Consolata
Se
llama así porque la gente del Piamonte, norte de Italia, incluyó en ese nombre todo lo que sabía o había
entendido sobre María. Su imagen inmediatamente llama la atención, por su dulzura.
Mirándola uno se siente consolado.
En el dialecto Piamontés
no existe el género. Los hombres y las mujeres usan la misma palabra: “cunsulà”, por eso la “Consolatrix
aflictorum”, nuestra Señora de la Consolación, se convirtió en la “Consolata”.
No es tanto el
nombre de la Virgen, cuanto lo que uno siente en el corazón cuando la visita y
le súplica. Como necesitados que somos, con tantos problemas que tenemos y sin
saber cómo resolverlos, nos dirigimos a Ella. Como devotos le hablamos casi solamente de los
dramas o tragedias cotidianas. Le contamos todo, seguros que Ella nos escucha.
Al final, a la hora de volver a la lucha ordinaria, experimentamos el corazón pleno de esperanza. Experimentamos
la consolación. Podemos volver a trabajar y buscar nuevas respuestas y
soluciones. ¡Somos consolados!
La anterior es
la versión popular de esta “tierna madre”, pero hemos construido también la teológica
y pastoral. Especialmente nosotros, Misioneros de la Consolata, nos sentimos
enviados con una misión toda particular:
llevar la Consolación de Dios a los pueblos.
Inclusive en Quichua
hemos buscado y encontrado el apoyo filológico para iluminar a los catequistas,
que quedaban entusiasmados con la nueva dimensión de la pastoral: Consolar, que quiere decir hacer feliz porque los problemas han terminado o porque han encontrado una solución.
Felicidad se dice
“cushi”, en Quichua. Ser feliz se
dice “cushina”. Feliz se dice “cushic”, que literalmente significa alguien que es feliz. Pero los verbos
tienen la partícula causal “chi” que les cambia la función. Si se la agregamos a “uno que es feliz” (cushina),
se transforma e “uno que “hace ser feliz” (cushichina). El verbo misionero viene a ser “cushichina”: hacer feliz a la gente, “runacunata cushichina”. Personalmente
veo que en la misión se vive o realiza igualmente la advocación popular y, al mismo tiempo me pregunto: ¿por qué los
misioneros nos sentimos a veces desanimados, desconsolados?
Porque a pesar de
tantos sacrificios, tanto dinero gastado, la infinidad de proyectos, los pobres
siguen afligidos, sin esperanza. ¡Cómo nos gostaria verlos felices, contentos, con
dignidade, capacitados y buenos!
También nosotros, protegidos por nuestra Madre
Consolata, nos sentiríamos verdaderamente identificados con el nombre que llevamos: nos sentiríamos
consolados y trabajaríamos aún más para hacer más felices a los otros. Sabemos
que seremos consolados si consolamos, que seremos felices si hacemos felices a otros. (Traducción de Salvador Medina)
P. José Ramponi imc
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