La Piedad joven, representada por Diana y Nicolas
Auditorio del CMC - Centro de Misión y Culturas
Misioneros de la Consolata, abril 2018
(foto: Diana Benítez)
Auditorio del CMC - Centro de Misión y Culturas
Misioneros de la Consolata, abril 2018
(foto: Diana Benítez)
Muchos de nuestros pueblos y comunidades
cristianas, católicas, vivimos el viernes anterior al Domingo de Ramos como “viernes
de Dolores”, con “Nuestra Señora de los Dolores” o “la Virgen Dolorosa” y el
sábado sano con “La Virgen de la Soledad”, además de contar con una fiesta
litúrgica oficial, el 15 de septiembre.
El cuadrito o imagen de la Dolorosa, colgado en la pared de mi casa, o su imponente estatua, junto al Crucificado, en el altar lateral del templo La Inmaculada, en Aguadas – Caldas, mi pueblo natal, inspiraron mis primeros contactos con la mamá de Jesús y madre nuestra o de la Iglesia. Claro está, debo aclarar, después de mi inolvidable experiencia del pesebre, especialmente centrada en el Niño y no en la mamá ni el papá, cuanto más en la familia.
En la práctica de la devoción popular, tradicionalmente, los siete dolores de la Virgen María, relacionados con 7 momentos difíciles que como Madre de Jesús afrontó. Aunque venga de la Edd Media cristiana y sea fomentada por los frailes Siervos de María, o servitas, personalmente no tengo memoria de esa práctica devocional, que entiendo se inspira en la Profecía del justo Simeón, hombre del Templo de Jerusalén, quien recibiendo al Niño Mesías en sus brazos, oro emocionado y agradecido, mientras le decía a María: “mira, este niño traerá a la gente de Israel caída o resurrección. Será señal de contradicción, mientras a ti misma una espada te atravesará el alma…” (Lc 2, 33-35)
A pesar de ver lágrimas escurrirse por sus
tiernos rostros iconográficos, nunca leí ni escuché en los Evangelios que María
hubiera llorado. Personalmente puedo decir como San Ambrosio: “Cuando leo que
Ella estuvo junto a la cruz, no leo que lloró allí. Mientras los apóstoles
huían, Ella estaba de pie junto a la cruz. Ninguna otra cosa hubiese sido
decorosa en la Madre de Cristo”.
Sin embargo, sí entiendo que, como discípula misionera, sufrió y sintió dolor:
"Este cuadro, con motivo de la canonización de Monseñor Romero el próximo 14 de octubre".
(Esperanza Arboleda, Misionara Laurita)
Sin embargo, sí entiendo que, como discípula misionera, sufrió y sintió dolor:
1.
El
dolor del SÍ a la propuesta del Dios de la vida, con sus implicaciones de
sorpresa personal e incomprensión social.
2.
El
sufrimiento de ser la madre de un perseguido, juzgado, condenado y matado en la
cruz por las autoridades de su tiempo, aunque de manera mentirosa e injusta.
3.
El
dolor sufrido como consecuencia del discipulado misionero del Crucificado-Resucitado,
junto a los Apósales y demás seguidores/as, en los albores del “movimiento
cristiano” o de las Iglesias nacientes.
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