“CONSOLAD,
CONSOLAD A MI PUEBLO”
GRITA EL SEÑOR
“Bendito sea
el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios
de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación para poder nosotros
consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo que recibimos de
Dios” (2 Cor 1, 3-4)
Nuevamente nosotros los Misioneros de la Consolata
nos encontramos celebrando otra vez la Fiesta de Nuestra Fundadora, La
Consolata. Pues, esto por supuesto no es una noticia ni nada del otro mundo
dado que siempre tendremos la fecha del 20 de junio en cada año que llega. La
novedad creo yo consiste en la reflexión y el compromiso que hagamos de esta
fiesta, es decir, debería ser una fiesta que me cuestiona (mi compromiso para
con la misión de CONSOLACIÓN) como misionero de la Consolata y como un
cristiano-seguidor del Consolador del mundo. Es mí imaginación de que entre las
predicas que se realizarán en esta fiesta en distintos lugares del mundo donde
se encuentran los Misioneros de la Consolata, la gran pregunta será ¿Vale la
pena ser Misionero de la Consolata hoy? Y ¿Para qué? Pues me gustaría,
compartir con usted intentando a poner en perspectiva estas dos preguntas que a
mi modo de ver son contundentes y que cuyas respuestas nos compromete más.
Es cierto que una mirada a la realidad que viven los
santos pueblos de Dios (nuestra comunidad) nos revela una cosa: un Dios que nos
grita como Misioneros de la Consolata, “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is
40,1). Ésta voz que grita no en desierto como hizo Juan Bautista, sino en
nuestros propios ojos e oídos, es decir, en la juventud de hoy, en la mujer que
lucha diariamente para sobrevivir, en los niños abandonados en las calles, en
los pueblos en guerra, en las sociedades que gritan libertad religiosa etc. Se trata de
los gritos de nuestra gente que es pueblo elegido y santo de Dios. O sea, los
gritos de las nuevas esclavitudes, de los sufrimientos de hoy, del odio entre
pueblos, culturas y religiones, del dominio económico, de sufrimientos morales,
del alejamiento de Dios y el desconocimiento de Él, de las injusticias de
personas e instituciones, del pecado personal y estructural. La toma de conciencia de estas voces nos interpela
a actuar, es decir, ellas nos llama a ser la ‘voz de los sin voz.’
Hoy más que nunca, nosotros como maestros de consolación,
estamos llamados a nada más ni nada menos a ofrecernos como cordero inmolado
para que estas voces que gritan en medio de nuestros pueblos tengan un cuerpo.
Es decir, estas voces deberían tomar cuerpo en la persona del Misionero de la
Consolata, para que podamos hablarle al corazón del hombre y la mujer de hoy.
Porque “la Consolata es la ‘llena
de gracia’ que da al mundo a Jesús, consolación del género humano, para alegrar
a todos los que le encuentran y le acogen.”[1]
El camino de la consolación brota y tiene su sustento en amor de Dios que
grita en su pueblo, es un camino sencillo hecho desde la humildad que espera
los pasos de itinerantes comprometidos. Pues nosotros al consagrar nuestras
vidas como misioneros de la Consolata, nos hemos compartido el mensaje de la
Madre de Dios como hizo Isabel, por tanto, nos convertimos en Juan Bautista que
grita en el desierto de la vida. Este compromiso que, a lo largo y ancho de
nuestra misión, nos lleva a hacer realidad el deseo de Dios Padre – Madre “yo
he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.”[2] El carisma que nos dejó José
Allamano nos llama: a descubrir al hombre y la mujer de hoy en sus limitaciones
y en su dignidad, en sus aspiraciones y en su misterio de hijo e hija de Dios.
Estamos llamados a salir de nuestras comodidades y costumbres, es decir, salir
por los caminos del mundo, a la búsqueda de los que lloran, los desconocidos,
de la justicia, reconciliación, dialogo inter-religioso, paz etc. es decir,
cruzar a la otra orilla del mar. Estamos
llamados a proclamar y dejar a conocer a este Dios Consolador y amoroso que
llega a la vida de su santo pueblo a través del caminar diario en la jungla
humana, como la gran aventura del amor y se hace consolación para con los
suyos.
Hago eco a las palabras del Padre General, cuando dice,
La Consolata nos enseña que el camino de la misión es la obediencia al
Espíritu, el anuncio del Evangelio, la fe y la conversión de las personas, la
promoción de los valores del Reino, por medio también de las relaciones mutuas
y la promoción de la justicia y la fraternidad. Las obras que realizamos deben
traslucirse en "el evangelio de la paz" (He 10,36) y dar testimoniar
del "evangelio de la gracia" (He 20,24). Es preciso hacer llegar a
todos la "palabra de la salvación" (He 13,26) instaurando relaciones
enmarcadas en el diálogo, la verdad, la caridad, la reconciliación y el perdón.[3]
Este camino no será posible cuando no somos capaces de
ser un reflejo del rostro materno de Dios, cuando no somos capaces de ser un
grito de esperanza para con el pueblo santo de Dios, este pueblo que sufre, que
espera, agobiado por las enfermedades, la indiferencia a lo ajeno, las violaciones
de los derechos humanos, la injusticia estructural, el calentamiento global,
etc. El camino consiste en ser parte de este pueblo sufriente tomando como
ejemplo el Dios y Padre de Nuestro Señor, quien optó fundamentalmente a luchar
para con los suyos. De hecho el misterio de la encarnación
nos muestra que Dios no se quedó en el lugar que le corresponde por ser quien
es, sino que, conmovido por las condiciones de sufrimiento de la humanidad,
abandonó su sitio en el cielo y asumió la humilde condición de los hombres
mujeres. Por lo tanto la consolación tiene su nombre propio y
cara propia.
Si hay algo que el Dios de Jesús mostró al hombre y la
mujer fue la misericordia con este ser caído en su relación con su creador. En la
parábola del hijo prodigo, Jesús nos enseña que la consolación esta ligada a la
misericordia y la ternura con el caído. Estamos llamados a salir al encuentro y
abrazar con brazos materno nuestros hermanos y hermanas caídos en el camino,
estas personas que a veces condenamos rápidamente. Estamos llamados a denunciar
la venganza que mata nuestros pueblos, la indiferencia al sufrimiento del otro
y colaborar en la construcción de una memoria grata de los hechos que los
poderes de este quieren ocultar, para poder proclamar el año de gracia al
pueblo santo de Dios. Este mundo donde reina la eliminación del otro que me
incomoda necesita este mensaje de perdón, de reconciliación y de amor. Es
decir, la consolación pasa por los caminos de la
reconciliación, y comienza con cada uno de nosotros en nuestras comunidades saliendo
hacia a fuera en el mundo.
2.
La
solidaridad y el compartir como consolación.
El
acontecimiento narrado en Lc 7,11-17, es la muestra de cómo la solidaridad con
el que sufre y el compartir en el padecimiento de lo ajeno es un acto de consolación.
En nuestra sociedad se ve cada vez más la indiferencia a lo ajeno, el espíritu
del individualismo, la dificultad en el compartir y la discriminación de los
demás. Es importante preguntarnos que tal la vivencia en nuestras comunidades
en relación con los mencionados arriba. Y ¿con qué autoridad iremos a denunciarlos en
la sociedad? Nuestro mensaje de consolación solo será eficaz cuando somos
sensible a comprender y compartir en el sufrimiento de lo ajeno comenzando
desde nuestras propias comunidades.
3.
Brindando
oportunidad al otro como consolación.
Muchas
veces tanto en nuestras comunidades o instituto como en la sociedad entera,
hemos sido testigos de cómo el individualismo ha matado personas, como las
estructuras inhumanas han quebrados los sueños de la mayoría y como la
incomprensión ha llevado al infierno muchas personas, por solo el miedo de
dejar el otro ser brindándole una oportunidad. Nuestro Señor Jesús, en su vida
publica mostró como brindando la oportunidad y posibilidad al otro es signo del
Reino de Dios y mensaje de Consolación. Cuantas veces Jesús proclamó esta
sentencia “vaya y no peques más” o el episodio del ciego en Jericó (Bartimeo)
que había quedado en la orilla del camino (Mc 10,52). Es decir, el mensaje de la
consolación camina los atajos de los excluidos (los bartimeos) en la sociedad,
los que creen que su lugar debido es donde la comunidad
les ha puesto y por lo tanto no tienen otra posibilidad que permanecer en la
orilla de la sociedad implorando por sus vidas, sus derechos humanos
fundamentales, su supervivencia y mendigando ser reconocidos como personas.
Mientras tanto van pasando los ‘verdaderos héroes’ de la sociedad y de nuestro
instituto. ¿Será qué en nuestras comunidades locales o la región o el instituto
nos consideramos ‘verdaderos héroes’ o ‘los merecidos’ del instituto o de la
región? ¿Cuántos hermanos nuestros hemos puesto en sus lugares merecidos?
Reconozco
que se puede mencionar muchas otras caras de consolación pero me detengo aquí
para dejarle un espacio de seguir en la reflexión de descubrir el nombre de la consolación
en medio de la gente de nuestro tiempo.
Ojala, al celebrar la Fiesta de la Consolata nos
comprometemos más para que con el testimonio de nuestras vidas y la vivencia de
la misión que Dios nos ha confiado hablemos a la Iglesia y al mundo entero de
un Dios que es amor, porque el grito de Dios “Consolad, consolad a mi pueblo”,
nos ha impregnado los corazones.
En este momento de la historia de
nuestro Instituto sentimos la necesidad de una actualización de la
espiritualidad misionera y de Consolación que nos ayude a emprender un camino
de conversión y a afrontar el cambio que la misión nos impone hoy. Debe ser la
Palabra de Dios la que alimente esta espiritualidad y la que ilumine nuestra
misión… (XII CG 21)
Feliz fiesta
y muchas bendiciones de Dios por medio de la intercesión de Nuestra Señora de
la Consolata y Beato José Allamano.
Escrito por:
Paul Otieno Onyango
14 de junio de 2012
Mensaje de las Hermanas Misioneras de la Consolata
[1] Mensaje del
Padre General Stefano Camerlengo con el motivo de la Fiesta de la Consolata,
2012
[2] Juan 10,10
[3] Ibid., Mensaje del Padre General, 2012
Nota: agradezco a Paul por compartir con los caminantes, desde Toribio, Colombia, en donde camina con los Indígenas Paeces. El texto ha sido respetado integralmente
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