UN DIOS
‘BOTARATAS’
La primera nos la
trae el profeta Isaías que compara la Palabra con la lluvia. La lluvia se
precipita desde lo alto, empapa la tierra, la fecunda y regresa, para caer
nuevamente. Así debe ser la Palabra de Dios que está diluviando continuamente
sobre nosotros. Pero si en vez de tierra buena encuentra un corazón de piedra,
se evapora; para volver a insistir, sin desanimarse.
La segunda nos la
cuenta Jesús. La Palabra es como la semilla. Es la imagen que Jesús vio desde
su infancia, los agricultores de Palestina esparciendo a manos llenas la
semilla con la esperanza de cosechar mucho o poco, aprovechando toda clase de
terrenos, los pedregales, los senderos, la tierra buena, etc.
Dios esparce también a manos llenas la semilla de su Palabra en el
mundo esperando cosechar frutos de: amor, paz, perdón, justicia, servicio,
etc., en nuestros corazones y se lleva tremendas sorpresas, pues con frecuencia
dice, por boca de Jesús: “No he
encontrado en Israel una fe semejante”. Terrenos que se creían áridos,
produciendo más y mejores frutos que los cuidadosamente arados.
La tercera parábola
nos la sugiere Pablo en la carta a los romanos. Compara la creación con un
gigantesco vientre materno que está permanentemente en trabajo de parto,
esperando el nacimiento a la vida verdadera que es la que nos espera, a los que
creemos, obviamente. De los cuidados que tenga una madre en el periodo de
gestación, depende la calidad de vida del niño que va a nacer. De cómo vivamos
en este breve espacio y tiempo terrestres depende nuestro futuro eterno.
Si la Palabra de Dios es como la lluvia, no es simplemente el
aguacero de los libros canónicos de la Biblia, que ya cayó y basta. No, la
Palabra de Dios nos sigue empapando de muchas maneras en todas las épocas.
Hay, sin embargo, algunas cosas en estas tres parábolas que sus
autores no reportan.
El profeta Isaías, por ejemplo, habla de lluvia de agua, agua de
primera calidad, agua limpia. No conocía otra, que nosotros sí conocemos, el
agua contaminada por las emanaciones de las industrias y los vehículos, que cae
de las nubes como lluvia ácida y que, lejos de ser benéfica, es letal y en vez
de vida produce muerte.
Si por el bautismo nos comprometimos a conocer, practicar y
transmitir el evangelio no podemos contaminarlo acomodándolo a nuestra vida
egoísta. Esto se hace fácilmente tomando aisladas expresiones de Jesús, por
ejemplo: “Los pobres siempre los tendrán
entre ustedes” y diciéndole a los pobres que se resignen pues en la otra
vida se volteará la arepa y, como en la parábola del rico y el pobre Lázaro,
ellos estarán felices mientras el rico se asa en el infierno. O cuando le oímos
a Jesús: “Ganen amigos con el maldito
dinero para que los reciban en las moradas eternas” tomado así, es un
tranquilizante para la conciencia del rico, a quien se le puede decir: dé
limosnas y eso le bastará para salvarse.
La semilla de la Palabra a la que hace referencia la parábola del
sembrador es la mejor posible, baste decir que es Palabra de Dios.
Pero en tiempo de Jesús no se conocía un descubrimiento en el
campo agrícola que consideran extraordinario, los que se lucran de él con
ganancias millonarias, y es la manipulación genética de las semillas: las
semillas transgénicas. Esas semillas dan cosecha más rápido y de mejor calidad
y son resistentes a parásitos; sólo que tienen un pequeño inconveniente,
querido por los inventores: si un campesino quiere guardar parte de su cosecha
para sembrar nuevamente, no lo puede hacer, porque esas semillas no germinarán,
está obligado entonces a comprar las semillas especiales que venden sólo los
poseedores de la patente del invento.
De igual manera la Palabra se vuelve semilla transgénica cuando
produce frutos excelentes de conversión individual o grupal, pero se queda ahí
en una espiritualidad y religión intimistas sin abrirse a la misión, como es el
mandato de cristo: “Vayan por todo el
mundo a anunciar la buena noticia.”
Sobre la creación en gestación y trabajo de parto. En tiempo de
Pablo ni se imaginaban el daño que causan el alcohol, el cigarrillo y las
drogas en el feto.
El embarazo de la creación está hoy día en grave peligro por todos
los atropellos cometidos por el hombre y esta circunstancia de la pandemia
mundial lo ha puesto más en evidencia. Dios sigue suscitando profetas para
ayudar a conjurar el desastre: organizaciones ecológicas que advierten sobre
las consecuencias de tanta industria contaminante, el nuevo orden económico que
se está proponiendo desde Holanda y los últimos documentos del Papa Francisco:
“Laudato sii” y “Querida amazonia” que nos interpelan en clave de fe
especialmente a los cristianos.
Lo más cierto es que Dios sigue diluviando y esparciendo su
Palabra a manos llenas, casi como un ‘botaratas’, esperando con mucha paciencia
que los corazones de piedra se conviertan en terreno fértil cuyos frutos
lleguen hasta la vida eterna. ´
Domingo 12 de julio 2020, (Is.55, 10-11; Rm.8, 18-23; Mt.13, 1-23)
P. Orlando Hoyos Z. imc.
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