Convocados a la misión de Dios
La vida como vocación
El aparecer en la comunidad de la
vida, como sujeto vivo, no es el resultado de una decisión o elección personal,
ni siquiera es la respuesta a un llamado. Es, en realidad, un regalo,
acompañado de una responsabilidad: existir.
Todos los seres vivos recibimos
el don de la vida, pero no todos lo disfrutamos. Solo los humanos existimos,
tenemos conciencia de estar vivos y de la responsabilidad que tenemos de
generar, cuidar, promover, darle cualidad, sentido y dirección a la vida.
Somos con-vocados a hacernos persona, a reconocer en los demás su identidad personal, respetarla, valorizarla y promoverla. Es así como vamos siendo, en un proceso continuo y gradual de identidad e identificación.
Somos seres humanos, imágenes del
creador, llamados al encuentro con los otros humanos y con todos los seres
creados, para vivir y convivir en plenitud y felicidad.
Esta es nuestra vocación a la vida y a la existencia. Es una vocación personal y al mismo tiempo colectiva, que incluye la misión de hacernos personas con dignidad, derechos y deberes. Ya, en el presente de cada uno, somos lo que somos, pero aún no lo somos plenamente. Tenemos la posibilidad de crecer, de hacernos más y mejores. Se trata de un proceso que dura toda la vida, que solo termina con la muerte. Siempre podemos pensar: hoy puedo ser mejor que ayer y mañana mejor que hoy. Así, llegaremos a la santidad, casi sin darnos cuenta. Cuanto más santos, más humanos y cuanto más humanos, más santos.
Vocación a ser cristiano
Si la vocación a la santidad, o
mejor, a la plena humanidad, es para todos los seres humanos, no todos tiene el
privilegio, la gracia, de contar con un Maestro de vida, un Hermano de
convivencia, un Compañero de camino, humano y divino, como el Emmanuel (Dios
con nosotros), Jesús de Nazaret.
Todos los bautizados somos
llamados por Jesús a la santidad de vida, mediante la práctica de la
misericordia. Cada uno responde en diferentes formas, estados o estilos de vida,
como casados, solteros, profesionales o no y con diversos ministerios, todos al
servicio del prójimo y de ese Reino de Dios que instauró el mismo Jesús, en el
ejercicio de su misión.
Vocación a la vida misionera,
como Religioso y/o Presbítero
Cualquier persona (hombre o
mujer) que viva su discipulado misionero en la Iglesia, puede descubrir, a
través de muchos signos, o escuchar, a través de muchas voces, el llamado a la
misión en comunidad, en la Vida Consagrada, mediante los Votos Evangélicos de
Obediencia, Castidad y pobreza e, inclusive, como Ordenado para el Ministerio
Sacerdotal. El Galileo llama a los que él quiere, llamó ayer y sigue llamando
hoy, para que “estén con él”, formarlos y enviarlos a continuar su misión: facilitar
el reinado de Dios, Padre – Hijo y Espíritu Santo, o sea trabajarle al Reino de
Dios, ese “otro mundo posible”, organizado sobre el AMOR, la FRATERNIDAD y la
PAZ, con JUSTICIA social y ECOLOGIA integral.
Esta es la vocación de la Familia Misionera de la Consolata (hombre y mujeres, Consagrados o Laicos, Presbíteros o Hermanos), llamados para ser enviados más allá de sus fronteras sociológicas (entre los pobres), culturales (en el mundo-cultura de los otros diferentes), eclesiales (entre los protestantes y/o evangélicos), religiosas (entre las otras religiones) y geográficas (más allá de los propios países), para compartir la verdadera Consolación, Cristo Jesús, teniendo a María Consolata como modelo y guía, según quiso y organizó el sacerdote diocesano José Allamano, padre - fundador y formador de misioneros/as, en y desde el Santuario de la Consolata en Turín – Italia, desde 1901.