domingo, 31 de mayo de 2020

Cuando se agota el soplo de vida


EL RESPIRADOR QUE NO FALLA: EL ESPÍRITU SANTO


(Hechos 2, 1-11; 1Cor. 12, 3b-7. 122-13; Juan 20, 19-23)

Pentecostés es la fiesta de la venida del Espíritu Santo y se celebra cincuenta días después de la Pascua. En el antiguo Israel era una de las tres grandes fiestas de los judíos llamadas de peregrinación pues en ellas debían ir a Jerusalén a adorar a Dios en el único y verdadero templo que se había elegido. Las otras eran: Pascua y Los Tabernáculos. Estaba destinada a dar gracias a Dios por las cosechas y en ella se ofrecían los primeros frutos. Después la tradición rabínica la relacionó con la promulgación de la ley Mosaica en el Sinaí y por eso los Padres de la Iglesia dicen que el nuevo Pentecostés es el día de la nueva ley, la del amor, promulgada por el Espíritu Santo.

Estamos en un encierro, por miedo. Miedo al contagio del coronavirus, miedo a enfermarnos, miedo a la muerte. Sí, en el fondo es miedo a la muerte así tratemos de disfrazarlo con otros motivos de apariencia muy altruista: que soy joven y tengo mucho que aportarle a mi país; que soy padre, madre de familia, tengo hijos pequeños y no puedo dejarlos desamparados; que soy sacerdote misionero y hay muchas almas que necesitan de mi ayuda espiritual, etc., etc., etc.

Los discípulos de Jesús, nos dice el evangelista San Juan en el evangelio de hoy, estaban también encerrados, con las puertas trancadas también por miedo a los judíos. Pero era, en su caso indudablemente, miedo a la muerte y una muerte tan cruel como la que le había tocado nada menos que a su Maestro, Jesús, porque después de Él seguirían sus secuaces.

Si llegara a nuestra casa en esta pandemia alguien con la credibilidad del Doctor Manuel Elkin Patarroyo, por ejemplo, y nos dijera que nos trae una vacuna ciento por ciento efectiva para protegernos del virus  y nos asegurara que aplicándonosla podemos volver a la vida normal que teníamos antes, nuestra actitud cambiaría radicalmente. Sería como volver a nacer.

A los discípulos les sucede algo inesperado, aunque les había sido anunciado pero ellos no le creyeron entonces; se les aparece Jesús en persona, resucitado, entrando sin abrir puertas, sin quitar trancas, pero es Él mismo porque tiene las huellas de su crucifixión. Y les trae la cura, la vacuna contra el miedo: “¡Les traigo la paz! Dicho esto les mostró las manos y el costado.” Y como si fuera poco les da el remedio permanente definitivo: “En seguida sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu santo.”

En esta larga cuarentena se ve y se oye de todo. Hay, por ejemplo, un movimiento mundial de rechazo a las vacunas y sus adherentes seguramente preferirían morir antes de dejarse vacunar, sin tener en cuenta el dato científico que las vacunas han salvado miles de vidas en todo el mundo.

Lastimosamente hay también quienes, ante la lluvia de dones del Espíritu Santo, que, a propósito, no son sólo siete, son muchos más; la Iglesia nos propone siete como una muestra de los que le parecen más significativos; hay quienes, decía, sacan el paraguas de su egoísmo, materialismo, resistencia al perdón y la reconciliación haciéndose impermeables a la gracia. Esos son los que tienen, según Jesús, el pecado más grave que existe, el pecado contra el Espíritu Santo. 

El Espíritu es soplo, soplo de vida. Según el relato de la creación el Señor Dios modeló al hombre con barro de la tierra, un muñeco como cualquier otro, pero lo marcó con una diferencia esencial, le sopló en su nariz aliento de vida.

La preocupación más grande en la  pandemia actual es que no haya suficientes ventiladores para los casos que los requieran o sea que la vida es cuestión también hoy de aliento, de soplo, de aire, de oxígeno.

Al hombre creado por Dios se le fue agotando el soplo de vida a causa del pecado y el Padre celestial envió a su hijo Jesús en su ayuda; por eso a los discípulos, que a causa de la muerte de su Maestro estaban a punto del colapso, les infunde ese soplo de vida, el Espíritu Santo, como una nueva creación. Y ese sí es el respirador que no falla, no se agota, Jesús se lo da a todo el que se lo pide con fe. El Espíritu sopla donde quiere (Spiritus ubi vult spirat).

Es conmovedor ver a esas personas que se han recuperado de la Covid-19 saliendo de las clínicas en medio de aplausos, felices, sonrientes; y es más admirable aún ver a médicos o enfermeras que después de recuperarse vuelven con más entusiasmo a seguir ejerciendo su profesión-vocación de salvar vidas.

También Jesús les dice a sus discípulos: “Así como el Padre me envió, los envío Yo a ustedes” como quien dice difundan, popularicen la cura que les di, gratis la han recibido denla gratis y los nombra administradores de su misericordia: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Pero, ojo, somos administradores no dueños de la misericordia, del perdón de Dios y nuestra medida, por tanto, debe ser la de Él, como lo dijo Jesús: “Sean misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso.”

Entre las muchas actividades que nos proponen para este confinamiento preventivo que estamos viviendo está el aprendizaje de una lengua nueva o repaso de alguna que ya sepamos o de nuestra misma lengua nativa y para eso se encuentran cantidad de tutoriales en internet. Uno puede practicar y verificar los progresos de ese aprendizaje con la propia familia pero la corroboración del éxito de ese aprendizaje será cuando podamos salir y viajar a los lugares donde se hable dicha lengua.


Pentecostés está asociado a lenguas. Lenguas simbólicas como las que se posaron sobre los discípulos y la Virgen María reunidos en el cenáculo y lenguas, idiomas, como instrumento para proclamar las maravillas de Dios. En la narración de la Torre de Babel la diversidad de lenguas significó desentendimiento y dispersión. En Pentecostés la variedad de lenguas significó unión, no porque los apóstoles hablaran la lengua de cada grupo étnico sino porque todos, gracias a la acción del Espíritu Santo, entendían el mensaje en la única lengua, el idioma que se volverá universal de ahí en adelante que será el idioma, el lenguaje del amor.

Lastimosamente en este encierro obligatorio hay familias, hogares o grupos de personas que se parecen más a Babel que a Pentecostés y no porque no se entiendan en términos lingüísticos sino porque les falta la lengua, el idioma del Espíritu Santo, Espíritu de verdad, de amor, de comprensión. Da pena escuchar noticias y estadísticas que indican un aumento de violencia intrafamiliar en estos días.
Que ese Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo, el refuerzo de la confirmación y los continuos soplos de vida que vamos recibiendo continuamente nos renueven; y que se note, cuando salgamos a cumplir la tarea evangelizadora encomendada por Jesús, un cambio como el que experimentaron los discípulos en Pentecostés y del que se admiraban quienes los oían pregonar las maravillas de Dios.

P. Orlando Hoyos Z. imc.
Párroco
Parroquia Madre de las Misiones
Modelia - Bogotá              
Pentecostés, 31/05/2020 
  

miércoles, 6 de mayo de 2020

Cirineos ayudando a Jesús a llevar la cruz


Entre el rico epulón y el pobre Lázaro

Dos realidades que nos interpelan


     Esta parábola bíblica, que a lo largo de la historia ha sido estudiada para hablar de la riqueza y de la pobreza, del cielo y del infierno, la podemos leer en este tiempo de la covid-19, enfermedad causada por un coronavirus, el SARS-CoV-2, desde tres verbos: ver, escuchar y consolar.

     Como cristianos, estamos llamados a ver a nuestros hermanos que sufren y pasan necesidad: los pobres y excluidos de todos los tiempos y que en estos momentos de pandemia son más vulnerables. Nos narra el texto sagrado que a la puerta del rico había un hombre pobre, enfermo, llamado Lázaro[1], a quien el rico no quiso VER.

     Hoy a la puerta de nuestra vida se encuentran tantos hermanos pobres, que nos necesitan. Tenemos que preguntarnos entonces, ¿Podríamos como cristianos eludir el amor preferencial por los más necesitados? ¡Sería imposible! Dejaríamos de ser cristianos. No se puede eludir la responsabilidad social ante los pobres, es precepto de Dios puesto en el corazón humano. El libro del Deuteronomio nos pone ante el espíritu con el que hay que abrazar la voluntad de Dios: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”[2].

      La pobreza, en cuanto situación humana carencial, personal y social, no puede medirse en rentas per cápita, ni siquiera en mínimos de nivel de vida o de bienestar social. ¿Cómo medir el sufrimiento y la soledad?, ¿quién jamás se interesó por contar a los que no cuentan? Pobreza equivale a desmedida y marginación, a exclusión y desinterés.

      El Papa Francisco afirma: “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y de la inequidad’, porque esa economía mata”[3]

      Como cristianos, estamos llamados a VER con los ojos de Dios para poder descubrir el dolor y el sufrimiento de tantos hermanos nuestros que en el silencio de sus vidas y aislados hoy por la pandemia mundial, sufren y pasan hambre. En estos tiempos de crisis tenemos que aprender a ver los diferentes grupos que las estructuras económicas han creado: trabajadores informales, los que tienen créditos en los bancos, las familias sin vivienda propia, los que viven de un jornal. No podemos mirar la pobreza desde la lejanía. Es precisamente la lejanía o el alejamiento los que alimentan la pobreza. Por el contrario, la cercanía, que supone un inevitable empobrecimiento, posibilita el reconocimiento de la riqueza del pobre y el enriquecimiento de las pates que se reconocen mutuamente.

      Cuando somos capaces de acercarnos al pobre podemos ESCUCHARLO, quien escucha no puede tener una actitud pasiva, sino activa. Al final de la parábola el padre Abraham invita al rico a escuchar a Moisés y los profetas, es decir, las Escrituras Sagradas. Constantemente los cristianos la tenemos en nuestras manos, ante los ojos, y es anunciada en los templos, pero en muchos momentos nos falta capacidad para escuchar todo lo que sea diferente de nuestra mentalidad. Estamos tan aprisionados por el brillo del dinero y por la avidez de la ganancia, que nos volvemos insensibles a todo lo que no sea ganancia, dinero, lucros, negocios, ventajas, trueques, lujos. Ya no se tienen oídos para escuchar. Estamos completamente saciados. Así pues, el imperativo de Abraham, en la parábola, resuena hoy con mayor fuerza, ¡“escuchar”! Escuchar el clamor del pobre.

Hoy estamos llamados, nuevamente y con la misma fuerza de todos los tiempos, a escuchar profundamente las propias raíces de la experiencia cristiana, las Escrituras. Escuchar, como nos invita el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Querida Amazonia, “el clamor de la tierra y el grito de los pobres y de los pueblos”.

Escuchar nos permite, descubrir el valor de cada hermano para poder obrar, de la mano de Dios, con gestos concretos que nos lleven a humanizarnos cada vez más. Una escucha atenta que permite ver al hermano que está cerca, en nuestra puerta, para vivir la gracia de la consolación.

      El verbo CONSOLAR en el mundo helenístico tienen un amplio uso lingüístico: indica,  llamar a alguien cerca de sí,  exhortar, advertir, confortar, dependiendo que el sujeto llame a alguien para ayudarlo o le diga una palabra de exhortación o de consuelo[4]. En la parábola, Lázaro es consolado cuando es llevado al seno de Abrahán, allí es confortado, sanado y reconocido por su hermano rico que no lo había visto ni reconocido.

      En estos momentos de crisis mundial la consolación es la que nos empuja a ver y reconocer en los pobres y excluidos, hermanos que nos necesitan; escucharlos, para poder discernir y hacer efectiva la fraternidad expresada en una auténtica solidaridad. El Papa San Pablo VI nos dejó escrito en la encíclica Populorum progressio: “Se trata de construir un mundo donde todo hombre [...] pueda vivir una vida plenamente humana, [...] donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (n. 47). […] Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos» (n.3).

Luis Emilio Giménez
Presbítero en la Diócesis de San Vicente – Caquetá
Licenciado en sagrada Escritura


[1] Este nombre proviene de una abreviatura judía tardía o una forma popular del heb. Elâzâr, "Dios ha ayudado"… Leer más: https://www.wikicristiano.org/diccionario-biblico/significado/lazaro/ 
[2] Deuteronomio 30, 10-14
[3] Evangelii Gaudium N 53
[4] O. Schmitz,  Grande Lessico del Nuovo Testamento, Vol. 9, 600-618

viernes, 1 de mayo de 2020

Solo la solidaridad

COMUNICADO DE LOS OBISPOS DE LA AMAZONÍA Y ORINOQUIA COLOMBIANA 
A las autoridades y a toda la ciudadanía de Colombia 


“Una emergencia como la del COVID-19, es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (Papa Francisco: Meditación de un plan para resucitar). 

Los obispos de la Amazonía y Orinoquia colombiana, ante la situación producida por el COVID19 y ante los aumentos progresivos de las personas contagiadas y fallecidas en nuestra región, elevamos nuestra voz de ánimo y esperanza: 

1. Como pastores, consideramos, que este momento que vivimos es único, a pesar del dolor que produce. Es también una oportunidad para reflexionar sobre lo que somos y tenemos y la manera como nos hemos relacionado entre nosotros, con la naturaleza y con Dios. Es la hora de reconciliarnos con nuestra existencia en esta Casa Común (LS). 

2. Reconocemos el gran esfuerzo que realiza el Gobierno por otorgar ayuda a la población
más necesitada. Sin embargo, lo exhortamos, a actuar de manera eficiente, al constatar que muchas personas en condiciones económicas precarias y que no están incluidas en los programas de ayuda, no han podido acceder al circuito de entrega de víveres o dinero. Aunque todo el país está amenazado por esta pandemia, no todos estamos en las mismas condiciones para responder a ella. Las desigualdades sociales visibles, dejan desprotegidos a los más débiles y vulnerables. Nos asiste una especial preocupación por la situación de las personas en la cárcel de Villavicencio y de los habitantes de Puerto Leticia.

3. Animamos a la población de la región amazónica a seguir cumpliendo con las medidas decretadas por el Gobierno Nacional, aunque reconocemos que estas medidas son difíciles de cumplir debido, a que, desde antes de estallar la crisis por el COVID19, la población amazónica y en especial los indígenas, campesinos y afros, ya se encontraban en situación de pobreza estructural, en condiciones de inseguridad alimentaria y malnutrición, sin acceso a la salud y al agua potable. Es de nuestra especial preocupación la extrema vulnerabilidad de los pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial, pues, si esta pandemia llegara a sus territorios, tendría consecuencias desastrosa: “La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (LS 146). No exageramos, cuando creemos, que si los números de contagiados y muertos siguen creciendo, estaríamos ad portas de un etnocidio indígena causado por la pandemia. Urge una respuesta inmediata para afrontar esta crisis; pero además, se hace necesario replantear el sistema sanitario de estos territorios de la periferia colombiana. 

4. En este sentido, nos unimos a la solicitud, realizada por la Organización de Pueblos
indígenas de la Amazonía Colombiana –(OPIAC), de la necesidad de un diálogo urgente entre el Gobierno Nacional y las estructuras de Gobierno Propio y los escenarios de Consulta y Concertación con los Pueblos Indígenas, para dar vía al “Plan de acciones Urgentes en los territorios y pueblos indígenas para la mitigación de la pandemia COVID19 y para el autocuidado propio”, el cual deberá tener en cuenta la diversidad cultural y los saberes indígenas. Por lo tanto, consideramos necesario contar para todo ello, con la participación de las organizaciones indígenas y populares e implementar una estrategia que asegure alimentos y productos de higiene y limpieza, con el fin de afrontar en mejores condiciones la pandemia y la cuarentena durante los siguientes meses. 

 5. Nos adherimos al llamado de la Conferencia Episcopal Colombiana, en su comunicado del 30 de abril, a detener la dinámica de la violencia y del narcotráfico con las que sólo se consiguen sufrimiento, pobreza y muerte. Al reconocer el esfuerzo de lo que significa una verdadera paz en nuestra patria, invitamos al Gobierno nacional, a hacer todos los esfuerzos para avanzar en la implementación de los acuerdos de paz, que daría un respiro y una esperanza al país y en general a las comunidades tan azotadas por las violencias. Lamentamos que en este tiempo de pandemia, continúen los asesinatos de líderes y lideresas sociales; a la vez, rechazamos todo acto violento que atenta contra la vida. Pedimos acciones urgentes de las autoridades, para tomar las medidas necesarias que permitan frenar esta realidad dolorosa; así como, el poner punto final a la devastadora deforestación de la Amazonía, que en estos tiempos de cuarentena se ha agudizado de manera alarmante. 

6. En este tiempo en el que nos vemos obligados a prescindir de nuestras celebraciones comunitarias de la fe, animamos a fortalecer la Iglesia doméstica en cada hogar y estar atentos a las violencias intrafamiliares que se puedan presentar. La familia es la base de la sociedad y de la comunidad creyente. Invitamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad y a los fieles de nuestras Iglesias locales, a aprovechar este tiempo de cuarentena para meditar, orar y hacer una lectura contextualizada de la Palabra de Dios, que nos reconforte y nos de esperanza. Vivamos este tiempo sintiéndonos especialmente solidarios y siendo cercanos a los más necesitados, socorriéndoles desde lo que nos permite el aislamiento social establecido. 

7. La Iglesia sigue viva y su caridad no descansa. Por eso estamos poniendo a disposición de las autoridades sanitarias nuestros espacios físicos. Desde las Pastorales Sociales vicariales y parroquiales, continuamos ofreciendo nuestros recursos humanos y económicos para aliviar esta crisis. Siendo Cristo Resucitado el mayor tesoro que la Iglesia puede ofrecer (cfr. Hch 3, 6), ahora más que nunca, nos sentimos unidos en la oración con todo el Pueblo de Dios y con todas las personas de buena voluntad. 

Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, junto con María, nos contagie la esperanza de que juntos podremos salir de esta prueba. 

Unidos en el amor de Dios por su pueblo, 

Mons. Óscar Urbina Ortega – Arzobispo de la Arquidiócesis de Villavicencio 
Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo-Arzobispo de la Arquidiócesis de Florencia 
Mons. José Figueroa Gómez - Diócesis de Granada -Colombia 
Mons. Francisco Javier Múnera Correa- Diócesis de San Vicente del Caguán 
Mons. Luis Albeiro Maldonado Monsalve - Diócesis de Mocoa-Sibundoy
Mons. Nelson Jair Cardona Ramírez - Diócesis de San José del Guaviare 
Mons. Edgar Aristizábal Quintero-Diócesis de Yopal 
Mons. Jaime Cristóbal Abril González- Diócesis de Arauca 
Mons. José de Jesús Quintero Díaz - Vicariato Apostólico de Leticia 
Mons. Héctor Javier Pizarro Acevedo - Vicariato Apostólico de Trinidad 
Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar - Vicariato Apostólico de Puerto Carreño 
Mons. Medardo de Jesús Henao del Río - Vicariato Apostólico de Mitú 
Mons. Raúl Alfonso Carillo Martínez - Vicariato Apostólico de Puerto Gaitán 
Mons. Joselito Carreño Quiñonez - Vicariato Apostólico de Inírida 
Mons. Joaquín Humberto Pinzón - Vicariato Apostólico de Puerto Leguízamo-Solano