miércoles, 6 de mayo de 2020

Cirineos ayudando a Jesús a llevar la cruz


Entre el rico epulón y el pobre Lázaro

Dos realidades que nos interpelan


     Esta parábola bíblica, que a lo largo de la historia ha sido estudiada para hablar de la riqueza y de la pobreza, del cielo y del infierno, la podemos leer en este tiempo de la covid-19, enfermedad causada por un coronavirus, el SARS-CoV-2, desde tres verbos: ver, escuchar y consolar.

     Como cristianos, estamos llamados a ver a nuestros hermanos que sufren y pasan necesidad: los pobres y excluidos de todos los tiempos y que en estos momentos de pandemia son más vulnerables. Nos narra el texto sagrado que a la puerta del rico había un hombre pobre, enfermo, llamado Lázaro[1], a quien el rico no quiso VER.

     Hoy a la puerta de nuestra vida se encuentran tantos hermanos pobres, que nos necesitan. Tenemos que preguntarnos entonces, ¿Podríamos como cristianos eludir el amor preferencial por los más necesitados? ¡Sería imposible! Dejaríamos de ser cristianos. No se puede eludir la responsabilidad social ante los pobres, es precepto de Dios puesto en el corazón humano. El libro del Deuteronomio nos pone ante el espíritu con el que hay que abrazar la voluntad de Dios: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”[2].

      La pobreza, en cuanto situación humana carencial, personal y social, no puede medirse en rentas per cápita, ni siquiera en mínimos de nivel de vida o de bienestar social. ¿Cómo medir el sufrimiento y la soledad?, ¿quién jamás se interesó por contar a los que no cuentan? Pobreza equivale a desmedida y marginación, a exclusión y desinterés.

      El Papa Francisco afirma: “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y de la inequidad’, porque esa economía mata”[3]

      Como cristianos, estamos llamados a VER con los ojos de Dios para poder descubrir el dolor y el sufrimiento de tantos hermanos nuestros que en el silencio de sus vidas y aislados hoy por la pandemia mundial, sufren y pasan hambre. En estos tiempos de crisis tenemos que aprender a ver los diferentes grupos que las estructuras económicas han creado: trabajadores informales, los que tienen créditos en los bancos, las familias sin vivienda propia, los que viven de un jornal. No podemos mirar la pobreza desde la lejanía. Es precisamente la lejanía o el alejamiento los que alimentan la pobreza. Por el contrario, la cercanía, que supone un inevitable empobrecimiento, posibilita el reconocimiento de la riqueza del pobre y el enriquecimiento de las pates que se reconocen mutuamente.

      Cuando somos capaces de acercarnos al pobre podemos ESCUCHARLO, quien escucha no puede tener una actitud pasiva, sino activa. Al final de la parábola el padre Abraham invita al rico a escuchar a Moisés y los profetas, es decir, las Escrituras Sagradas. Constantemente los cristianos la tenemos en nuestras manos, ante los ojos, y es anunciada en los templos, pero en muchos momentos nos falta capacidad para escuchar todo lo que sea diferente de nuestra mentalidad. Estamos tan aprisionados por el brillo del dinero y por la avidez de la ganancia, que nos volvemos insensibles a todo lo que no sea ganancia, dinero, lucros, negocios, ventajas, trueques, lujos. Ya no se tienen oídos para escuchar. Estamos completamente saciados. Así pues, el imperativo de Abraham, en la parábola, resuena hoy con mayor fuerza, ¡“escuchar”! Escuchar el clamor del pobre.

Hoy estamos llamados, nuevamente y con la misma fuerza de todos los tiempos, a escuchar profundamente las propias raíces de la experiencia cristiana, las Escrituras. Escuchar, como nos invita el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Querida Amazonia, “el clamor de la tierra y el grito de los pobres y de los pueblos”.

Escuchar nos permite, descubrir el valor de cada hermano para poder obrar, de la mano de Dios, con gestos concretos que nos lleven a humanizarnos cada vez más. Una escucha atenta que permite ver al hermano que está cerca, en nuestra puerta, para vivir la gracia de la consolación.

      El verbo CONSOLAR en el mundo helenístico tienen un amplio uso lingüístico: indica,  llamar a alguien cerca de sí,  exhortar, advertir, confortar, dependiendo que el sujeto llame a alguien para ayudarlo o le diga una palabra de exhortación o de consuelo[4]. En la parábola, Lázaro es consolado cuando es llevado al seno de Abrahán, allí es confortado, sanado y reconocido por su hermano rico que no lo había visto ni reconocido.

      En estos momentos de crisis mundial la consolación es la que nos empuja a ver y reconocer en los pobres y excluidos, hermanos que nos necesitan; escucharlos, para poder discernir y hacer efectiva la fraternidad expresada en una auténtica solidaridad. El Papa San Pablo VI nos dejó escrito en la encíclica Populorum progressio: “Se trata de construir un mundo donde todo hombre [...] pueda vivir una vida plenamente humana, [...] donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (n. 47). […] Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos» (n.3).

Luis Emilio Giménez
Presbítero en la Diócesis de San Vicente – Caquetá
Licenciado en sagrada Escritura


[1] Este nombre proviene de una abreviatura judía tardía o una forma popular del heb. Elâzâr, "Dios ha ayudado"… Leer más: https://www.wikicristiano.org/diccionario-biblico/significado/lazaro/ 
[2] Deuteronomio 30, 10-14
[3] Evangelii Gaudium N 53
[4] O. Schmitz,  Grande Lessico del Nuovo Testamento, Vol. 9, 600-618

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