martes, 16 de marzo de 2021

Una persona a la mano

 José Allamano
Un humano de Italia, santo para el mundo


Hoy16 de marzo, recordamos al Padre y Maestro de Misioneros, José Allamano

Del pueblo a la ciudad            

Hijo y hermano en una familia del campo, religiosamente educada y vocacionalmente cultivada para el servicio, humilde y trabajadora, sin lujos, pero con dignidad y autosuficiencia, José Allamano tiene muchos rasgos en común con la mayoría de los Misioneros de la Consolata, que hasta ahora han llegado al Instituto, en estas tierras americanas. Casi todos emigrantes de los campos a las ciudades por motivos de estudio. La interacción entre la casa, el campo y el pueblo, la escuela y la parroquia, junto con un poco de tierra o un trabajo familiarmente gestionado, conforman un nicho cultural común, en el cual se interiorizan valores sociales y políticos, espirituales y religioso, laborales y económicos, que sirven de plataforma para la vida. El salto a la ciudad, que normalmente se torna más traumático, viene mediado para Él por el Oratorio salesiano y el seminario, lugares de formación integral y progresiva, como sucede también para muchos misioneros en el Continente.

En este recorrido de base, entonces, nosotros los misioneros de la Consolata de las américas, me atrevo a leerlo así, con algunas excepciones, claro está, nos sentimos en sintonía con el Fundador. Tal vez por eso como que nos entendemos con él, lo escuchamos con gusto y sentimos que nos entiende. Lo aceptamos, sin resistencias, como Padre y Formador. Él nos hace sentir en casa con su “espíritu de familia”.   

De Formando a Formador

Del Oratorio, por personal iniciativa y decisión, aún contra la voluntad de Don Bosco, muestra clara de su personalidad y temple de carácter, pasó al Seminario Diocesano de Turín, en donde perseveró, durante siete años, dedicado al estudio, la oración y el trabajo. Al final de su proceso formativo, con apenas 23 años, recibió su Ordenación sacerdotal, el 20 de septiembre de 1873, casi con su primera destinación, después de breve experiencia pastoral con su tío Juan: educador en el seminario de donde acababa de salir. Dio su sí al Obispo con susto, pero confiado en su bendición. Un joven Sacerdote diocesano, formador de aspirantes al sacerdocio y luego de colegas en el ministerio, parecía nacido para ese servicio.

Formador, Pastor y Animador


En los siete años como educador en el seminario, encargado de la disciplina primero y director espiritual después, inició su preparación, que complementaría con sus 46 años de pastoral diocesana en y desde el Santuario de la Consolata, para llegar a ser, poco a poco, “Padre y Maestro de Misioneros” (Mos. Luis Augusto Castro). 

A partir de 1880, hasta el final de sus días, el 16 de febrero de 1926, combinó siempre su misión de Formador con la de Párroco (Rector) en el Santuario de la Consolata. Un sacerdote diocesano que de niño había sentido el llamado a la misión más allá de sus fronteras, mientras escuchaba al Cardenal Guillermo Massaia que, como obispo misionero en Etiopia, venía a hablarles en el Oratorio, o cuando leía libros de historia y geografía, que le encantaban. Durante los tiempos de seminario sintió fuerte la vocación misionera, pero debido a su frágil salud, el Padre Espiritual le aconsejó y convenció de posponer su ingreso a una Congregación misionera. Él, coherente consigo mismo, no pudiendo ir directamente, se empeñó en hacer algo, aunque fuera indirecto: ofrecer a los sacerdotes diocesanos de Turín y del Piamonte, que deseaban ser misioneros, una posibilidad de partir para la misión. Su proyecto de una organización diocesana con tal fin se fue desarrollando lentamente, sin prisa ni presión, hasta que encontró condiciones favorables y se concretizó en un Instituto Misionero.

Desempeñando esa triple dimensión ministerial de Formador, Evangelizador y Animador, en y desde el Santuario de la Consolata, en la Iglesia Local de Turín y su Provincia piamontesa, fue gestando su obra, con el apoyo de su compañero de trabajo y amigo P. Santiago Camisassa, del Cardenal y muchos eclesiásticos, religiosos/as y laicos comprometidos, el Instituto Misionero de la Consolata (1901) y el de las Misioneras (1010), sin dejar de ser plena e integralmente diocesano.

“Este projeto, forjado aos pés da Mãe, que sendo Consolata (Consolada), torna-se Consoladora dos aflitos, foi aglutinando missionários dispostos a deixar tudo, à semelhança do Filho de Deus, para ficarem perto de outros povos e tornarem-se para eles presença de consolação, entendendo que a missão e a promoção integral da pessoa devem caminhar juntas” (Luiz Balsan).

En una de sus tantas síntesis el P. Antonio Bonanomi proponía que todo Misionero de la Consolata fuera Formador, Evangelizador y Animador, como el Fundador. Mientras el P. Piero Trabucco, en Toronto Canadá, abriendo en el 2012, el primer encuentro de un Consejo Continental, exhortaba: “Es importante inculturar el Fundador haciendo esfuerzos para que el fundador histórico llegue a cada cultura y se re- exprese vivo en los misioneros, los laicos y las hermanas. Resaltar el “Fundador como educador”, “como pedagogo”, “como formador en el seminario y padre de misioneros”.

Él continúa formando y educando con su estilo, espíritu y método en las diferentes Comunidades Formativas, los Colegios y otras Instituciones. Continua presente y activo en la misión a través de los misioneros/as que, en las varias “opciones misioneras ad gentes”, se inspiran en su vida, su estilo y su metodología pastoral misionera. Continúa animando las Iglesias Locales, la Vida Consagrada, los laicos comprometidos, la sociedad civil, los jóvenes y los niños para que salgan, más allá de sus fronteras sociales, culturales, religiosas y geográficas, a “anunciar la gloria de Dios entre los pueblos”.