está contigo”. Llamada a la alegría (khaire), estado
existencial de felicidad y plenitud: "Alégrate, llena de gracia... No
temas… El Espíritu Santo vendrá sobre ti... Concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús
(Salvador. María
es, ante todo, una persona favorecida de Dios, por haber encontrado
gracia delante de Él (cfr. Lc 1,30) y como amiga de Dios responde con su propia
entrega o disponibilidad: “hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1,38). El mismo
Dios que ama viene a habitaren ella para santificarla con su Espíritu e volverla fecunda, El que es
"el Señor que da la Vida", haciendo
con que ella pueda cumplir su misión (cfr. CIC n. 485).
Recolocando, pues, el saludo del Ángel en el trasfondo del Primer
Testamento, podemos constatar algo muy profundo: María viene a ser, por antonomasia, la Hija de Sión, auténtica
Madre de la consolación prometida al
antiguo Pueblo(cfr. Is 40-55, etc.) y esperada por los pobres de Yahvé,
representados en los ancianos Simeón y Ana: “luz para
iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo,
Israel” (Lc 2, 25-35), liberación de
Jerusalén (cfr. 2, 38) y de todos los pueblos de la tierra a partir de los
pobres y oprimidos (cfr. 6,20-26).
II). Maria Consoladora (misionera)
A). En la fiesta-boda de la
vida
El Concilio
Vaticano II (cfr. LG, 58), al narrar la presencia de María en la vida pública
de Jesús, recuerda su presencia discreta y atenta, activa y participativa, su rol
femenino, de mujer (cfr. Jo 2,4; 19,26) acompañante, previsiva y providente,
que comparte las necesidades de la humanidad e intenta soluciones. Ella “estaba
allí”, en el lugar cierto a la hora cierta. Movida a compasión, orienta a los
servidores de la fiesta hacia Jesús: “Hagan todo lo que El les diga”. Lleva a
su Hijo Jesús, el Mesías, a anticipar la “hora”, el “tiempo del consuelo” (cfr.
At 3,8-26), del Reinado de Dios, con un signo de su mesianismo, manifestando así
su gloria al transformar el agua en vino para la fiesta de la humanidad. La
fiesta de la vida no termina antes de tiempo, continua con la vieja agua
transformada en vino nuevo, el vino del amor (cfr. Cant 1,2; 7,10; 8,2). El vino
de la nueva y eterna alianza. Los que estaban allí y seguían los acontecimientos
“creyeron en El”.
B). María
consoladora al pie de la cruz de la humanidad
Juna presenta a María
“de pie junto a la cruz de Jesús”, en compañía del discípulo que Jesús amaba
y de otras
mujeres que
también seguían al Crucificado. E esa “hora” Jesús, mirando para ellos dijo a María:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo” y al discípulo: “ahí tienes a tu madre… el
discípulo se la llevo a su casa”. Y Jesús, “inclinando la cabeza, entrego el espíritu”
(Jo 19, 25-30).
La “mujer” al pie
de la cruz viene entendida en el Evangelio de Juan en sintonía con Gen 3,15 y Jn 2,4. María es interpretada
como Madre, madre de los vivientes, nueva Eva y su hijo, el discípulo
amado de Jesús, presentado como representante de toda la humanidad. Ellos,
María y el discípulo, son ahora la familia mesiánica, la Iglesia de hermanos,
centrada en Palabra de Jesús y en la presencia de su Espíritu.
En esta “hora”
de muerte, sufrimiento y dolor se encuentra María, disponible para la gestación
de la nueva familia de Dios, para el doloroso, pero alegre, parto de la nueva
humanidad, preanunciado en el Primer Testamento (cf. Is 21,3s; 26-16-20; 66, 7-14:
Jr 30,6: Os 13,13) y conformado en el Nuevo (Mc 13,8; 1Ts 5,3; Rom 8,22; Ap
12,2).
Es, en verdad, María Dolorosa, pero no solo. Es, al mismo tiempo, mujer-madre y
compañera de los discípulos/as del crucificado-resucitado, espacio tierno y
cariñoso de la “nueva comunidad” o Iglesia.
El Papa mariano,
Juan Pablo II, contempló así la “hora” de María: “En la anunciación, María dio
en su vientre la naturaleza humana al
hijo de Dios; al pie de la Cruz, recibió en su corazón a toda la
humanidad. Madre de Dios desde el primer instante de la encarnación, ella se
vuelve madre de la humanidad en los últimos momentos de la vida del Hijo, Jesús”.
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