sábado, 26 de diciembre de 2020

La Vocación

 Convocados a la misión de Dios

 
Vocación, según una definición de diccionario y por su raíz latina, significa llamado. Comienza a manifestarse en cada persona desde temprana edad, en aquello que llama la atención, atrae, gusta, con-voca, pro-voca, entretiene. La vocación puede llegar a identificarse con la profesión y es, entonces, lo mejor que le puede suceder a una persona: sentirse llamado a ser, a hacerse, vivir y hacer algo que lo llena, que lo hace feliz, aunque le cueste esfuerzo, sacrificio, donación, o precisamente por eso mismo.  

La vida como vocación

El aparecer en la comunidad de la vida, como sujeto vivo, no es el resultado de una decisión o elección personal, ni siquiera es la respuesta a un llamado. Es, en realidad, un regalo, acompañado de una responsabilidad: existir.

Todos los seres vivos recibimos el don de la vida, pero no todos lo disfrutamos. Solo los humanos existimos, tenemos conciencia de estar vivos y de la responsabilidad que tenemos de generar, cuidar, promover, darle cualidad, sentido y dirección a la vida.  

Somos con-vocados a hacernos persona, a reconocer en los demás su identidad personal, respetarla, valorizarla y promoverla. Es así como vamos siendo, en un proceso continuo y gradual de identidad e identificación.

Somos seres humanos, imágenes del creador, llamados al encuentro con los otros humanos y con todos los seres creados, para vivir y convivir en plenitud y felicidad.

Esta es nuestra vocación a la vida y a la existencia. Es una vocación personal y al mismo tiempo colectiva, que incluye la misión de hacernos personas con dignidad, derechos y deberes. Ya, en el presente de cada uno, somos lo que somos, pero aún no lo somos plenamente. Tenemos la posibilidad de crecer, de hacernos más y mejores. Se trata de un proceso que dura toda la vida, que solo termina con la muerte. Siempre podemos pensar: hoy puedo ser mejor que ayer y mañana mejor que hoy. Así, llegaremos a la santidad, casi sin darnos cuenta. Cuanto más santos, más humanos y cuanto más humanos, más santos.

Vocación a ser cristiano

Si la vocación a la santidad, o mejor, a la plena humanidad, es para todos los seres humanos, no todos tiene el privilegio, la gracia, de contar con un Maestro de vida, un Hermano de convivencia, un Compañero de camino, humano y divino, como el Emmanuel (Dios con nosotros), Jesús de Nazaret.


A su escuela, como discípulo, se entra por la puerta de los sacramentos denominados de "iniciación cristiana": el bautismo, la confirmación y la comunión. Participando en la Iglesia, Cuerpo de Cristo en la historia, vamos creciendo en humanidad y santidad, como discípulos misioneros del Dios encarnado, crucificado y resucitado, revelado en Jesús de Nazaret, el hijo de María y José.

Todos los bautizados somos llamados por Jesús a la santidad de vida, mediante la práctica de la misericordia. Cada uno responde en diferentes formas, estados o estilos de vida, como casados, solteros, profesionales o no y con diversos ministerios, todos al servicio del prójimo y de ese Reino de Dios que instauró el mismo Jesús, en el ejercicio de su misión.


Vocación a la vida misionera, como Religioso y/o Presbítero

Cualquier persona (hombre o mujer) que viva su discipulado misionero en la Iglesia, puede descubrir, a través de muchos signos, o escuchar, a través de muchas voces, el llamado a la misión en comunidad, en la Vida Consagrada, mediante los Votos Evangélicos de Obediencia, Castidad y pobreza e, inclusive, como Ordenado para el Ministerio Sacerdotal. El Galileo llama a los que él quiere, llamó ayer y sigue llamando hoy, para que “estén con él”, formarlos y enviarlos a continuar su misión: facilitar el reinado de Dios, Padre – Hijo y Espíritu Santo, o sea trabajarle al Reino de Dios, ese “otro mundo posible”, organizado sobre el AMOR, la FRATERNIDAD y la PAZ, con JUSTICIA social y ECOLOGIA integral.


Una de las tantas formas o estilos de esta vocación misionera es la de servir a la “misión ad gentes”, o sea “ad = hacia” las gentes, los pueblos con sus culturas diferentes.



Esta es la vocación de la Familia Misionera de la Consolata (hombre y mujeres, Consagrados o Laicos, Presbíteros o Hermanos), llamados para ser enviados más allá de sus fronteras sociológicas (entre los pobres), culturales (en el mundo-cultura de los otros diferentes), eclesiales (entre los protestantes y/o evangélicos), religiosas (entre las otras religiones) y geográficas (más allá de los propios países), para compartir la verdadera Consolación, Cristo Jesús, teniendo a María Consolata como modelo y guía, según quiso y organizó el sacerdote diocesano  José Allamano, padre - fundador y formador de misioneros/as, en y desde el Santuario de la Consolata en Turín – Italia, desde 1901.